José María Avendaño: «He enterrado a más de 300 jóvenes por sobredosis» - Alfa y Omega

José María Avendaño: «He enterrado a más de 300 jóvenes por sobredosis»

El nuevo obispo auxiliar de Getafe trabajó en un hotel y como logopeda antes de ser sacerdote. En Leganés luchó contra la droga y el sida

Fran Otero
El hasta ahora vicario general posa en su despacho en Getafe. Foto: Fandiño.

Antes de entrar en el seminario estudió Magisterio y Logopedia. ¿Por qué?
Siempre me atrajeron muchísimo las matemáticas, la física… y por eso estudié Magisterio en la especialidad de Ciencias. Luego entré en contacto con una asociación que trabajaba con niños con discapacidad y esto me animó a estudiar Logopedia. Estudié en Madrid mientras trabajaba en un hotel como contable. Y me fui a la mili.

En un principio quería ser profesor.
Mi vocación era ser un buen profesor de matemáticas. Desde que tenía 14 años en el pueblo, Villanueva de Alcardete (Toledo), ayudaba a los chicos con más dificultades con la licencia de los maestros. Nunca suspendió ninguno y eso me motivó.

¿Cuándo le cambió Dios los planes?
Un día en el pueblo, tras volver de la mili, mi padre, Cándido, me llamó y me dijo que escuchase lo que decía un obispo en la televisión: «Si vuestros superiores os ordenan disparar contra vuestros semejantes, desobedeced».

San Óscar Romero.
Yo pensé: «Qué barbaridad, cómo un soldado va a desobedecer una orden de un superior». Me fui a dormir y al día siguiente mi padre me despertó contándome que a ese obispo lo habían asesinado mientras celebraba la Eucaristía. Me bajé de la cama, me puse de rodillas y le dije a Dios: «A este sacerdote lo han matado por ser amigo tuyo y de los pobres. Si quieres que sea sacerdote, aquí estoy». Padecí tuberculosis cuando era niño y la muerte de este obispo celebrando Misa en un hospital me conmovió.

¿Y después?
En septiembre de 1980 empecé a trabajar en Madrid como logopeda en una clínica con niños con discapacidad y me acerqué al seminario. Existía la posibilidad de que el Señor me llamara, pero quería trabajar porque mi padre estaba enfermo. Me recibió Juan Martín Velasco, luego Antonio Cañizares, y fui a ver al cardenal Tarancón. Me preguntó si iba a aguantar el ritmo, le dije que me ayudase y me puso una condición. Todo el dinero que ganase sería para mi familia. Él me pagaría el seminario. Me daba 5.000 pesetas para mis gastos. Ese hombre me dio mucha luz y me facilitó, junto con el rector, que empezara a estudiar.

¿Qué significa Leganés para usted?
Allí fui como seminarista y fui ordenado diácono y sacerdote. Estuve primero en la parroquia de El Salvador y luego en San Nicasio. El obispo auxiliar de Madrid Francisco José Fernández Golfín, luego primer obispo de Getafe, me hizo una encomienda: «José María, ayúdame. Aquí está muriendo mucha gente con problemas de droga, está empezando el sida. No vas a estar solo». Viví momentos muy delicados y tuve que recurrir a él. Habré enterrado a más de 300 jóvenes por sobredosis, por VIH. Dios es testigo de la alegría y el sufrimiento con el que viví todo aquello. Fundamos con las madres coraje la asociación Familias unidas contra la droga con el paraguas de la Iglesia y Cáritas. Ese mundo me marcó mucho y me afianzó mi vocación de sacerdote de Jesucristo.


Lleva en su lema la palabra caridad.

Soy testigo de que Dios es caridad. Y lo soy porque estuve en cama desde los 3 hasta los 10 años por tuberculosis, con la expectativa de la muerte. Mi padre me enseñó a leer y mi madre a rezar. En mi casa no había dinero —no me pudieron traer a Madrid, al Hospital Niño Jesús— y recuerdo a mi madre, Jorja, llevarme con ella a Cáritas para que nos diesen alimentos y ropa. Me decía: «No olvides, hermoso, de hacer lo que la Iglesia hizo por nosotros».

Jorja está en proceso de beatificación.
La veía como una madre buena. Cuanto estuve enfermo, ella y mi padre bajaban su colchón de lana a donde yo dormía y lo ponían en el suelo para estar a mi lado. Siempre me invitaba rezar a la Virgen de la Piedad, patrona del pueblo, y a invocar al Espíritu Santo. No sabía leer ni escribir, pero conocía el Evangelio, se sabía los textos. El anterior obispo auxiliar, José Rico Pavés, me dijo que veía en ella algo especial, que la Iglesia necesitaba la fe de los sencillos más que la de los teólogos, y me invitó a escribir su historia. Desde el día de su muerte llegan noticias de gracias y favores.

¿Y cómo vive usted todo esto?
Me sobrecoge porque soy hijo de Jorja. Me conforta y me emociona ver que esa madre que me cuidaba de niño ahora lo hace desde el cielo, muy cerca de la Virgen María.

Además de escribir, también pinta.
Un niño enfermo que no sabe escribir, pinta. Hay gente que dice que pinto monigotes, pero esos monigotes son las sombras alargadas de la gente que pasaba por mi ventana. Pintaba en el papel de estraza donde mi madre traía el arroz, que planchaba para que pudiera utilizarlo, y con un tizón de la lumbre. Así es mi historia con la pintura y por eso tengo una gran amistad con Teresa del Niño Jesús. Ella tuvo tuberculosis y pintaba. Pintar es una manera de dar gracias a Dios

¿Y cómo afronta esta tarea?
Vuelvo a mis padres. Soy consciente de que somos de Dios y si esto es la voluntad de Dios, no es una carga, sino una tarea que lleva cruz y gloria. Estoy contento por mi familia y por la diócesis, porque han nombrado obispo a un sacerdote de aquí. Quiero ser una ayuda para don Ginés, que es un padre para mí.