Juan Pablo II y Juan XXIII serán canonizados por el Papa Francisco, a finales de año. Un siglo de (Papas) santos - Alfa y Omega

Juan Pablo II y Juan XXIII serán canonizados por el Papa Francisco, a finales de año. Un siglo de (Papas) santos

En mitad de un siglo tan convulso, complejo y, en no pocas ocasiones, cruento y terrible como el siglo XX, Dios siguió suscitando santos en su Iglesia. Ésa es una de las grandes lecciones que dejan los últimos Decretos de canonización aprobados, el pasado viernes, por el Papa Francisco. Decretos en los que se aprueban los milagros realizados por intercesión del Beato Papa Juan Pablo II, y de los españoles monseñor Álvaro del Portillo –sucesor de san Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei– y la Madre Esperanza de Jesús, fundadora de las Congregaciones Siervas del Amor Misericordioso e Hijos del Amor Misericordioso. Además, el Papa ha reconocido el martirio de otros 42 nuevos mártires asesinados por odio a la fe durante la persecución religiosa en España, entre 1936 y 1939, y ha dispuesto, tras consultar a cardenales y obispos, una decisión muy poco habitual: que el Beato Papa Juan XXIII sea canonizado sin necesidad de aprobarse un segundo milagro. La fecha más probable para la canonización de los nuevos santos es el 8 de diciembre

José Antonio Méndez
Ceremonias de beatificación de Juan XXIII (3 de septiembre de 2000) y Juan Pablo II (1 de mayo de 2011).
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Beato Juan XXIII y Beato Juan Pablo II: Pedro, siempre junto a Cristo

En mitad del Año de la fe, el Papa Francisco vuelve a recordar a la Iglesia que la llamada a la santidad no es una mera bonita idea, sino una meta que se puede alcanzar incluso en los momentos complicados, y que la Iglesia del siglo XX ha dado grandes santos al mundo. Así, el pasado viernes, el Santo Padre aprobó el Decreto de Canonización por el que reconocía, entre otros, el segundo milagro realizado por intercesión del Beato Juan Pablo II. El milagro se produjo al día siguiente de la beatificación de Karol Wojtyla, el 1 de mayo de 2011, cuando la costarricense Floribeth Mora fue sanada de un aneurisma cerebral que le provocaba fuertes dolores de cabeza y una irrecuperable pérdida de movilidad en la parte izquierda de su cuerpo. Aquel 2 de mayo –tal y como explicó la propia Floribeth, el pasado viernes, en rueda de prensa–, después de haber seguido por televisión la ceremonia del Vaticano, la enferma vio una fotografía de Juan Pablo II «en una revista en conmemoración de la beatificación, y escuché una voz que me dijo: Levántate, no tengas miedo. Y me sentí curada». Días después, los informes médicos no dejaban lugar a la duda: no había ni rastro del aneurisma cerebral, nada. «Yo soy el testimonio de que Dios existe y que Él es muy grande», explicaba ante periodistas de todo el mundo Floribeth Mora.

Tras la aprobación de este milagro, queda por determinar la fecha de la canonización que, según ha confirmado el Portavoz de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi, «tendrá lugar, presumiblemente, a finales de año». De hecho, el Santo Padre ha convocado un consistorio extraordinario de obispos para abordar la canonización del Beato Pontífice, y ya se baraja, como la fecha más probable, el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, por la gran devoción que Juan Pablo II tenía a la Virgen. Además, esa fecha parece tanto más verosímil si se tiene en cuenta que, en la misma ceremonia, será canonizado el Beato Papa Juan XXIII, impulsor del Concilio Vaticano II y cuya profunda piedad mariana es también conocida.

El anuncio de canonización de Angelo Roncalli, el Papa bueno, no aparecía, explícitamente, en los últimos Decretos aprobados por el Santo Padre Francisco, sino que fue confirmado posteriormente por la Santa Sede. El motivo es que el Pontífice, tras consultar a obispos y cardenales, ha tomado personalmente la decisión de canonizar a Juan XXIII sin esperar a que se aprobase un segundo milagro por su intercesión. Un procedimiento excepcional que, sin embargo, está contemplado en el Derecho Canónico.

«Todos conocemos las virtudes y la personalidad del Papa Roncalli, y no hay necesidad de explicar los motivos de su canonización», aclaraba el padre Lombardi. No obstante, ya en el año 2000, Juan Pablo II beatificó a su predecesor (reconociendo así su santidad), tras aprobar un milagro realizado por intercesión de Juan XXIII: la curación de una religiosa italiana, sanada de una hemorragia intestinal que los médicos daban por necesariamente mortal.

Así, a los 50 años de la apertura del Vaticano II, el Santo Padre realza la figura de su gran impulsor y prepara el terreno para la más que probable beatificación de Pablo VI, el Papa que clausuró el Concilio, cuya Causa de canonización se encuentra muy avanzada. De este modo, el Pontífice pone de manifiesto que, en mitad del convulso siglo XX, y como en los primeros tiempos del cristianismo, Pedro sigue muy cerca de Jesús, porque, como dijo Benedicto XVI un mes antes de anunciar su renuncia, ante todo, «la Iglesia es de Cristo, no de Pedro».

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Venerable Esperanza de Jesús: Encarnar la misericordia

El 30 de septiembre de 1893 nacía, en Verda del Molino (Murcia), María Josefa Alhama Valera. Hija de una familia más pobre que humilde, pasó toda su infancia en una precaria vivienda de barro, que fue destruida por una crecida del río Segura. Analfabeta como sus ocho hermanos, pronto entró a servir en casa de un acaudalado comerciante de Santomera, cuyos hijos la enseñaron a leer y escribir. Un acto de gratitud que le marcó profundamente. A los 22 años ingresa como monja de clausura en el convento de las Hijas del Calvario, en Villena, pero la comunidad es tan pequeña que, en 1921, se tienen que integrar en la comunidad de las Hijas de la Enseñanza de María Inmaculada, de vida activa. Su vida de oración y su cercanía con Cristo son tan intensas que comienza a tener experiencias místicas, a sanar inexplicablemente cada vez que enferma, e incluso a sufrir peleas con el demonio. Así, la Iglesia decide trasladarla a Vélez Rubio y después a Madrid, para discernir sobre ella. Poco tiempo después, el Santo Oficio se pronuncia: en la Madre Esperanza de Jesús no hay engaño, sino un amor sincero por Dios y por los pobres. En 1930 funda, en Madrid, la Congregación de las Esclavas del Amor Misericordioso, pero, al estallar la Guerra Civil, se ve forzada a ir a Roma. Este viaje será providencial, pues en Roma se dedica a cuidar a los pobres, a los niños y a los enfermos que va dejando la Segunda Guerra Mundial. A pesar de su pobreza, saca de donde no hay para dárselo a quienes tienen menos. Con los años va realizando varias fundaciones por Italia, España y Alemania, incluida la rama masculina de la orden –los Hijos del Amor Misericordioso–, varios hospitales y el santuario del Amor Misericordioso, en Collevalenza, visitado por el entonces cardenal de Cracovia Karol Wojtyla, que volvería años más tarde como Juan Pablo II. El Beato Pontífice viajó al santuario en 1981, dos años antes de la muerte de la Madre Esperanza de Jesús, y allí reconoció la enorme labor caritativa que realizaban las Esclavas, como reflejo de la misericordia de Dios.

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Serán 522 los beatificados en Tarragona: 42 nuevos mártires españoles

Además de los Decretos sobre el Beato Juan Pablo II y el Siervo de Dios Álvaro del Portillo, el Papa Francisco firmó, la semana pasada, el último Decreto correspondiente a los mártires del siglo XX en España que serán beatificados, el próximo 13 de octubre, en Tarragona. Se trata de 42 nuevos testigos, con lo que, en total, serán 522 los mártires que subirán a los altares con ocasión de esta gran beatificación en el Año de la fe. Entre estos 522 mártires, hay 3 obispos, 431 consagrados y consagradas, 80 sacerdotes diocesanos, 3 seminaristas y 5 laicos. Más información sobre la beatificación de Tarragona, en la web: www.beatificacion2013.com.

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Cinco Siervos de Dios: Camino de los altares

Además de los milagros y de los martirios reconocidos por la Santa Sede, el Papa ha aprobado también las virtudes heroicas de cinco Siervos de Dios, cuyos procesos de canonización siguen adelante. Así, comienza un período de estudio para saber si, efectivamente, se ha producido algún milagro que acredite la santidad de Nicola D’Onofrio (1943-1964), italiano, clérigo de la Orden de los Clérigos Regulares Ministros de los Enfermos; de Bernard Philippe (1895-1978), francés, Hermano de las Escuelas Cristianas, fundador de las Hermanas Guadalupanas de La Salle; de María Isabel da Santíssima Trinidade (1889-1962), portuguesa, fundadora de la Congregación de las Hermanas Concepcionistas; de María del Carmen Rendiles Martínez (1903-1977), venezolana, fundadora de las Siervas de Jesús de Venezuela; y, por último, de Giuseppe Lazzati (1909-1986), italiano, laico consagrado.

Monseñor Álvaro del Portillo: Un pastor ejemplar al servicio de la Iglesia y de las almas

Me considero modesto testigo de la pasión de Álvaro del Portillo por la Iglesia. Trabajé muchos años cerca, por mi tarea en la Oficina de información del Opus Dei en España. Ante asuntos importantes –por ejemplo, la creación de la Prelatura Personal en 1982, o la beatificación del fundador de la Obra en 1992–, don Álvaro buscaba la unión con san Josemaría, que no pretendía otra cosa que el servicio a la Iglesia y a las almas.

Una manifestación neta de su amor a la Iglesia era la adhesión al Papa. Recuerdo un suceso tal vez menos conocido. Pablo VI –don Álvaro le conoció en Roma en 1943– le dispensó un especial afecto, que se tradujo en manifestaciones de filial confianza por parte de don Álvaro: al terminar una de las primeras audiencias al fundador del Opus Dei, en enero de 1964, don Álvaro saludó al Pontífice. Le recibió con alegría, recordándole sus primeros contactos: Nel frattempo sono diventato vecchio… (Desde entonces, me he hecho viejo). Y don Álvaro, con una reacción rápida, repuso: Ma no, Santità: è diventato Pietro (¡No, Santidad! Se ha hecho… Pedro).

Su trato fue muy intenso con Juan Pablo II. Se conocieron ya durante el Concilio Vaticano II, gracias a un amigo común, monseñor Andrzej Maria Deskur, prelado polaco, Secretario de una comisión conciliar. Don Álvaro era Secretario de otra, que emanó el Decreto Presbyterorum Ordinis, sobre la vida de los sacerdotes. Más allá de la lógica unidad de intenciones, de la obediencia leal y del cariño, Álvaro del Portillo es una expresión vital del amor al Papa con obras, como aprendió de san Josemaría.

Este trato particular se manifestó de manera singular el 23 de marzo de 1994, día en el que don Álvaro se fue al Cielo. A media tarde, el Papa Juan Pablo II acudió a velar los restos mortales del obispo prelado del Opus Dei. En la nave central de la iglesia prelaticia, rezó de rodillas unos diez minutos. Al levantarse, en vez del responso habitual, prefirió incoar la Salve y tres Glorias, antes de las invocaciones Requiem aeternam dona ei, Domine y Requiescat in pace.

Pero su amor a Dios se manifiesta también en otros frentes. Precisamente con la mentalidad laical de un ingeniero de Caminos brillante y discreto, y con el alma sacerdotal de un pastor bueno, Álvaro del Portillo puso en marcha, a lo largo de su etapa al frente de la Obra, decenas de iniciativas de asistencia social que contribuyen hoy a hacer más humano el mundo que vivimos.

El próximo Beato fue un don que la providencia puso junto a san Josemaría para que fuera su apoyo en la misión de difundir en el mundo la llamada universal a la santidad en la vida ordinaria. Fue un apoyo y un descanso, el hombre puesto por Dios para ayudar a un santo que ha sembrado afán de santidad por todo el mundo.

El viernes 5 de julio fue un día de providenciales coincidencias. Esa mañana, el Papa Francisco presentó su primera encíclica: Lumen fidei. Pocas horas después, firmó los Decretos que abrían la canonización o beatificación de varios nombres propios de la luz de la fe. Juan XXIII, Juan Pablo II, y Álvaro del Portillo son tres formas de una misma expresión: grandes hombres buenos, sacerdotes fieles, pastores y padres de corazón grande y generoso… Vidas de fe con obras que acaban en el Cielo.

Antonio Hernández Deus