En una videoconferencia con Milán el 28 de octubre, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, subrayó que este es el momento del resentimiento y que, por tanto, cualquier palabra o iniciativa por la paz corre el riesgo de ser malinterpretada. Esta es la situación en la que también se encuentra la Santa Sede, atrapada entre diferentes fuegos: las relaciones con los socios regionales y, en particular, con árabes y musulmanes; la preocupación por el pequeño rebaño católico local de Tierra Santa, en gran parte palestino, y la necesidad de decir «no» al terrorismo y de condenar firmemente los ataques de Hamás, en un apoyo a Israel que no debe ser, sin embargo, falta de apoyo al Estado de Palestina.
La Santa Sede siempre ha pedido la solución de «dos pueblos, dos Estados» dentro de fronteras internacionalmente reconocidas y que vean a la capital, Jerusalén, como una especie de ciudad internacional, con un estatus especial. El cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, envió una señal para demostrar equilibrio y neutralidad: el 13 de octubre, el jefe de la diplomacia vaticana visitó la Embajada de Israel ante la Santa Sede y el 17 de octubre visitó también la Embajada de Palestina ante la Santa Sede.
El 30 de octubre llegó la noticia de que Paul Richard Gallagher, equivalente a ministro de Exteriores del Vaticano, había mantenido una conversación telefónica con su homólogo iraní, Hossein Amir Abdollahian. La Santa Sede e Irán mantienen en general buenas relaciones, aunque marcadas por algunas tensiones. También tienen un puente cultural que llevó a la Universidad de Qom a traducir el Catecismo al farsi. Gallagher y Abdollahian mantuvieron en septiembre una reunión bilateral al margen de la Asamblea General de la ONU, e Irán puso sobre la mesa la propuesta de formar una alianza para defender los libros sagrados. La última llamada telefónica tenía como objetivo pedir evitar transformar el conflicto en una «amenaza existencial» para Israel, lo que haría inútil cualquier intento de paz.
De ahí las constantes peticiones del Papa de un alto el fuego que, sin embargo, ninguna de las partes en conflicto parece dispuesta a conceder. La Santa Sede también se ofreció como mediadora. Sin embargo, también podría ser útil una iniciativa para condenar el terrorismo con todos los socios del diálogo, especialmente en el mundo musulmán. No será fácil.