Nos congrega el dolor y la piedad cristiana. Dolor por la muerte de José Ignacio. Hoy sus amigos y compañeros de formación política queréis uniros al dolor de su familia, especialmente de su viuda e hijos, que en su más tierna infancia han experimentado ya el odio asesino; y ofrecerle la máxima ofrenda de la piedad cristiana que es el sacrificio de Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Pedimos al Señor su eterno descanso y el premio de sus buenas obras. Quienes le habéis tratado dais fe de su trabajo y de la coherencia con sus profundas convicciones, entre las que ocupa un lugar importante su fe cristiana. Que el Señor le conceda la paz.
La muerte es el máximo enemigo de la condición humana. Su presencia conturba, desestabiliza y sumerge el corazón del hombre en la inquietante duda sobre el sentido de la vida y sobre el más allá, y pone a prueba el ejercicio de la fe y de la esperanza. Y cuando esta muerte viene de la mano violenta y asesina de quienes ni temen a Dios ni aman al hombre; cuando es el producto del odio y del terror programado; cuando se cierne implacable sobre el hombre inocente, esposo y padre de familia, que cumple con su trabajo a favor del bien común en el noble ejercicio de la política, entonces muestra aún con mayor dramatismo su lado oscuro y absurdo, su sinsentido; y muestra por qué, ya en las primeras páginas del Génesis, Dios emplaza a Caín para pedirle cuentas de la sangre inocente de su hermano Abel.
Quienes no respetan el no matarás que Dios ha puesto como básico principio moral en el corazón de todo hombre, difícilmente entenderán cualquier otro argumento o razón que contradiga sus instintos.