El Encuentro Mundial de las Familias, celebrado hace muy pocos días en Roma, nos hizo ver de nuevo que el matrimonio y la familia son un bien para la humanidad. Vemos la necesidad de escuchar su voz y la importancia que, en estos momentos, tiene ofrecer toda la ayuda que necesite este bien precioso que es la familia.
Estos encuentros mundiales nos permiten ver y compartir caminos y dirección. ¡Cuántas familias en el mundo viven fieles a los fundamentos de lo que constituye su riqueza más grande! Y aquellas familias que, por las circunstancias que sea, sienten desánimo o incertidumbre deben percibir también la cercanía de la Iglesia porque el matrimonio y la familia son el proyecto más bello y valioso para la humanidad. Como tantas veces han subrayado los últimos pontífices —muy especialmente el Papa Francisco tras el Sínodo y en su exhortación Amoris laetitia—, la familia cristiana es un proyecto de presente y futuro para la humanidad.
El propio Francisco ha insistido estos días en que la familia cristiana es la primera comunidad llamada a anunciar el Evangelio; es la primera en acompañar el desarrollo pleno del ser humano, en el que no está exento el conocer más y más a Jesucristo, el ayudar a incorporarse a la Iglesia… ¡Qué hondura y plenitud alcanza una familia cristiana cuando permitimos discernir la propia vocación y ponemos todo el empeño en el desarrollo de la persona en la plenitud de la justicia y del amor!
El momento que vivimos es providencial para nosotros los cristianos. Sí, cuando hay fuerzas que, consciente o inconscientemente, tratan de deformar la misión y la identidad de la familia, la Iglesia ofrece la fuerza que tiene la familia cristiana. La Iglesia alza la voz y convoca a las familias a entregar a la sociedad la belleza de una promoción humana auténtica, que alcanza todas las dimensiones de la persona, sin reducir o ignorar ninguna. Es verdad que hay sombras que se hacen presentes en la familia, pero son también muchas las luces que llegan o han de llegar del Evangelio. Cuando este es acogido y vivido se hace presente el proyecto de Dios para la familia. En ese proyecto que Jesucristo ofrece a la familia, en la realidad cotidiana de las familias cristianas, muchos encuentran respuesta en esa búsqueda sincera y profunda que afecta a sus vidas. También aprenden a dar respuesta a los problemas diarios que aparecen en su vida matrimonial y familiar, y encuentran medidas para vivir en la verdad y manteniendo la dignidad de la persona.
Esta sabiduría, este humanismo que emerge en la familia, es hoy más necesario que nunca. Como dijo el Concilio Vaticano II, hacen falta hombres y mujeres que busquen y amen «la verdad y el bien» porque «nuestra época, más que ninguna otra, tiene necesidad de esta sabiduría para humanizar todos los nuevos descubrimientos de la humanidad» (GS 15). Como hizo siempre la Iglesia a través de los tiempos, tenemos que hacer la inculturación en esta época nueva, mirando siempre a Jesucristo. Volvamos a descubrir y presentar el proyecto original de Dios sobre la familia.
En este sentido, viene bien recordar los cometidos de la familia cristiana que formuló el Papa san Juan Pablo II: es una comunidad de personas, al servicio de la vida, que participa en el desarrollo de la sociedad y en la vida y misión de la Iglesia.