Cumbre en torno a Las meninas - Alfa y Omega

Cumbre en torno a Las meninas

La pintura magistral de Velázquez en el centro de una foto de familia, como piedra angular en la reconstrucción de un mundo que hace aguas

Eva Fernández
Foto: Efe / Ballesteros.

El arte y el poder a veces se necesitan. La pintura magistral de Velázquez en el centro de una foto de familia, como piedra angular en la reconstrucción de un mundo que hace aguas. Las meninas convertidas en argamasa para unir a opuestos, pinceladas poderosas capaces de disipar ideologías y trazar lucidez para que la crudeza de la realidad haga la política más soportable. Se supone que un museo es un lugar apolítico. Una burbuja en la que no caben estrategias, sino tan solo la belleza de las obras de arte. Por eso el poder de esta imagen trasciende su papel oficial de haberse convertido en la foto de familia de la Cumbre de la OTAN que acaba de celebrarse en Madrid. Es el símbolo de que Occidente puede permanecer unido en torno a la alianza defensiva que hasta el momento ha tenido más éxito en la historia de la humanidad. El pilar del largo período de paz, estabilidad y prosperidad del que disfruta la Unión Europea.

Pintura y política necesitan comunicar un mensaje. El de los líderes que aparecen en esta instantánea se traduce en el plan estratégico que dejan como legado para la próxima década. Eso sí, en el texto aparecen dos nombres que emborronan el lienzo: Rusia, como la principal amenaza para la paz, y China como un vecino problemático al que no hay que perder de vista.

Lo que hace de Las meninas una obra tan soberbia es que hay algo en ella que no es descifrable. Por eso engancha, subyuga, intriga. Quizás por ese motivo Joe Biden, Boris Johnson, Emmanuel Macron, Ursula von der Leyen, Kiriakos Mitsotakis, Jens Stoltenberg y todos los demás permanecieron largo rato contemplándola, intentando encontrar inspiración o dar con la estrategia para frenar a Rusia, más allá de unas sanciones que están alimentando la inflación y la precariedad económica de Europa. El pasado domingo, al finalizar el ángelus, el Papa Francisco afirmaba que el mundo necesita una paz que no esté basada en el equilibrio de los armamentos y en el miedo recíproco. Por eso recordaba que la guerra de Ucrania es un desafío para aquellos políticos sabios que sean capaces de construir con el diálogo un mundo mejor para las próximas generaciones, que no esté dividido entre potencias en conflicto, sino unido entre pueblos que se respetan.

Volvamos a la fotografía de familia. La sensibilidad del pincel de Velázquez no distinguía entre bufones y sangre azul. Retrataba con la misma dignidad al rey y a la persona deforme. Otra lección más en esa inolvidable noche en El Prado, que quedó reflejada en las conclusiones de la cumbre. El norte civilizado debe pensar más en el continente africano, donde tanto Rusia como China llevan años moviendo ficha. La inestabilidad histórica provocada por la pobreza está pasando factura a una Europa culpable por cerrar los ojos.

La contemplación del arte también deja imágenes internas en el alma. Occidente tiene hoy muchas grietas, pero su identidad más profunda es la defensa de la libertad y de la dignidad de la persona. Esa es la imagen perdurable que debe legar al mundo, ante la que se puedan realizar otras fotografías de familia.