Estamos viviendo en este tiempo de Adviento una llamada especial a hacer presente la alegría del Evangelio. Faltan muy pocos días para que don César Franco tome posesión de su nueva diócesis de Segovia. En su ministerio que comienza y en las vidas de todos nosotros veo la dulce y confortadora alegría de evangelizar. Que mis palabras sean expresión de un recuerdo agradecido por tantos años dedicados al servicio del la archidiócesis de Madrid.
Este domingo pasado, nos decía el evangelio de San Marcos así: «Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos». Aquí está la alegría dulce y confortadora que es el mismo Jesucristo. Deseamos que llegue a todos los hombres, a través de todos los caminos; en todos los lugares en los que están, en las circunstancias reales de sus vidas, queremos que llegue Jesucristo, porque sabemos que Él es la alegría del Evangelio. Por eso vamos a poner todas nuestras fuerzas en anunciar a Jesucristo con nuestras propias vidas. Preparadle el camino. ¡Qué fácil es quedarnos en la vida sin caminos abiertos hacia Dios y hacia los demás! No nos quedemos vacíos por dentro. Aún recuerdo aquellas palabras del Beato Pablo VI cuando nos decía: «Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas… Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda recibir la Buena Noticia, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo» (Evangelii nuntiandi, 80).
Hemos recibido la alegría de Cristo. Es una alegría que mueve nuestra vida y nos impulsa a salir a la búsqueda de todos los hombres. No es una alegría que se cierra en nosotros, es abierta, comunicativa, va siempre en búsqueda, nunca se detiene, siempre sale. Se trata de construir un mundo mejor, de ahí también la urgencia de evangelizar y comunicar el don del encuentro con Jesucristo. Ello nos está pidiendo a toda la Iglesia que hagamos posible la promoción y formación de discípulos misioneros, como nos recuerda el Papa Francisco. Por eso, para un discípulo del Señor hay tres imperativos, para que sea verdad la dulce y confortadora alegría de evangelizar: 1) Id, siendo sal, 2) sin miedo, no volviéndonos sosos y 3) siempre sirviendo, siempre dando sabor.
1. Id, siendo sal: Hay que salir a todos los lugares en los que se encuentren los hombres, a todas sus situaciones existenciales. Pero hay que salir siendo sal, es decir, se sale con la gracia, la alegría, la gratitud, que brota siempre de un corazón que está unido a Jesucristo. El encuentro con Jesucristo es indispensable. No se puede salir para llevar lo nuestro. El discípulo misionero sale llevando a Cristo, lleva su fuerza y su amor, su gracia y su vida. Salir, hay que salir, pues si nos encerramos en nosotros, nos quitamos el oxígeno que necesitamos para vivir, es como si nos convirtiésemos en una llama a la que se le quita el oxígeno y deja de arder. Nuestra fe se hace viva, se hace fuerte, se dinamiza, en la medida que más se comparte y se transmite. Y es que hay una realidad ineludible: cuanto más se conoce a Jesucristo, más ganas tienes de darlo a conocer. Dar a conocer a Jesucristo, salir a todos, debe ser nuestra pasión.
Con Cristo, ¡sin temor!
2. Sin miedo, no volviéndonos sosos: Los miedos nos ponen tristes, nos encierran, nos incomunican, nos hacen culpabilizar a los demás. Es necesario escuchar al Señor, que nos dice: No les tengas miedo. La tentación de siempre, de todo discípulo, es decir que no estamos preparados. Así nos volvemos sosos y llenos de miedos. ¿No brota la alegría y la misión del Amor? Déjate envolver por el amor tierno y dulce que Dios te ha manifestado en Jesucristo. Él te ha dado su vida, te hizo partícipe de la vida de Dios. No tengas miedos. Con miedos, ¿cómo vamos a anunciar a Jesucristo? ¿Cómo vamos a vivir en la lógica de la desproporción que es la de la gracia y el amor? Siempre vienen a mi memoria y a mi corazón las palabras de san Pablo, «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1Cor 9, 16), y aquellas otras del Señor: «Yo estoy con vosotros, todos los días» (Mt 28, 20). ¡Qué vamos a temer! El miedo paraliza e instaura la incapacidad de dar sabor. Nada ni nadie nos puede apartar de ese Amor, que nos hace salir de nosotros mismos. El miedo nos vuelve sosos, sin capacidad para dar sabor. El miedo entristece y da cansancio para creer, esperar y amar. El discípulo misionero cree, espera y ama.
3. Siempre sirviendo y dando sabor: Solamente el discípulo se hace misionero si entra en la lógica de la donación de la vida y del amor que tienden siempre a comunicarse con todos los hombres, en aquella expresión del Apóstol: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5, 14). La dulce y confortadora alegría de evangelizar siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, siempre nos hace salir de nosotros mismos y caminar siempre de nuevo. Sirviendo y dando sabor hacemos esa gran revolución que necesita esta Humanidad, nada más ni nada menos que la revolución de la ternura que es Jesucristo mismo, a quien queremos entregar. Dar sabor y servir es hacer el cántico nuevo de acoger la vida de Jesucristo con todas las consecuencias. Y se hace canto con una vida en comunión con Jesucristo y teniendo la vida de los hombres, en la situación que estén, como pentagrama en el que escribimos las notas del canto, que no son otras que el mismo Jesucristo.
Nunca nos cansemos de mirar con los ojos del Señor a los demás y a todas las realidades en las que estamos o viven los hombres. La mirada de Jesús es la que necesitan, es el inicio de un encuentro verdaderamente humano, con ese humanismo verdad que tan bellamente se revela y manifiesta en Jesucristo.