La agresión contra Armenia - Alfa y Omega

La noche del 12 al 13 de septiembre, a las 00:05 horas (hora local), las 22:05 horas en España, efectivos de las Fuerzas Armadas de Azerbaiyán atacaron las localidades de Goris, Sotk, Jermuk, Artanish, Kapan e Ishkhanasar —todas ellas en la República de Armenia— empleando morteros, drones, artillería y otro armamento pesado. El bombardeo alcanzó infraestructuras civiles y militares. A lo largo de la frontera se sucedieron escaramuzas. Murieron más de 200 soldados y tres civiles armenios. Casi 300 soldados resultaron heridos. El ataque azerbaiyano destruyó total o parcialmente 192 casas, tres hoteles, dos colegios, un centro de salud y un salón de bodas, entre otros edificios. Quedaron dañadas infraestructuras eléctricas, de agua y de gas, un puente y dos carreteras. No se salvaron ni los coches particulares: efectivos azerbaiyanos abrieron fuego contra dos de ellos, así como contra una ambulancia. Como denunció el primer ministro de Armenia, Nikol Pashinyan, ante la Asamblea General de Naciones Unidas, las autoridades armenias han tenido que evacuar a unas 7.600 personas; entre ellas, 1.437 niños y 99 personas con discapacidad. Tropas azerbaiyanas avanzaron sobre el territorio armenio unos siete kilómetros y medio cerca de Jermuk, pero el despliegue defensivo los detuvo. Las bajas azerbaiyanas ascendieron a 80 soldados muertos y unos 280 heridos. El día 14 se acordó un alto el fuego que dura, con tensiones ocasionales, hasta el cierre de esta edición. Azerbaiyán puede retomar en cualquier momento sus ataques.

Con motivo de esta agresión, Pashinyan invocó el Tratado de Seguridad Colectiva, la alianza defensiva que vincula al país con la Federación de Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán. El secretario de Estado de EE. UU., Anthony Blinken, expresó su preocupación por los bombardeos sobre Armenia y pidió al presidente azerbaiyano el cese de las hostilidades. En solidaridad con Armenia, la presidenta del Congreso estadounidense, Nancy Pelosi, visitó Ereván el día 17. El presidente francés, Emmanuel Macron, hizo un llamamiento para que Azerbaiyán respete la integridad territorial de su vecino. El Papa Francisco expresó su aflicción «por los recientes combates entre Azerbaiyán y Armenia». La Unión Europea dijo en un comunicado que «es imperativo cesar las hostilidades y que se vuelva a la mesa de negociación».

La referencia a «las hostilidades» resulta algo engañosa, porque sugiere que hay dos bandos enfrentados en una guerra convencional. Sin embargo, lo que se produjo el pasado día 13 de septiembre fue una agresión de un Estado contra otro, es decir, de Azerbaiyán contra Armenia. El territorio de Nagorno Karabaj, por cierto, queda a más de 200 kilómetros de las localidades bombardeadas. Allí continúa la violencia contra los armenios desde las posiciones azerbaiyanas, pero, al menos, hay tropas rusas desplegadas en misión de paz. Los bombardeos del día 13, en cambio, fueron directamente sobre la República de Armenia. La entrada de las tropas azerbaiyanas en el territorio armenio no dejó de ser una invasión.

Azerbaiyán está aprovechando su posición de fuerza en la escena internacional para tratar de debilitar a Armenia y ocupar parte de su territorio. Por un lado, la guerra en Ucrania centra casi todos los esfuerzos militares rusos, de modo que Azerbaiyán se siente libre para actuar contra Armenia sin que esta pueda contar con el apoyo ruso en virtud del Tratado de Seguridad Colectiva. Por otra parte, Bakú cuenta con el apoyo de Turquía, miembro de la OTAN y potencia regional que está desempeñando un importante papel en el conflicto de Ucrania.

En virtud de las sanciones y el cambio de la política energética respecto de Rusia, la Unión Europea depende del gas azerbaiyano para compensar la pérdida del gas ruso. El pasado mes de julio la UE cerró un acuerdo con Azerbaiyán para duplicar el suministro de gas hasta 2027. A través de Turquía, recibirá hasta 20.000 millones de metros cúbicos anuales en 2027. Bakú cree, pues, que quienes podían salir en auxilio de Armenia están ocupados o debilitados. De hecho, salvo declaraciones y muestras de preocupación, la comunidad internacional ha adoptado pocas medidas para detener la deriva belicista del régimen del presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev.

No es que las declaraciones de condena contra Azerbaiyán carezcan de importancia. La tienen, y deberían intensificarse. Países democráticos como Estados Unidos, Francia, Canadá, Luxemburgo y Chipre han señalado al agresor y han pedido el cese de hostilidades. Sin embargo, junto a estos pronunciamientos, es preciso que la Unión Europea adopte decisiones políticas y económicas, incluidas sanciones, que muestren a Bakú las consecuencias del belicismo y la agresión contra su vecino.

Suministrar energía a la Unión Europea no puede ser una coartada ni una causa de legitimación de agresiones militares.