La alternativa de vivir la economía en comunidad - Alfa y Omega

La alternativa de vivir la economía en comunidad

El programa Ahorrar para Aprender propone la creación de grupos de ahorro, cuyos fondos sirven para dar créditos a sus miembros

Fran Otero
La junta directiva de la comunidad de Puente de Vallecas: Erika, Nancy y María Celeste. Foto: Fandiño.

Jorge Bolívar, CEO de Savinco, una empresa de finanzas sociales, no imaginaba, cuando llevó su proyecto Ahorrar para Aprender a Puente de Vallecas hace unos años sin éxito, que volvería en mitad de una pandemia para hacerlo realidad. Fue el padre Wooby Jacques, párroco de San Pedro Regalado, quien le sugirió promover de nuevo en el barrio una innovadora comunidad de ahorro, aprendizaje financiero y autofinanciación. El sacerdote ponía las personas y ellos la formación y la tecnología de un proyecto que estaba funcionando en Ecuador —donde nació—, Perú y, en menor medida, en España. Un proyecto en el que los integrantes ahorran una cantidad mensual en función de sus posibilidades que va a una caja común, y cuyo montante total se utiliza para financiar a los propios comuneros con intereses muy bajos y una gran flexibilidad.

Erika Benavides, María Celeste Pedernera y Nancy Loján son el alma máter de la comunidad de Vallecas, que ha tomado como nombre el de San Pedro Regalado, en honor a la parroquia que la vio crecer. Como presidenta, tesorera y secretaria, respectivamente, lideran un grupo de 30 personas que, en menos de un año, han conseguido ahorrar unos 10.500 euros y han realizado 20 préstamos —doce siguen activos— por valor de más de 12.000. Un dinero que ha servido para comprar materia prima para una pequeña empresa de dulces, para reformar una casa que la beneficiaria tiene en su país de origen, para adquirir una televisión y muebles, para pagar el carné de conducir… También ellas se han beneficiado. Nancy ha pedido dinero para pagar la universidad de su hija, mientras que María Celeste y Erika lo han hecho para comprarse un ordenador.

Savinco les ha ofrecido la formación, la tecnología —una app en la que registran todas las entradas y salidas de fondos y a la que todos los miembros tienen acceso— y acompañamiento.

La realidad de esta comunidad es lo más parecido a las que hay en Latinoamérica. En la de Puente de Vallecas funcionan con dinero en efectivo, pues muchas personas no tienen la documentación en regla y, por tanto, tampoco capacidad para el acceso a servicios bancarios. Esta falta de regularización hace imposible que el grupo se pueda constituir como una comunidad de bienes, una figura reconocida a nivel legal. Por tanto, en las asambleas mensuales se recogen las aportaciones —con un mínimo de diez euros, el valor de una participación— de los comuneros, se aprueban los créditos y se entrega el dinero a los beneficiarios.

Aunque el principal valor de estas comunidades es la confianza, tanto la junta directiva como un comité de crédito —formado por dos miembros— analizan las solicitudes para asegurarse de que hay una cierta viabilidad y proteger así los fondos de los comuneros. En cualquier caso, nada que ver con la banca tradicional. «Lo importante —explica Bolívar— es que son ellos los que se financian. En vez de llegar yo con mi dinero, tienen su pequeño banco y dependen de su capacidad de ahorro. Además, tienen que gestionar su dinero y, por tanto, aprenden. Es una forma de echarse una mano en comunidad».

Otra de las comunidades que hay en España —esta con más trayectoria: lleva en marcha casi tres años— se encuentra en Pozuelo de Alarcón. También nació bajo el paraguas de un centro religioso del que ha tomado el nombre, la Casa Cristo Rey, que gestionan los Cooperadores Parroquiales. A diferencia de la experiencia de Vallecas, allí están constituidos como comunidad de bienes y funcionan a través de una cuenta bancaria. En total la integran 71 personas.

Mar y Jorge fueron los primeros beneficiarios en Pozuelo. Foto cedida por Mar Bueno y Jorge Martín.

En ella han estado desde el principio Mar Bueno y Jorge Martín. De hecho, el matrimonio recibió uno de los primeros créditos. Lo pidieron para cancelar el que tenían con el banco —con un interés muy alto— para hacer una reforma en su casa. Lo recibieron en tres tandas, pues eran los inicios del grupo y no había muchos fondos. «Lo más increíble de esta experiencia es ver cómo gente que no nos conocía puso grandes cantidades, de hasta 4.000 euros, para que nos saliera el crédito. Fue una experiencia de fraternidad», explica Bueno.

Casos como el suyo —la cancelación de créditos abusivos— y la compra de bienes —automóviles, por ejemplo— suelen ser los más habituales, aunque también hay pequeñas empresas que necesitan en un momento algo de liquidez.

Tanto en Pozuelo de Alarcón como en Vallecas hay un denominador común: la comunidad va más allá de la gestión del ahorro y la entrega de créditos. Se generan vínculos y se ayudan unos a otros, como cuenta Mar Bueno: «En estos años, a mi marido le descubrieron un sarcoma en una pierna, un cáncer maligno. Lo compartes y ves que la gente reza por ti y muestra interés».

También se convierte en una forma de evangelización del mundo económico. «Es una manera cristiana de estar en la vida de hoy. El mensaje es brutal y por eso genera enemigos», afirma David de las Peñas, presidente de la comunidad de Pozuelo. Enemigos en el capitalismo, que solo busca el máximo beneficio, y también en el sistema bancario, pues estas comunidades son alternativa.

Un cambio de rumbo

Ahorrar para Aprender nació en 2014 después de que la Fundación Inversión y Cooperación –hoy convertida en Savinco, una empresa social– entendiera que los microcréditos no eran el mecanismo adecuado para resolver la necesidad de fondos de personas totalmente excluidas del mundo financiero. Tras varios años con el programa de microcréditos en Perú, en una visita a Ecuador para poner uno nuevo en marcha, descubrieron una comunidad de 90 personas que ahorraban un dólar al mes y se lo prestaban entre ellos. Les abrió los ojos y decidieron dar un giro de 180 º a su proyecto: «Nos cambió la forma de ver las cosas. Luego encontramos una experiencia parecida en Perú y decidimos cerrar los microcréditos», asegura Jorge Bolívar, CEO de Savinco.

La idea pasa desde entonces por resolver el problema de la falta de recursos financieros a través de grupos ahorro y el crédito que autogestionan. Son los propios beneficiarios los que financian los créditos a partir de su ahorro y reciben los intereses correspondientes. De este modo, las familias no tienen que acudir a la usura o a los microcréditos para satisfacer necesidades básicas, reducir sus dependencias o mejorar sus proyectos.

Desde su puesta en marcha se han formado un total de 860 grupos –la gran mayoría en Latinoamérica– que agrupan a 19.353 personas que han conseguido ahorrar casi siete millones de euros. Con ese dinero se han realizado 132.186 préstamos por valor de 57,2 millones de euros.

Las cifras tienen relevancia, según Bolívar, porque las personas que han reunido esas cantidades pertenecen al mundo rural y están excluidas del financiero. «Con este programa hemos demostrado que existe una solución al problema del crédito más allá de la usura y de las microfinancieras. De este modo, se rompe la dependencia y ganan en autonomía», concluye.