Titanes clandestinos - Alfa y Omega

Titanes clandestinos

Por quien más teme Ying Xióng es por sus padres. Las autoridades chinas han instalado dos cámaras en el exterior de su casa para controlar los movimientos

Eva Fernández
Foto: Eva Fernández.

A simple vista podría confundirse con un turista más deambulando por la Via della Conciliazione, pero en realidad está hecho de otra pasta. Cuando nació hace 39 años en una de las zonas más pobres de la región china de Jiang Xi, no se imaginaba que un día sería ordenado sacerdote. Pero nunca te podrá mostrar una foto de su ordenación, porque la ceremonia fue secreta. Tan solo el obispo, otro sacerdote y una religiosa fueron testigos del momento. Nadie podía enterarse, ni siquiera sus padres, por lo que el año siguiente a su ordenación tuvo que pasarlo escondido. Tampoco te podrá mostrar la instantánea del día en el que su familia al completo recibió el Bautismo, con nocturnidad (y alevosía) aprovechando que un sacerdote anciano pasaba por su aldea. Él tenía 7 años. Se convirtieron gracias a uno de sus tíos, quien les entusiasmó con el catolicismo a pesar de los conocimientos rudimentarios de doctrina que había aprendido. Por contagio, así es como se transmite la fe en China, gracias al potente virus que circula en la Iglesia clandestina, a la que pertenecen unos seis millones de católicos que siguen obedeciendo a la Santa Sede y no al culto oficial de la Iglesia patriótica controlado por Pekín.

El protagonista de esta foto no se llama Ying Xióng, pero el nombre es perfecto, porque así se traduce en chino la palabra héroe. Lo es desde que decidió hacerse sacerdote jugándose la vida y la de su propia familia, porque ir al seminario en China solo es para valientes. A los 16 años, junto a otros 40 gigantes inició los estudios en una cabaña en la montaña, oculta del mundo, al cuidado de los católicos del pueblo que les subían a escondidas la poca comida que tenían. Algunos enfermaron y el rector decidió que continuaran las clases repartidos por casas de distintas familias, de las que se iban trasladando cada cierto tiempo para no levantar sospechas. La jornada comenzaba a las cuatro de la madrugada; así podían rezar mientras los vecinos dormían, con las ventanas siempre cubiertas para que nadie diera el chivatazo. Sus profesores eran otros seminaristas, que tan solo iban más avanzados. En esas circunstancias se forjan seminaristas de hierro, con una forma de vivir la fe sublime, extrema, difícil de entender. Porque esa es la diferencia entre hombres como Ying Xióng y los demás. Una vez ordenado, como todavía no había sido fichado por el Gobierno chino y disponía de pasaporte, su obispo le propuso que estudiara Derecho Canónico en Roma.

A punto de regresar a China, los servicios de espionaje de su país han sido eficaces y oficialmente es un traidor a la Iglesia patriótica, por lo que puede ocurrirle de todo. Por quien más teme Ying Xióng es por sus padres. Las autoridades han instalado dos cámaras en el exterior de su casa para controlar los movimientos. Los funcionarios comunistas acudieron a interrogarles al enterarse que su hijo era sacerdote: necesitaban saber quién y cuándo se le ordenó, y cómo financiaba sus estudios en Roma. Es consciente de que a partir de ahora recibirá la visita del Gobierno varias veces a la semana para hacerle firmar su adhesión a la iglesia Patriótica. Estará vigilado a todas horas y únicamente podrá celebrar Misa o administrar sacramentos a escondidas. La persecución en China es silenciosa, pero implacable, a pesar de que la libertad religiosa está en teoría garantizada por la Constitución de 1982.

El próximo 22 de octubre de este año toca renovar el acuerdo alcanzado en septiembre de 2018 entre la Santa Sede y China. Roma es consciente del incumplimiento flagrante y sistemático por parte de las autoridades de lo pactado, pero actúa con exquisita prudencia para no poner aún más en riesgo a los católicos que nunca entrarán a formar parte de la Iglesia patriótica porque lo consideran una traición.

Pregunté a Ying Xióng si le había chocado la forma en la que los católicos libres vivimos nuestra fe. Lo que más le dolió fue un día que entró en una Iglesia y el sacerdote celebraba Misa prácticamente solo. Ellos tan solo pueden permitirse comulgar en secreto cuatro fiestas al año: Navidad, Pascua, Pentecostés y la Asunción, y los que se atreven arriesgan mucho.

Mientras le hacía esta foto, de espaldas, por su propia seguridad, pensaba en la lección de fe heroica de los cristianos perseguidos. Su radicalidad a la hora de vivir el Evangelio forja una Iglesia mejor. No nos podemos permitir decepcionarlos.