Está manido esto de recordar que la vida es un juego. Sin ir más lejos, ya en el Medievo la rueda Fortuna campaba a sus anchas dejando gloria o desventura aquí y acullá. Se trata —como bien saben— de un juego apasionante, y a la vez aterrador, en el que a veces es necesario saltar al vacío para desplomarse, o bien, dejarse mecer por la desidia y quedar inmóvil en una esquina del día. El caso es que para sobrevivir hay que jugar, y esto, a veces, cansa.
La obra es una pieza de comedia negra, de esas en las que la sonrisa se te congela en el rostro cuando descubres el drama que entraña. Es verdad que el marco es el dolor, pero un dolor amable —si es que existe— donde cuatro hombres: un sepulturero que siente una predilección especial por las prostitutas y su compañía, un barbero con miedo a perder a su esposa, un actor en plena decadencia y un profesor de matemáticas huérfano de padre, se juntan para jugar una partida de cartas.
Pensarán que por desenmascararles ya les he destripado la historia, y nada más lejos de la realidad. La obra habla de soledad, de debilidad, de mezquindad, de abandono, de hastío y cobardía. Se pueden seguir añadiendo más sustantivos a esta lista, pero lo justo es que nos quedemos en esto de la ruina para entender mejor a los cuatro protagonistas que —créanme— están muy cerca de nosotros; viviendo en el piso de arriba, saliendo con nosotros a tomar algo, paseando de la mano… Da miedo descubrir que en parte todos estamos un poco rotos, como ellos, y que «quien no arriesga no gana», aunque a veces, eso sí, se pierde… demasiado.
No lo he dicho antes, pero estos cuatro pesos pesados de la escena (Miguel Rellán, Jesús Castejón, Ginés García Millán y Luis Bermejo) despliegan su buen hacer en un espacio muy concreto: una cocina. ¡Con lo que adoro yo esto de las cocinas! Un lugar visceral y anodino donde las vergüenzas se confiesan entre cacerolas y los amores se reflejan en los cristales de los vasos. El tema es que la cocina es el marco perfecto no solo para jugar la partida sino también para mostrar las miserias y compartirlas siempre de la mano de una copa de ginebra.
Tienen que dejarse caer por la sala Verde de los Teatros del Canal para disfrutarla. Les adelanto que el año pasado la obra obtuvo el premio Ubu en la categoría de mejor novedad extranjera en el Teatro Piccolo de Nápoles y es el arranque de una trilogía del director Pau Miró, que viene pisando fuerte, y mucho.
Lo mejor: la cotidianeidad. Les aseguro que es tan amorosamente familiar la estampa que les gustará verse reflejada en ella. De nuevo, lo mejor: los veteranos actores que le conducirán del amor a la rabia. Por qué no, lo mejor: el placer de disfrutar de una apuesta sencilla pero inquietante. Por poner un pero… el final. Pero ya saben, para contrariarme se deberían acercar hasta el teatro y ver y vivir la pieza que les espera. Reirán y sufrirán, a partes iguales. La vida, el juego, la fortuna… Mantener el norte en la encrucijada de la vida ya es más que admirable. Querer devorarla a marchas forzadas es una apuesta. ¿Están dispuestos a jugar?
★★★☆☆
Teatros del Canal
Calle Cea Bermúdez, 1
Canal
OBRA FINALIZADA