Se dice que «no es de recibo una regulación para proteger la vida del nasciturus, porque obligaría a la mujer a ser madre contra su propia voluntad».
Pero, ¿es posible que se le escape a alguien la falacia que se esconde tras la tesis de que a nadie se le puede obligar a ser madre? Obviamente, en el caso que nos ocupa, la mujer embarazada ya es madre. Ahora, de lo que se trata, es de si cabe invocar un supuesto derecho a acabar con la vida de su hijo. Dice el refrán que la realidad es muy tozuda, hasta el punto de que es imposible realizar un correcto discernimiento, sin partir de ella: ¡el niño ya está ahí! ¡La mujer ya es madre! El aborto libre no permite elegir entre ser o no ser madre, sino entre ser madre de un hijo vivo o de un hijo muerto. Y la única forma de ocultar esta realidad, es seguir la estrategia del avestruz, escondiendo la cabeza debajo de la tierra.
Por lo demás, supongo que nadie se atreverá a defender abiertamente la tesis de que la maternidad comienza en el parto, porque, entre otras cosas, tendría que vérselas con su propia madre. ¿Quién de nosotros no le ha escuchado a su madre el relato sobre cómo transcurrió su embarazo, con frecuencia, lleno de detalles emocionantes?
El problema de fondo, a mi modo de ver, estriba en que nuestra cultura ha endiosado el deseo subjetivo del individuo, hasta el punto de convertirlo en ideología. Nuestra relación con la realidad, en no pocos casos, es semejante a la manipulación del barro o de la plastilina. La realidad no es aceptada, sino que es subordinada al propio deseo: la vida en el seno materno no es considerada como vida humana hasta que no forme parte de nuestras aspiraciones. ¡Es el colmo del relativismo!
Y es que, el olvido de nuestra vocación social y comunitaria, orientada a la búsqueda del bien común, ha hecho que la ideología del deseo se convierta en el dogma supremo del postmodernismo. ¡El propio deseo es dios, por encima de toda racionalidad! Para explicar el origen de esta gran distorsión de la realidad, decía Gilles Lipovetsky, filósofo y sociólogo francés: «Con Nietzsche ha entrado en Occidente una mentalidad que desprecia la abnegación y estimula sistemáticamente los deseos inmediatos».