Juan Pablo I: el Papa que vino de Venecia - Alfa y Omega

Juan Pablo I: el Papa que vino de Venecia

Francisco ha promulgado un decreto que abre el camino a la beatificación de Juan Pablo I. El futuro beato nunca olvidaría el consejo de Juan XXIII: era buena cosa estudiar teología, pero había que descender a lo práctico y hablar con sencillez

Antonio R. Rubio Plo
El Papa Juan Pablo I en el Vaticano, en 1978. Foto: CNS.

El Papa Francisco ha promulgado un decreto que abre el camino para la próxima beatificación de Juan Pablo I gracias a un milagro atribuido a su intercesión. De él se recuerda, sobre todo, el apelativo de Papa de la sonrisa y un breve pontificado de 33 días. Pero también hay que resaltar su labor como catequista, profesor, escritor y periodista.

Durante más de ocho años, Albino Luciani fue patriarca de Venecia, una sede antes administrada por otros dos Papas santos, Pío X y Juan XXIII. Sin embargo, los años de Luciani fueron algo más complejos que los de sus antecesores. Era la época del posconcilio, con las heridas de la división entre progresistas y conservadores. Al tiempo de llegar a Venecia, a Luciani se le tenía por progresista, pues participó en trabajos del Concilio Vaticano II, aunque, en la ciudad de los canales, le endosaron la etiqueta de conservador. Más que las etiquetas, al patriarca le dolían los ataques inmisericordes al Papa Pablo VI procedentes de uno y otro lado. Pero la reacción del Pontífice, que visitó Venecia en 1972, no fue otra que la de la fidelidad al Evangelio, lo que conlleva una fe más profunda, más comprometida e intensa. Una fe que es consecuencia del abandono en Dios, la fe de Montini, y la de Luciani.

El cardenal Wojtyla saluda a su antecesor en la silla de Pedro. Foto: Reuters / Vatican.

Cabe preguntarse si para un intelectual como Luciani, el patriarcado de Venecia no implicaba el riesgo de dejarse llevar de una nostalgia por las glorias del pasado. Quien piense así, a lo mejor, se figura que Dios se desentiende del tiempo presente, cuando todos los tiempos han sido queridos por Él. Además, la curiosidad intelectual de Luciani siempre estuvo moderada por la actitud del sacerdote que vive su fe y su misión. En Venecia, como en sus anteriores destinos, Luciani siguió «rindiéndose a Dios», en expresión de una de sus catequesis papales, y esto consiste en aceptar la propuesta que Dios tiene desde el día de nuestro nacimiento.

El patriarca hizo una vez la confidencia de que Pablo VI amaba Venecia por ser una ciudad poseedora del carisma de la belleza, hasta el extremo de infundir vida al hierático arte bizantino. Con todo, Luciani descubrió enseguida otra Venecia: la de Marghera y Mestre, zonas industriales próximas. Vivió una época de huelgas y tensiones sociales, uno de los efectos de la crisis económica de 1973, y llamó la atención sobre la suerte precaria de los trabajadores y sus familias. Visitó también algunas industrias, al igual que hiciera Montini como arzobispo de Milán.

Luciani en la bendición urbi et orbi del 27 de agosto. Foto: EFE.

Respecto a la atención de los necesitados por la Iglesia, Luciani solía contar una pequeña historia de Vladimir Soloviev, filósofo ruso convertido al catolicismo. Dos santos, san Casiano y san Nicolás, fueron autorizados a bajar del cielo a la tierra y lo hicieron con sus vestiduras episcopales. Un hombre, cuyo carro estaba atrapado en un lodazal, les pidió ayuda, pero san Casiano no quiso ensuciarse y solo san Nicolás le auxilió. De vuelta al paraíso, Dios observó las manchas en la vestimenta de san Nicolás. Alabó su conducta y le otorgó un grado de gloria mayor, mientras que san Casiano fue castigado a celebrar su festividad únicamente durante los años bisiestos. La conclusión del patriarca es que el corazón del cristiano ha de ser un corazón de carne.

Venecia no generó a Albino Luciani ninguna melancolía. La Venecia triste es un tópico de la época romántica. Sin embargo, en una homilía de Viernes Santo el patriarca dirigió un recuerdo a Alfred de Musset, que había llevado una vida disipada en la ciudad italiana. En un instante de lucidez, este escritor afirmó que los hombres de su tiempo habían pisoteado la imagen de Cristo reduciéndola a polvo. Pese a todo, Musset expresaba el deseo de recoger ese polvo hasta volver a formar la imagen del Crucificado y a continuación, arrodillarse ante Él. Este ejemplo sirvió a Luciani para subrayar que quien pretende destruir a Cristo, termina por destruirse a sí mismo.

Falleció el 28 de septiembre de 1978.

Todos los años predicaba el patriarca una homilía en la fiesta de san Marcos, patrono de Venecia. Atento a los detalles, se fijaba en el símbolo de la ciudad: el león alado que sujeta con una de sus garras el Evangelio sobre el que puede leerse Pax tibi, Marco, evangelista meus. Dicho símbolo le servía para recordar a su antecesor, Angelo Roncalli, que interpretaba la cita de esta manera: «¿Queréis la paz y el orden? Observad el Evangelio». En Venecia un patriarca de la humildad fue sustituido por otro, que adoptó el término humilitas como lema episcopal. Albino Luciani nunca olvidaría el consejo de Juan XXIII, cuando le nombró obispo. En privado le dijo el Papa que era una buena cosa estudiar teología, pero había que descender a lo práctico, y hablar con sencillez y claridad. Las anécdotas podían hacer a la vez escuela y pastoral. Albino Luciani lo de-mostró con su palabra y sus escritos.