La Iglesia, novedad perenne
El Papa Francisco trae de nuevo la novedad perenne del cristianismo: la espiritualidad, el rezar juntos…, en definitiva: el mismo Jesucristo que se hace carne en la Iglesia
Francisco, restaura mi Iglesia
Gerardo del Pozo, decano de la Facultad de Teología de la Universidad San Dámaso
La primera indicación que Dios nos ha dado a través del nuevo Papa nos viene del nombre que ha elegido: Francisco. Doy por supuesto que se refiere a san Francisco de Asís. Su biógrafo Celano cuenta que, mientras rezaba delante del crucifijo de la capilla de San Damián, recibe de Jesucristo esta misión: Ve y restaura mi Iglesia. Francisco escuchó la invitación y comenzó a restaurar las iglesias en ruinas en los alrededores de Asís. La primera respuesta fueron las piedras y el dinero. Pero la Iglesia de Cristo es una casa viva, construida por el Espíritu con piedras vivas.
Por eso, la verdadera respuesta de Francisco fue la fundación de una Fraternidad evangélica según el modelo de los discípulos de Jesús: la amistad con Él y la misión de anunciar la buena nueva de su Evangelio yendo de pueblo en pueblo, sin oro, plata, alforjas, dos túnicas, sandalias ni bastón.
Vislumbramos así que Dios quiere proseguir a través del nuevo Papa la labor de renovación eclesial y nueva evangelización ejemplarmente llevadas a cabo a través de Juan Pablo II y Benedicto XVI, volviendo a poner en el centro de la Iglesia católica y de su misión la palabra y la realidad del Evangelio de Jesucristo. La Iglesia es como un árbol que ha ido creciendo a lo largo de una historia de fe a partir de la semilla evangélica y del que han brotado muchas ramas hermosas y fecundas. Con el tiempo, a algunas no les llega suficientemente la savia vivificante de la semilla evangélica. Se trata de mostrar y, en su caso, reforzar los canales que llevan la savia vivificante desde el corazón de la semilla evangélica hasta la Iglesia entera y el mundo entero. Sí, se trata de que salga a la luz la imagen noble de la Iglesia, Esposa de Cristo, y, a través de ella, la bella imagen de su Esposo, Cristo. Como interpretaba literalmente el mismo Francisco, se trata de anunciar el Evangelio a toda criatura; que la Iglesia se ponga en camino y pueda resonar, desde su centro, hasta los confines del mundo entero, el Evangelio de Jesucristo, su Esposo.
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Lo extraordinario y lo novedoso
Carmen Álvarez Alonso, profesora de Teología y Presidenta de Mater Dei
En apenas unos días de pontificado, el Papa Francisco parece que haya inaugurado un momento eclesial ciertamente nuevo. Un aire nuevo en la Iglesia era también el deseo que latía en el corazón de muchos, durante los días previos al Cónclave. Pero, lo que pocos imaginaban era que esa novedad no iba a consistir en un Papa extraordinario, un fuera de serie, según el perfil que muchos se atrevieron a profetizar en los micrófonos y en las páginas de más de un periódico. En las cosas de Dios, la novedad no suele mostrarse con gestos y sucesos extraordinarios y portentosamente mediáticos. Pensándolo bien, que el primer acto público de un Papa recién elegido haya consistido en rezar junto con los fieles que el Señor le ha encomendado no debería resultarnos nada extraordinario. Y, sin embargo, es lo que cautivó del Papa Francisco a muchos católicos, quizá porque le vieron realizar como algo sencillamente ordinario lo que para muchos de nosotros es algo complicadamente extraordinario.
Si el largo pontificado de Juan Pablo II fue providencial para la asimilación e interpretación serena y pausada del Concilio Vaticano II, el pontificado de Benedicto XVI concluyó y, en cierto modo completó, esa larga tarea postconciliar. El pontificado del Papa Francisco, ya desde sus primeros pasos, está apuntando con fuerza un retorno a lo esencial, sobre todo a través de la espiritualidad, de la primacía de la vida espiritual y de la devoción mariana. Y ahí está precisamente la novedad: no en inventar nada nuevo y extraordinario, sino en recuperar lo más esencial del Evangelio. Y ese retorno a lo esencial, ese camino de sencillez es también el aire de familia que está comenzando a enseñar, en su estilo y en su mensaje, el Papa Francisco: la sencillez de la Virgen Madre, pues es un Papa muy mariano; y la sencillez de san José, bajo cuya custodia comienza su pontificado.
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Una fe operativa y viviente
Alejandro Llano, catedrático de Filosofía en la Universidad de Navarra
Todo es nuevo en el Papa que acaba de ser elegido en Roma. Nueva en el pontificado es su procedencia del continente americano y su habla española, nuevo es el nombre –¡tan castizo y antiguo!– que ha adoptado, y también es nueva en el oficio su condición de miembro de la Compañía de Jesús. Los últimos cuatro Pontífices proceden de cuatro países distintos, y cada uno refleja una idiosincrasia diferente, un estilo inconfundible. Pero el gran salto innovador ha sido el que acaba de salvar el Atlántico. Va a resultar que la Iglesia no es tan tradicionalista como algunos lamentan, ni padece esclerosis. Y cada vez hace más claramente honor a su condición universal: católica.
Aunque, a estas alturas, ya le habrán colgado numerosos calificativos (tal vez contradictorios entre sí algunos de ellos), lo cierto es que el Papa nuevo no resulta fácilmente clasificable. Extraordinariamente sobrio, siempre al lado de los más pobres, no ha vacilado en enfrentarse con las autoridades civiles cuando han abusado del poder o han cometido injusticias. De piedad tradicional, nunca ha permitido que los tradicionalistas pusieran su espalda contra la pared. Es un hombre libre. Y por eso mismo –no a pesar de ello– es un sacerdote muy piadoso, con una fe operativa y viviente. Como no podría ser de otro modo, su actitud ante las cuestiones morales más candentes –eutanasia, aborto y, más recientemente, ese oxímoron del matrimonio homosexual– resulta absolutamente neta.
Aunque los especialistas no han acertado esta vez en sus adivinanzas, ha quedado patente la expansión mundial del interés por la institución religiosa más respetada y sana del planeta. Como dice la ironía popular, «lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien». Bien o menos bien, todos hablan de la Iglesia católica y cada día son más quienes la respetan. Al fin y al cabo, con ella uno sabe a qué atenerse y comprueba, un día tras otro, que su fidelidad no está en venta. En tiempos de crisis y corrupciones, ¿alguien da más?
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¿Hemos aprendido la lección?
José Francisco Serrano Oceja, decano de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo
¿Qué más se puede decir?, se preguntó el poeta Yeats. Que el cristianismo siempre enseña en la Historia a descubrir lo auténtico, y que la oración es una puerta de entrada al «agradecimiento, y a un silencio en el que otra voz puede hablar», como escribiera Mary Oliver en su poema Orar.
Cuando el pasado miércoles se abrió la puerta de la logia de la basílica de San Pedro, y se anunció el nombre del hombre, un escalofrío recorrió la columna vertebral de la Humanidad. Cardenal Jorge Mario Bergoglio: Papa Francisco. A partir de ese momento, Pedro habla por boca de Francisco.
Las categorías y las rutinas de lo periodístico, incluso el lenguaje, caducan en el momento en el que se pone en juego la libertad de conciencia. Nuestro trabajo consiste ahora en aprender a mirar, a escuchar, a leer al Papa Francisco, con ojos nuevos, con oídos nuevos, sin los reduccionismos habituales y sin la tensión que genera la obligación de introducir lo que diga, o lo que haga, en el marco y la casilla de la ideología, de la dialéctica de los contrarios. Quienes mantuvieron la atención y orientaron el juego en el proceso de elección del Papa han cosechado un fracaso absoluto. No estoy seguro de que hayamos aprendido la lección.
Hay ingenuos que todavía hablan de progresismo y de conservadurismo. Lo hacen más para aprovecharse de estos conceptos, e intentar sembrar sus tesis, que para explicar el sentido de este nuevo tiempo. ¿No se han dado cuenta de que el Papa Francisco representa un cambio de forma? Cuando la forma en la Historia, la forma de lo humano, deviene en problemática, ahí han estado siempre los cristianos. Lo dice H. U. von Balthasar y, en estos días, tiene un sabor nuevo: «La forma lograda del cristiano es lo más bello de cuanto en el ámbito humano pueda darse; esto lo sabe el simple cristiano, que ama también a sus santos, porque la imagen radiante de su vida resulta realmente atrayente». Hubo quien dijo que lo que se puede decir del Papa Francisco es que tiene el perfil de un santo.
Somos contemporáneos de una forma nueva en el ejercicio del Primado de Pedro y de la forma eclesial de la unidad. Asistimos a un cambio de eje que supone un cambio en la forma de presentarse lo cristiano. Los grandes reformadores de la Historia, san Francisco y su movimiento de radicalidad evangélica, han sido posibilidad y condición de progreso. Acompañemos al Papa Francisco.