La comunidad Al-Khalil, presente en Siria e Irak, tiene como carisma el diálogo con el Islam. Bienaventurados los que trabajan por la paz
Durante su próximo viaje al Líbano, del 14 al 16 de septiembre, el Papa presentará la Exhortación post-sinodal del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio, celebrado en 2010 sobre La Iglesia católica en Oriente Medio: comunión y testimonio. En los países de mayoría musulmana, donde con frecuencia sufren discriminación y violencia, los cristianos son fundamentales para construir la paz. Y «son más convincentes cuando muestran amor e interés por toda la sociedad». Habla el hermano Jens Petzold, de la congregación monástica Al-Khalil, que lleva tiempo promoviendo la paz y la convivencia en Siria, y ahora también en Irak
Hasta el mes pasado, el hermano Jens Petzold, de origen suizo, era el único miembro de la comunidad religiosa de Deir Mariyam al-Aadhra —el monasterio de la Virgen María—, en la localidad de Sulaymaniya, en el norte de Irak. Llegó a esta región en octubre de 2011, procedente del monasterio de Deir Mar Musa, en Siria. Había dejado atrás un país que ya amenazaba con convertirse en un polvorín, para fundar una comunidad nueva en otro, Irak, donde la violencia en general, y también contra los cristianos, no ha cesado desde la invasión de 2003. El carisma de su congregación, Al-Khalil, es promover la paz y la convivencia en países de mayoría musulmana. Por eso, monseñor Luis Sako, el obispo caldeo de Kirkuk, les pidió que acudieran a Irak: «Aquí faltan religiosos, especialmente aquellos que puedan acoger a la gente, ayudarles a profundizar en su fe y a expandir la cultura del diálogo entre cristianos y musulmanes. La comunidad de Mar Musa tiene una larga experiencia en ello».
El primer paso del hermano Jens fue familiarizarse con la región. Kirkuk es una floreciente ciudad del norte de Irak, cuyo estatus administrativo —si pertenecerá a la región autónoma kurda, a la zona árabe-iraquí o estatus especial— aún debe definirse. Todavía «hay elementos criminales y políticos que perturban la paz», aunque el hermano Jens espera que «pronto será lo suficientemente segura». A comienzos de año, se trasladó a Sulaymaniya, una «tranquila ciudad de 700.000 habitantes, muy normal y con mucha vida», donde ha restaurado la antigua iglesia de la Virgen María y la ha preparado para la llegada de sus Hermanos. El primero lo hizo el pasado agosto. «De todas partes —explica—, hemos recibido una recepción cálida, amistosa y servicial».

¿Qué pensaron cuando monseñor Sako les pidió fundar una comunidad en Irak?
Fue una sorpresa muy agradable. Desde hace años pensábamos en expandir nuestra comunidad fuera de Siria. Allí, encontramos obstáculos a muchos niveles, incluso antes de la primavera árabe. Por eso, esperábamos encontrar un nuevo lugar para trabajar por un diálogo activo entre musulmanes y cristianos. Ya habíamos hecho algunas visitas a Irán y Pakistán. Empezábamos a pensar en hacer otro intento, cuando nos escribieron monseñor Sako y el padre Maroun Addallah, monje maronita libanés y buen amigo del obispo y la comunidad.
¿Qué actividades organizan para cultivar la unión entre cristianos y musulmanes?
Empezaremos poco a poco. He establecido ya contacto con la Universidad Americana, y espero comenzar un intercambio este curso. Intentaremos lo mismo con la Universidad estatal. Eso nos ayudará a comprender las esperanzas y aspiraciones de la generación joven y formada. Fomentaremos también la relación con los vecinos en el barrio. La celebración del final del Ramadán nos ha dado oportunidad para un primer contacto, pues es costumbre que los distintos grupos religiosos se visiten. Después —en uno o dos años—, vendrán pequeñas exposiciones, conciertos, conferencias, y seminarios. La condición, claro, es que haya un grupo de organizadores: monjes y monjas de Al-Khalil, tanto de Deir Mar Musa como —esperamos fervientemente— vocaciones locales, y laicos que ayuden.

La intención de monseñor Sako no es sólo mejorar las relaciones entre cristianos y musulmanes, sino también entre kurdos, sunníes y otras facciones del Islam. ¿Por qué? ¿Es una forma de reivindicar la presencia de los cristianos?
Los cristianos son parte de estas sociedades; pueden reivindicarlo. Y son más convincentes cuando muestran amor e interés por toda la sociedad que los rodea. A las minorías les interesa mucho que el país sea estable. En Oriente Próximo, los cristianos con frecuencia asumen el rol de negociadores entre las distintas facciones de la mayoría. Tener una minoría que se preocupa por todo el Estado es una gran ventaja para una sociedad, y puede ayudar a preparar largos períodos de paz. La Iglesia, a pesar de su pequeña presencia, puede reclamar justicia para todos; puede pedir que a todas las corrientes se les permita expresarse libremente, y que estén representadas de forma apropiada. Puede pedir estas cosas para los demás antes que para ella. Creo que ésa es una de las virtudes de un cristiano. Ciertamente, a la mayoría no le gustaría que una comunidad tan útil se fuera, y hará todo lo que pueda para ayudarles a vivir entre ellos.
Su comunidad llega a Irak cuando muchos cristianos abandonan el país. ¿Esperan ayudarles?
La huída de cristianos es un gran problema. Pero si no están convencidos de que tienen un futuro en Irak, ¿qué derecho tiene nadie para retenerlos? Muchas veces, la decisión de marcharse ya está tomada antes de hablar con un consejero espiritual. Después de tantos problemas, es comprensible. La ayuda es muy personal y puede consistir en ayudarles a explorar sus posibilidades en Occidente: «¿Tienes algún tipo de formación? ¿Interesa esa formación en el país al que vas? ¿Conoces el idioma?».

La comunidad de Al-Khalil fue fundada en Nebek (Siria) por el jesuita italiano Paolo Dall’Oglio, en un monasterio que se remonta a los siglos V o VI, pero que llevaba 300 años abandonado: Deir Mar Musa el-Habashi, Monasterio de San Moisés de los abisinios. Experto en cultura árabe y ordenado en 1984 por el rito siro-católico —el que ahora usa la comunidad—, el padre Dall’Oglio comenzó la restauración del monasterio en 1984, y en 1991 fundó la comunidad de Al-Khalil. El año pasado, el archieparca de Homs, su obispo, aprobó la regla de la comunidad, que también cuenta con el visto bueno de la Santa Sede, a través de la Congregación para las Iglesias Orientales. «Al-Khalil es el título honorífico de Abraham, y significa amigo íntimo de Dios», explica el Hermano Jens.
Formada por una decena de monjes y monjas de diversos países, esta comunidad pone, en primer lugar, la vida espiritual como un absoluto, al estilo de los antiguos monjes del desierto. Se basa también en la pobreza evangélica, el trabajo manual —plantación de árboles, cría de cabras y ovejas, perforación de pozos— y la hospitalidad a todos. Quiere ser un lugar de oración y encuentro, donde todo creyente se sienta en casa.
La invitación del obispo caldeo de Kirkuk, monseñor Luis Sako, llegó en un momento providencial, frente a la situación de guerra civil en la que se encuentra inmersa Siria. La comunidad, por medio del padre Dall’Oglio, ha apoyado las peticiones de una reforma democrática. Esto, tras varios intentos de presión por parte de Damasco, le terminó costando al padre Dall’Oglio la expulsión del país, el pasado junio. De momento, se encuentra en Italia, pero, «si la situación de Siria no mejora —añade el Hermano Jens—, probablemente instale su sede en Irak».
Sin embargo, en Irak y, sobre todo, en el Kurdistán iraquí, habría que averiguar si la situación de los cristianos es tan desesperada como muchos sienten. Muchos dicen que no hay trabajo, lo cual no es verdad. Hay un boom en el norte. El problema es que los refugiados de otras partes del país [que en gran medida se han instalado aquí] no hablan kurdo, y muchas veces no están dispuestos a aprender. Hace falta mucha integración, y la iniciativa debe partir de los kurdos y de los cristianos.
¿Cómo les ayuda el Evangelio en su misión?
San Pablo apunta que, en la Iglesia, hay muchos carismas. Normalmente, a un santo no se le aplican por igual todas las Bienaventuranzas, tendrá una especialidad. Nuestra comunidad trabaja por la paz porque es su vocación. Porque Dios se hizo hombre, murió en la cruz y resucitó por amor a la Humanidad, creemos profundamente que ama a los hombres que se esfuerzan por cumplir los deseos de Su Padre. Y cualquier comunidad que intenta hacer eso es amada por el Hijo; y el Espíritu Santo les asistirá con su rayo de verdad, que mantendrá y dará testimonio de su historia y de su esfuerzo.

Los cristianos llevan en el actual Irak «2.000 años, desde mucho antes de que llegara el Islam». Hoy, reducidos a una minoría, han de ser —dice monseñor Luis Sako— el pequeño grano de mostaza, o una pizca de sal, para la sociedad iraquí. El obispo caldeo de Kirkuk tiene a su cargo a cuatro sacerdotes y a 20.000 fieles, el 4 % de la población. Pero «no soy obispo sólo para los cristianos, sino para todos. Jesús existió para todos, especialmente para los necesitados. Él vino a reconciliar a la gente», y ésa es también parte de la misión de la Iglesia: «Vivimos juntos, tenemos que reconocernos y respetar las creencias del otro para vivir en paz y armonía».
Monseñor Sako trabaja por esto a todos los niveles, desde la caridad y la educación —la diócesis ha abierto una escuela para niños cristianos y musulmanes—, hasta la mediación política. El pasado 26 de abril, convocó un encuentro de líderes políticos y religiosos con el lema Construyamos puentes para la paz, en el que unos 50 líderes, «con frecuencia adversarios, hablaron sobre la situación de Kirkuk de forma educada, sin tensión, amenazas ni denuncias», y firmaron un documento conjunto. La iniciativa fue muy alabada: «¡No todos los musulmanes son fanáticos! Nuestra presencia, nuestra moral y nuestro comportamiento, son valorados».
Con todo, el peligro existe. Pese a la relativa calma de la zona, también Kirkuk ha vivido atentados contra los cristianos. El mismo obispo salió indemne de uno en enero. «Nuestra Iglesia —explica— es apostólica porque es martirial. La fe es un lazo personal, existencial, con Cristo, a quien amamos y entregamos nuestra vida. Por Él, siempre debemos ir más lejos, incluyendo el sacrificio, expresión de lealtad absoluta a su amor». Pero no pueden hacerlo sin la ayuda de los cristianos de todo el mundo. Éstos «necesitan renovar su voto de seguir a Cristo, a la luz de los cristianos martirizados y perseguidos en Irak y otros lugares. La oración, la solidaridad y el apoyo de nuestros hermanos nos animan a permanecer en nuestra patria. Esta unión en la distancia nos ayuda a vivir en paz con nuestros vecinos musulmanes, a continuar nuestro testimonio de amor y perdón». Y concluye: «Ahora, más que nunca, somos conscientes de que creer es amar, y amar es dar. Hacemos lo que podemos, del resto se encargará Dios».