Joseph Ratzinger, en Madrid - Alfa y Omega

Joseph Ratzinger, en Madrid

Ante el encuentro del sábado, con seminaristas, en la madrileña catedral de la Almudena, en la que, estando expuestas las reliquias de san Juan de Ávila, Benedicto XVI celebrará la Misa de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, el Delegado del Gran Canciller para la Universidad San Dámaso evoca las circunstancias en las que tuvo lugar el último encuentro, en Madrid, entre el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y los seminaristas. Sucedió tras una memorable conferencia en un Palacio de Congresos que resultó pequeño

Javier María Prades López
El cardenal Ratzinger, el año 2000, en la Facultad de Teología San Dámaso, de Madrid, durante el Congreso sobre la encíclica Fides et ratio

«Dicen que estamos locos, que Ratzinger no llena el Palacio». Monseñor Eugenio Romero y yo íbamos en el coche, Castellana abajo, comentando nuestra visita al Palacio de Congresos de Madrid. Lo habíamos contratado para celebrar una conferen­cia del Prefecto de la Congregación de la Fe. Sería el acto público dirigido a la ciudad, en el marco del Congreso Internacional que la Facultad San Dámaso dedicaba a la encíclica Fides et ratio. No se puede negar que también a noso­tros nos rondaba cierta inquietud: ¿no sería excesivo? Eran prácticamente dos mil asientos… para una conferencia de teología. Además, a Ratzinger muchos medios lo tenían acribillado: guardián de la ortodoxia, Prefecto del ex Santo Oficio, censor, inquisidor, PanzerKardinal… eran algunas de las lindezas con las que en aquellos años pretendían separarlo del pueblo cristiano.

íamos a pensarlo, desaparecían las dudas. Él había aceptado venir a San Dámaso, después de estudiar bien su agenda, y no podíamos desaprovechar la ocasión. Si difundíamos bien el acto, seguro que le iba a interesar a mucha gente. Pusimos incluso algunas pantallas fuera del anfiteatro por si acaso…

Más que un teólogo de oficio

Esa noche del 16 de febrero de 2000 se hizo patente que Ratzinger era algo más que un teólogo de oficio, o que un cardenal de curia. Los dos mil asientos del Palacio estaban ocupados, con gente en los pasillos y por las escaleras. En la calle queda­ban otras mil personas, que no pudieron entrar. Algún obispo que había llegado con la hora justa me lo decía, entre sorprendido y admira­do. Aquel desbordamiento me obligó a disculparme por escrito con algunas per­sonalidades importantes que tenían su invitación y no lograron acceder a la sala. Me vino bien una cura de humildad.

Lo di por bien empleado ante la oportunidad de que se pudiera reconocer la talla eclesial de Ratzinger. Sin duda que aquella noche escuchamos una exposición certera de algunos núcleos de la doctrina cristiana y asistimos a una espléndida conferencia. El ponente fue desgranando temas clave de la encíclica sobre la relación entre la verdad, las religiones y la salvación, o sobre la esencia de la cultura. E ilustró su argumentación bíblica, sistemática y cultural con citas de Platón, Lewis, Pieper, Eco, Flores d’Arcais, Reiser, Luz, Lessing, Troeltsch, Haecker o Ross, entre otros. La riqueza argumental y la capacidad de diálogo y confrontación con el mundo de las Humanidades clásico y moderno nos permitieron comprender por qué algunos intelectuales europeos agnósticos o no cristianos tienen en tan alta estima al pensador Joseph Ratzinger.

Benedicto XVI saluda a seminaristas, en el Seminario Pontificio Romano, en marzo pasado

Con todo, en el Palacio de Congresos se trataba de algo más que de una conferencia erudita. Los participantes pudimos ver y escuchar a un testigo vivo de Jesucristo presente en su Iglesia aquí y ahora. Tuvimos ante los ojos a un testigo eclesial de ese amor a la razón típico de la mejor teología católica, la que razona bien gracias a la fe, no a pesar de ella. Fue un testimonio creyente de un uso humano de la razón, y así nos invitó a aprender ese modo integralmente humano y cristiano de dialogar con las grandes cuestiones de nuestro tiempo. La claridad del testigo remite al interlocutor a la Verdad viviente que es Jesucristo. En el caso de Ratzinger, esa remisión a la verdad siempre tiene en cuenta las circunstancias históricas, el presente en el que vivimos. Por decirlo de otra manera, no se limita a exponer ideas correctas, sino que ofrece juicios sobre la realidad social, cultural y eclesial del momento. Así se había ido convirtiendo en punto de referencia para el camino de fe de tantos cristianos, ya sea en el mundo académico como en la vida cotidiana de las comunidades eclesiales. Al salir de la conferencia, no habían crecido sólo nuestros conocimientos sobre algunas cuestiones importantes, lo que propiamente había crecido era nuestra persona. Ésa era la diferencia que los participantes habían presentido cuando vinieron al Palacio y que se vio confirmada después de escuchar a Ratzinger.

El afecto de Madrid

Al día siguiente, el Prefecto compartió con nosotros unas horas en las que pudo admirar una selección de obras del Museo del Prado, para después, en compañía del cardenal Rouco, mantener un coloquio realmente existencial con los seminaristas y participar de una sesión del Congreso sobre la encíclica. Cuando se marchaba, nos dijo que la conferencia del Palacio de Congresos era el acto más numeroso y lleno de afecto que recordaba, junto a otra conferencia en Canadá que le había marcado hondamente.

Ratzinger terminó su conferencia con estas palabras: «El Papa Juan Pablo II ha salido al paso ante el peligro de enmudecimiento [de la Iglesia] con su parresía, con la franqueza intrépida de la fe, y ha cumplido un servicio no sólo para la Iglesia, sino también para la Humanidad. Debemos estarle agradecidos por ello». Algo similar podemos decir nosotros respecto del Papa Benedicto XVI. También por eso le estamos tan agradecidos ante su Visita a Madrid.