La escucha en el sufrimiento
Dar gratuitamente un poco del propio tiempo para escuchar a las personas es el primer gesto de caridad
«No es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2, 18) se nos dice en la primera página de la sabiduría judía. En las páginas bíblicas aprendemos que la escucha no solo posee el significado de una percepción acústica, sino que está ligada a la relación dialógica entre Dios y la humanidad. «Shemá Israel, escucha, Israel» (Dt 6, 4), el íncipit del primer mandamiento de la Torá se propone continuamente en la Biblia, hasta tal punto, que san Pablo afirma que «la fe nace del mensaje que se escucha» (Rm 10, 17).
El Papa ha dicho que, en la acción pastoral, la obra más importante es «el apostolado del oído». Escuchar antes de hablar, como exhorta el apóstol Santiago: «Que toda persona sea pronta para escuchar, lenta para hablar» (1, 19). Dar gratuitamente un poco del propio tiempo para escuchar a las personas es el primer gesto de caridad. Quizás por esto se están difundiendo los Centros de Escucha.
El texto final del Sínodo es muy enjundioso sobre la escucha. En él se recuerda cómo Jesús pasó entre los pobres, caminando con ellos y «escuchando y respondiendo a sus necesidades» (n. 24). De María «aprendemos el arte de la escucha» (n. 29). La familia es donde «necesitamos ser escuchados y somos capaces de escuchar» y esto humaniza a las personas (n. 35). La Iglesia debe escuchar «con particular atención y sensibilidad la voz de las víctimas […] porque la auténtica escucha es un elemento fundamental en el camino hacia la sanación, el arrepentimiento, la justicia y la reconciliación» (n. 55). El pueblo de Dios, «escuchando la realidad en la que vive, puede descubrir nuevos ámbitos de compromisos y nuevas formas de realizar su misión» (n. 58). La escucha es un componente esencial de todos los aspectos de la vida de la Iglesia. «La Asamblea dedicó atención a la propuesta de crear un ministerio de escucha y acompañamiento» (n. 78).
La escucha es un ejercicio de humildad radical que corresponde al estilo humilde de Dios. La escucha, en el fondo, es una dimensión del amor. Es el don más precioso y generativo que podemos ofrecernos los unos a los otros. La escucha es la madre de la democracia. Donde fracasa la palabra, se abre paso la violencia. No ser escuchado es un drama: necesitamos angustiosamente liberarnos. La soledad es la experiencia de no ser escuchado, es la constatación de que nadie desea prestar sus oídos a lo que digo, es la ausencia de un tú amoroso, de una oreja cálida. Escuchar es una forma de practicar la hospitalidad entre las personas. Nos decía el Papa Francisco que «solo prestando atención a quién escuchamos, qué escuchamos y cómo escuchamos podemos crecer en el arte de comunicar, cuyo centro no es una teoría o una técnica, sino la “capacidad del corazón que hace posible la proximidad”» (EG 171).
Escuchar es un arte difícil, pero es una de las formas más eficaces de respeto. Piedra angular sobre la que se basan todas las respuestas generadoras de ayuda, la escucha es una de las caricias positivas más apreciadas por la gente. Una de las virtualidades de la escucha activa a la persona que sufre es el poder que tiene empalabrar el sufriculum. Con la palabra se puede enseñar, reprender, corregir… para hacer buenas obras (2 Tim 4, 16-17), y con ella se puede empoderar mostrando empatía compasiva.
También el Espíritu está disponible en la escucha, en el creyente. Escuchar es lo que los orientales llaman oración del corazón en el sentido más propio. Según las Escrituras, escuchar a Dios no significa simplemente prestarle oído a lo que dice la divinidad, sino acoger la Palabra, abrirle el corazón, llevarla a la práctica, obrar en consecuencia.