La Iglesia imperial - Alfa y Omega

Hace 25 años, en Roma casi nadie hablaba de la Iglesia imperial. Salvo el cardenal Joseph Ratzinger, consciente de la anomalía introducida por Constantino en la historia del cristianismo: favorecer a la Iglesia para convertirla en un instrumento más de su aureola y su poder político.

Desde entonces, dejarse instrumentalizar por el emperador trae ventajas económicas y sociales, pero al coste de silenciar el mensaje de Jesús en lo que no guste al autócrata de turno.

En definitiva, renunciar a ser cristiano, salvo en los ritos y los templos, construidos o visitados por el zar del momento: Constantino en el siglo IV, Vladimiro de Kiev en el X, o Vladímir Putin en el XXI.

El sábado pasado, víspera de la Pascua ortodoxa, Putin volvió a matar –como cada día desde hace dos meses– a centenares de civiles en los bombardeos de ciudades en Ucrania; delitos que se están instruyendo como crímenes de guerra por varios organismos y tribunales internacionales.

Con la misma sangre fría, al final de la jornada acudió a la catedral de Cristo Salvador para asistir, con una vela roja en la mano, a la vigilia de Resurrección presidida por el patriarca Cirilo, su cómplice y gran legitimador moral de lo que el Papa ha llamado «acto barbárico y sacrílego».

Los líderes cristianos, desde el primado anglicano hasta el patriarca ecuménico de Constantinopla, e incluso docenas de obispos y cientos de sacerdotes de la Iglesia ortodoxa rusa, han pedido a Cirilo que se pronuncie a favor de la paz, de las negociaciones en lugar de las bombas. O, al menos, que dé una tregua para que los ucranianos –y los soldados rusos invasores– pudiesen celebrar la Pascua. Como era de temer, no realizó el mínimo gesto, salvo bendecir a Putin en su tribuna de la catedral de Moscú.

El Papa, en cambio, es libre. Y el Miércoles Santo afirmaba: «La agresión armada de estos días representa, como toda guerra, un ultraje a Dios, una traición blasfema al Señor de la Pascua, un preferir el falso dios de este mundo a su rostro manso. La guerra siempre es una acción humana para llevar la idolatría al poder».