La diplomacia de los silencios
Se nos olvida que el papel de un Pontífice es ser un líder espiritual y un mediador, pero le exigimos declaraciones políticas que estén en línea con lo que yo quiero
Las puertas se abren con sigilo, solo a medias, con la precaución de quien desvela una reunión importante. Y no es para menos, porque ahí dentro se concentran piezas clave para completar el puzle de las no siempre fáciles relaciones de la Santa Sede con el resto de estados del mundo. Francisco ha convocado a sus embajadores en Roma y en una mirada fugaz a esa puerta entreabierta casi por el ojo de la cerradura comprobamos que el Pontífice los escucha con atención. Los nuncios son maestros en el arte de la escucha y de los silencios. La reunión forma parte de los encuentros periódicos que el Papa mantiene con sus agentes en el extranjero, a los que se suman las ocasiones en que los recibe de forma extraordinaria cuando las circunstancias lo requieran. Con la diplomacia vaticana sucede como con algunas obras de arte moderno, si tratas de entenderla resulta indescifrable. Entre esas paredes se descubre que la geopolítica pontificia pasa por la lógica preocupación ante las consecuencias de la guerra en Ucrania, el desasosiego por el riesgo de una escalada nuclear, y la inquietud por las graves consecuencias económicas y sociales: «En los lugares donde lleváis a cabo vuestra misión estáis presenciando una tercera guerra mundial en pedazos», insistía el Papa a los nuncios.
Diplomacia también es saber callar a tiempo y acertar en los momentos en los que se debe hablar. El Vaticano comunica de formas muy diversas, pero los hay que no quieren escuchar y reaccionan condenando sin piedad un mutismo que no se concibe, quizás porque se desconocen los motivos y no se tienen todos los datos para entender el silencio.
El silencio condena a los Papas a uno de los peores tipos de soledad en el mundo, que es la de ser malentendido, malinterpretado y juzgado. Se nos olvida con frecuencia que el papel de un Pontífice es ser un líder espiritual y un mediador, pero le exigimos declaraciones políticas que estén en línea con lo que yo quiero que diga. La historia ha demostrado que las condenas públicas, lejos de ser útiles, resultan a veces perjudiciales. Lo supo bien Pío XII, quien, tras protestar contra las primeras agresiones de Alemania, y viendo que Hitler no tenía freno, optó por lo que consideró el mal menor: no hacer manifestaciones públicas para evitar represalias y facilitar paralelamente la protección a tantos judíos que consiguieron salvar su vida o la de sus hijos gracias al amparo de la Iglesia. Eso sí, los documentos reflejan con claridad que no transigía con el nazismo. Pío XII fue consciente de que sería criticado por su silencio, como también lo fue san Juan Pablo II cuando visitó Cuba y ante Fidel Castro no condenó el castrismo y, en cambio, fue contundente al denunciar el embargo de Estados Unidos a la isla, como también realizó Benedicto XVI en 2012. ¿Alguien puede dudar de que un Papa, cuyo papel contribuyó a la caída del muro de Berlín y con reiterados pronunciamientos en contra del totalitarismo marxista cuando visitó países del este de Europa y que apoyó la resistencia de Solidaridad contra el régimen comunista polaco, estaría a favor de la dictadura castrista? Hoy en día, Juan Pablo II y Benedicto XVI hubieran sido vapuleados sin piedad en las redes sociales por no condenar abiertamente el castrismo. Quizás algún día la historia considere que los Papas son mártires de sus silencios.
Nos sorprendería hasta qué punto la diplomacia vaticana despliega sus tentáculos con prudencia y discreción, pero con una determinación que se nos escapa. Desconocemos cuántos conflictos o persecuciones contra miembros de la Iglesia hubieran ido a más si una llamada, una carta o un silencio a tiempo no lo hubiera impedido.
El silencio, más que complicidad con los agresores, es protección a las víctimas. Francisco también habla con sus silencios. Las palabras que mueven los corazones se engendran más en el silencio que en el ruido. La diplomacia vaticana transcurre en medio de un silencio sonoro y creativo capaz de detener las manos suicidas de quienes prefieren el estruendo del odio al silencio de la paz.