La alegría de creer - Alfa y Omega

La alegría de creer

Alfa y Omega
Foto: Ignacio Gil, de ABC.

«Estoy embarazada!», así lo dijo la joven madre, con alegría desbordante, al conserje de la Universidad en la que estaba haciendo el doctorado, nada más entrar por la puerta. Lo supo la tarde anterior, y no se lo dijo sólo a su marido; se lo iba diciendo a todos los amigos y conocidos con los que se encontraba. No podía callar su alegría. Sucedió en Madrid, hace unos años. Y, hace dos mil, sucedió algo semejante. Esta vez, con la noticia definitivamente decisiva:

«¡Hemos encontrado al Mesías!», le dijo Andrés a su hermano Simón, a quien fue a buscar, a toda prisa, «y lo llevó a Jesús». Lo cuenta Juan el evangelista, discípulo como Andrés de Juan Bautista, el cual les había señalado a Jesús: «He ahí el Cordero de Dios», y lo siguieron. Al ver que lo seguían, Jesús les dijo: «¿Qué buscáis?» Ellos respondieron: «Maestro, ¿dónde vives?» Y Jesús: «Venid y lo veréis». Fueron, y vieron. «Se quedaron con él aquel día; era como la hora décima». No podían callarlo, y llevaron a Jesús a sus hermanos, a sus amigos, y éstos a los suyos. No explica más el evangelista. No hace falta. Aquella cadena de una alegría que no puede callarse continúa hoy, y seguirá «todos los días hasta el fin del mundo», como nos asegura el mismo Jesús resucitado, vivo y presente en su Iglesia, aquí y ahora.

Hemos podido comprobarlo muy de cerca en la Jornada Mundial de la Juventud, del pasado agosto, en Madrid. Benedicto XVI, en la misa de Cuatro Vientos, lo dijo con toda claridad: «No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios». Sin Él, no hay alegría verdadera posible. La liturgia de la Iglesia en el tiempo de Pascua expresa muy bien cómo Jesucristo resucitado es la fuente inagotable de la alegría sin fin que anhela todo ser humano, proclamando en todos y cada uno de los Prefacios de Pascua que, «con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría». Y, ya en la misa del tercer domingo de Adviento, la Iglesia se está preparando a la Navidad para «poder celebrarla con alegría desbordante».

La JMJ de este año 2012, celebrada el pasado Domingo de Ramos, tenía como lema la exhortación de san Pablo a los filipenses: ¡Alegraos siempre en el Señor!, y en su mensaje, Benedicto XVI muestra claramente cómo «la alegría es un elemento central de la experiencia cristiana», que ciertamente no se puede callar. Si se calla, es que no se ha dado en verdad el encuentro con Él. Por eso, como decía el Beato Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis splendor, de 1993, «urge recuperar y presentar, una vez más, el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente»; y en la exhortación Ecclesia in Africa, de 1995, recoge esta clarísima proposición del Sínodo de los Obispos de África: «Es necesario que la nueva evangelización esté centrada en el encuentro con la persona viva de Cristo». Si no es así, desde luego que no se da la alegría desbordante de Juan y Andrés, ni la de la joven madre doctoranda, pues, «en realidad —dice Benedicto XVI en su mensaje para la JMJ 2012—, todas las alegrías auténticas, ya sean las pequeñas del día a día o las grandes de la vida, tienen su origen en Dios, aunque no lo parezca a primera vista, porque Dios es comunión de amor eterno, es alegría infinita que no se encierra en sí misma, sino que se difunde en aquellos que Él ama y que le aman… Este amor infinito de Dios para con cada uno de nosotros se manifiesta de modo pleno en Jesucristo. En Él se encuentra la alegría que buscamos».

La Misión Madrid que ahora se pone en marcha, en la estela de la JMJ 2011 y a las puertas del Año de la fe, es preciosa ocasión para que se reavive este encuentro con Aquel que es la fuente inagotable de la alegría desbordante, Cristo resucitado, vivo aquí y ahora. En este encuentro, y no en otra cosa, consiste la nueva evangelización, a la que, con tanta fuerza, nos han convocado el Beato Juan Pablo II y su sucesor, que dice así, en su carta de convocatoria del Año de la fe, Porta fidei:

«Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe».