El trabajo es una realidad que ha sido tratada por las ciencias sociales y filosofía. Esta actividad social y económica tan significativa, asimismo, ha sido estudiada por la Doctrina Social (DSI) con los Papas, por ejemplo, Juan Pablo II y su encíclica Laborem Exercens (LE) que consideran al trabajo como clave de la cuestión social (LE 3). En esta DSI, desde la antropología bíblica y la teología de la creación se muestra al ser humano que, con su actividad del trabajo, crea y transforma la realidad. La persona que trabaja se manifiesta como colaboradora en la creación, como co-creador en su trabajo y actividad transformadora, con el Dios Creador. «El hombre es la imagen de Dios, entre otros motivos por el mandato recibido de su Creador… En la realización de este mandato, el hombre, todo ser humano, refleja la acción misma del Creador del universo» (LE 4).
Se puede ver así la trascendencia e importancia que adquiere el trabajo en la fe bíblica y católica. Ya que «en la palabra de la divina Revelación está inscrita muy profundamente esta verdad fundamental, que el hombre, creado a imagen de Dios, mediante su trabajo participa en la obra del Creador, y según la medida de sus propias posibilidades, en cierto sentido, continúa desarrollándola y la completa, avanzando cada vez más en el descubrimiento de los recursos y de los valores encerrados en todo lo creado» (LE 25). En esta trascendencia y dignidad del trabajo, para los Papas como Juan Pablo II y la DSI la clave es el trabajo subjetivo, el trabajo vivo que realiza el ser humano. La persona expresa y realiza su vida con el trabajo. Por tanto, el sujeto y la persona del trabajo, está antes que el trabajo objetivo y que el capital (LE 6). El trabajador tiene la prioridad sobre el producto del trabajo y la mercancía que no puede convertirse en un fetiche e ídolo, falso dios, al que sacrificar la vida de la persona y la dignidad del trabajo.
Tal como sucede actualmente, como transmite el Papa Francisco que crítica y denuncia el fetichismo del dinero, la dictadura de la economía con el mercado-capital como idolatrías que niegan al ser humano y a Dios (EG 55). Como sigue enseñando Juan Pablo II, «ante la realidad actual, en cuya estructura se encuentran profundamente insertos tantos conflictos, causados por el hombre, y en la que los medios técnicos –fruto del trabajo humano– juegan un papel primordial (piénsese aquí en la perspectiva de un cataclismo mundial en la eventualidad de una guerra nuclear con posibilidades destructoras casi inimaginables) se debe ante todo recordar un principio enseñado siempre por la Iglesia. Es el principio de la prioridad del «trabajo» frente al «capital»» (LE 12).
Es el humanismo integral y personalismo de la DSI con Juan Pablo II (LE 15) que afirma el valor y principio fundamental del trabajo, la vida y dignidad de persona trabajadora, que está antes que el capital (LE 12); en contra de la esencia perversa del capitalismo que antepone el capital al trabajo, que niega la vida y dignidad del trabajador, del ser humano. Como de forma magistral lo analiza y enseña Juan Pablo II. «En todos los casos de este género, en cada situación social de este tipo se da una confusión, e incluso una inversión del orden establecido desde el comienzo con las palabras del libro del Génesis: el hombre es considerado como un instrumento de producción, mientras él, –él solo, independientemente del trabajo que realiza– debería ser tratado como sujeto eficiente y su verdadero artífice y creador. Precisamente tal inversión de orden, prescindiendo del programa y de la denominación según la cual se realiza, merecería el nombre de «capitalismo» en el sentido indicado más adelante con mayor amplitud» (LE 7).
Se observa pues las claves teológicas, antropológicas y éticas que, inspiradas en la fe como es la DSI, orientan esta trascendencia y dignidad del trabajo. Lo que permite un diálogo crítico y ético con otras filosofías o teorías (ciencias) sociales que han tratado dicha cuestión de forma similar. Con sus carencias o límites y errores, como las valora la DSI, junto a análisis interesantes y ciertos. En este sentido, Benedicto XVI afirma que «hacía falta el salto revolucionario. Karl Marx recogió esta llamada del momento y, con vigor de lenguaje y pensamiento, trató de encauzar este nuevo y, como él pensaba, definitivo gran paso de la historia hacia la salvación… Con precisión puntual, aunque de modo unilateral y parcial, Marx ha descrito la situación de su tiempo y ha ilustrado con gran capacidad analítica los caminos hacia la revolución… Su promesa, gracias a la agudeza de sus análisis y a la clara indicación de los instrumentos para el cambio radical, fascinó y fascina todavía hoy de nuevo… Como se observa hay puntos similares… Pero con su victoria se puso de manifiesto también el error fundamental de Marx. Él indicó con exactitud cómo lograr el cambio total de la situación. Pero no nos dijo cómo se debería proceder después…» (SS 20-21).
Como se observa, desde la DSI y los Papas como Juan Pablo II o Benedicto XVI se propicia un diálogo crítico y compromiso común por la justicia en el trabajo, por la dignidad y ética liberadora con los pobres de la tierra. La Iglesia con los Papas valoran todo lo bueno y solidario del movimiento obrero u organizaciones de los trabajadores, como son los sindicatos, en la promoción y liberación integral de los pobres, de la dignidad del trabajador que son explotados y empobrecidos. Es la iglesia de los obreros y pobres, la fe e iglesia de Jesús, que se compromete por la justicia liberadora e integral con los trabajadores y empobrecidos para dar testimonio autentico del Evangelio (LE 8). En contra de los males e injusticias del capital, del liberalismo economicista y del capitalismo o del totalitarismo del comunismo colectivista o colectivismo que, en realidad, como afirma Juan Pablo II no es más que un capitalismo de estado (CA 35). La DSI es crítica con estos dos sistemas e ideologías, con el capitalismo y el comunismo, como muestra Juan Pablo II (SRS 21) y Benedicto XVI que enseña que su «promesa ideológica se ha demostrado que es falsa» (Aparecida, 4).
Y es que «justo, es decir, conforme a la esencia misma del problema; justo, es decir, intrínsecamente verdadero y a su vez moralmente legítimo, puede ser aquel sistema de trabajo que en su raíz supera la antinomia entre trabajo y el capital, tratando de estructurarse según el principio expuesto más arriba de la sustancial y efectiva prioridad del trabajo, de la subjetividad del trabajo humano y de su participación eficiente en todo el proceso de producción, y esto independientemente de la naturaleza de las prestaciones realizadas por el trabajador» (LE 13). De ahí que, como nos sigue enseñado Juan Pablo II, lo moral sea luchar contra el sistema capitalista (CA 35), ya que es el que domina actualmente y que el Papa no acepta como vencedor ni como alternativa (CA 35). El capitalismo es inhumano: impone las cosas sobre las personas y margina a los pobres, como sigue subrayando Juan Pablo II (CA 34). De esta forma, frente al capitalismo, la DSI transmite que el destino universal de los bienes está por encima de la propiedad privada, que es para todos y tiene un carácter social. Tal como nos muestra el Vaticano II (GS 69) y Juan Pablo II (LE 14). De ahí que una clave esencial de la cuestión social y del trabajo es un salario digno, justo para las personas con sus familias (LE 19). El trabajo, la realización y dignidad del trabajador tiene la prioridad sobre el capital, el beneficio y los medios de producción (LE 13). Estos medios de producción con la empresa deben ser socializados, todos los trabajadores deber ser protagonistas, gestores y dueños de la empresa con los medios de producción en una economía social y cooperativa (LE 14-15).