La Secretaría de Estado de la Santa Sede ha publicado una severa declaración que denuncia cómo los medios de comunicación parecen haber tomado el lugar de las Potencias de tiempos pasados, al tratar de alterar o, al menos, de condicionar el cónclave. Recuerda también cómo en esos medios no existe conciencia alguna de la naturaleza espiritual del evento, haciendo pasar cualquier interpretación por un filtro del todo profano.
El resultado es una total incomprensión de la vida eclesial, haciendo pasar por un examen brillante y agudo lo que no es sino una idiotez deformante. ¿Qué pueden comprender de las intenciones profundas de unos hombres de fe, en el vértice de la Iglesia de Cristo, sabedores que deben comparecer un día delante de Él para ser juzgados? ¿Cómo pueden tomar a estos ancianos sacerdotes -muchos de ellos con biografías heroicas y perseguidos a causa de su fe- como si fueran personajes de un Parlamento cualquiera, o miembros del Consejo de Administración de cualquier multinacional?
Gran parte del origen de este fenómeno viene de que, en los años setenta, junto al Concilio de la Iglesia se desarrolló -y luego se superpuso- el Concilio de los medios de comunicación: así lo ha denunciado Benedicto XVI. Él nos ha recordado que a la gente, incluidos los católicos, no le llegaron los documentos auténticos, sino las interpretaciones tendenciosas realizadas por periodistas, escritores y opinadores, cuando no por tendenciosos especialistas y expertos clericales.
En su último discurso, paternal y cálido, al clero romano, el Papa Ratzinger no ha dudado en usar palabras de dura condena («Fue una calamidad; ha ocasionado mucha miseria») contra aquella intromisión de los medios de comunicación, guiados por quienes sólo pretenden distinguir entre izquierda y derecha, y por quienes todo lo quieren reducir a una cuestión de loobies que se enfrentan entre ellos para defender o conquistar el poder.
Vittorio Messori / Corriere della Sera