El encabezamiento de este artículo se hace eco del título que el Papa Francisco dio a las catequesis que, a lo largo de 2023, pronunció sobre la evangelización: La pasión por la evangelización, el celo apostólico del creyente. Al recogerlo manifestamos que, como sucesor de Pedro, Francisco ha sido un apasionado por la evangelización. Más aún, concluido su pontificado, podemos afirmar que quiso cargar sobre sus hombros la responsabilidad de alentar la reforma de una Iglesia que la hiciera más apta para el cumplimiento de su misión.
Para el Papa argentino, el impulso hacia la evangelización no debe obedecer tanto al deseo de que la Iglesia mantenga su influencia institucional —en un mundo cada vez más alejado de ella— cuanto al deseo de compartir la experiencia gozosa que provoca el encuentro con Jesucristo y que, de ningún modo, el creyente puede reservarse para sí mismo. Por lo demás, en todo ser humano hay una espera inconsciente del Evangelio y los cristianos no pueden dejar de responder a esta esperanza.
Esta convicción le es tan profunda que, de hecho, ya al inicio de su pontificado, en la exhortación Evangelii gaudium, Francisco invitó a cada cristiano a renovar su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él (EG 3). En la base de su impulso misionero subyace el convencimiento de que la alegría del encuentro se arraiga y desarrolla al testimoniarla y comunicarla a otros (EG 10). Para este Papa la Iglesia no podía ser vista como una ONG ni tampoco ser concebida como un dispositivo proselitista que busca «la propia gloria»; antes, en virtud de la fe y la unción bautismal, debe ser reconocida como el pueblo santo de Dios que camina entre los pueblos bajo el imperativo de la fraternidad y la evangelización.
Tengo la convicción de que esta es la clave fundamental para comprender la verdadera dimensión del magisterio que Francisco lega en su pontificado; el hilo de oro que a veces de un modo más visible y otras más invisible teje sus documentos y actuaciones pastorales. Sin ánimo de ser exhaustivo ni de hacer compartimentos estancos, enumero algunas de sus intervenciones.
Las encíclicas Lumen fidei (2013), en torno a la fe, y Dilexit nos (2024), sobre el Sagrado Corazón, junto con las exhortaciones Gaudete et exsultate (2018), referida a la santidad en el mundo de hoy, y C’est la confiance (2023), en el 150 aniversario del nacimiento de santa Teresa del Niño Jesús, vendrían a reforzar la experiencia cristiana y el arraigo en Jesucristo de todos los bautizados.
Por su parte, son testimonio de aliento y orientación al impulso evangelizador de la Iglesia las encíclicas Laudato si (2015), sobre el cuidado de la casa común, y Fratelli tutti (2020), sobre la fraternidad social. A ellas se añaden las exhortaciones Evangelii gaudium (2013), documento programático de su pontificado, y las emanadas de los diversos sínodos: Amoris laetitia (2016), sobre el amor en la familia, Christus vivit (2019) dirigida a los jóvenes, y Querida Amazonia (2020).
En la línea del estímulo de la evangelización y la reforma de la Iglesia también convendría recordar las constituciones apostólicas Veritatis gaudium (2017), por la que se reforman los estudios eclesiásticos, y Praedicate Evangelium (2022), por la que se acomete la nueva estructuración de la Curia romana y su servicio al mundo.
Junto a su magisterio, no conviene olvidar el sello misionero que ha dado a su estilo pastoral. No cabe ninguna duda de que las periferias existenciales siempre han estado presentes en sus iniciativas: su sentida solidaridad con los descartados de la tierra; la defensa contracultural de la vida en todo su ciclo vital; su proximidad a los emigrantes, otorgándoles una voz muchas veces negada; la reivindicación de los niños, jóvenes y mayores, marginados de una sociedad de producción y consumo, y la consiguiente promoción de una alianza intergeneracional, sus proclamas en favor de la paz. También sus viajes apostólicos han sido un verdadero testimonio y estímulo de esa Iglesia en salida que ha querido impulsar. Los países más empobrecidos han estado siempre es su punto de mira; también aquellos donde la fe cristiana vive en evidente minoría y marginalidad.
En un tiempo en el que nuestra sociedad —al menos la occidental— parece no tener oídos ni corazón para el Evangelio, el Papa Francisco ha querido transmitir a la Iglesia la convicción de que «Dios la primerea» y de que la fuerza de vida que ha procurado la Resurrección de Cristo es imparable, hasta el punto de que, en medio de la oscuridad, hace que brote algo nuevo que tarde o temprano dará su fruto. La misión evangelizadora de la Iglesia cuenta con esta esperanza y halla en ello el estímulo para humildemente ponerse al servicio de Dios y su Reino.