José Javier Parladé, el misionero de 81 años evacuado de Sudán, ya piensa en volver
El nuncio en el país se encuentra en Yibuti ayudando al anciano arzobispo emérito de Jartum a volar a Sudán del Sur
«Estábamos convencidos de que la situación de Sudán iba a explotar un día si no se arreglaba» la existencia de «dos ejércitos» paralelos —el oficial y los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido—. «Pero nunca pensamos que fuera a ser tan pronto» ni de forma tan virulenta, reconoce el comboniano José Javier Parladé. El lunes llegó a España evacuado desde Jartum con otros 33 españoles y 38 ciudadanos de otros países. Desde entonces no ha parado de atender a la prensa, que incluso le despertó de la siesta a las pocas horas de llegar a Madrid. «Pero estoy contento de que haya interés por el país».
Salió con ellos desde Jartum Luis-Miguel Muñoz Cárdaba, el nuncio en este país y Eritrea, de origen español. Pero él se quedó en el vecino Yibuti, donde el vuelo hizo escala, con las tres religiosas eritreas que vivían en la Nunciatura y el cardenal Gabriel Zubeir Wako, arzobispo emérito de Jartum. «Permanezco aquí para ayudarle a volar a Sudán del Sur. Estaremos alojados por el obispo local», escribía a Alfa y Omega.
«Todas las embajadas han evacuado» por la «situación dantesca en la capital», explica el nuncio. «Una familia que llegó pidiendo ayuda el domingo nos dijo que “las calles están todas llenas de muertos, los dejan y no hay quien se atreva a salir a recogerlos”», relata Parladé. Poco antes, de hecho, su comunidad en Jartum había sufrido un bombardeo que provocó un incendio. «Menos mal que fue después de poder celebrar la Eucaristía». Desde el comienzo de los enfrentamientos, multitud de balas habían caído sobre su casa. «Era un cruzarse de fuego constante». Pero fue en ese momento, tras el incendio, cuando los tres misioneros que vivían en la comunidad y algunos voluntarios decidieron dirigirse a una casita que tiene la congregación en Omdurman, a las afueras de Jartum.
Eso sí, primero comieron, «porque ya teníamos la comida preparada y solo Dios sabía si luego encontraríamos algo». El camino «fue larguísimo, había que ir despacio, con las ventanillas bajadas y banderas blancas, y continuamente los soldados nos paraban». Cuando llegaron, relata el comboniano, se enteraron de que precisamente en esa localidad se estaban reuniendo personas que iban a ser evacuadas por el Gobierno italiano. Fue entonces cuando se le planteó el dilema de huir o quedarse.
«Era un peso»
Unos días antes, en un mensaje dirigido a sus familiares en España, había asegurado que no querían irse porque cuando los europeos salieran los combatientes «iban a arrasar con todo y sería una masacre tremenda». Rechazó varias veces las advertencias de la Embajada de España, pero «insistieron e insistieron porque con 81 ya no iba a poder correr» si había peligro. «A la tercera llamada acepté, porque era un peso» para los demás y podía aumentar el riesgo para ellos.
Sin embargo, en ese primer intento de evacuarle «no hubo manera de salir de nuestra casa, los militares nos echaban para atrás. Llamé a la Embajada y probaron varias veces a enviar un coche, pero no llegó ninguno». El domingo por la mañana ya había asumido que no podría irse, porque pensaba que el vuelo había despegado ya.
Por eso, cuando al llegar a Omdurmán se enteró de la evacuación de los italianos, pidió sumarse a ellos aunque «no tenía dinero para luego comprar un billete a España y estaba preocupadísimo». Para su sorpresa, al llegar al aeropuerto de Jartum vio militares españoles y se enteró de que el avión no había salido. «Fueron amabilísimos». No solo le hicieron hueco, sino que «hasta llamaron a un médico al ver que era mayor, aunque yo les decía que no tenía nada». Luego, al subir al A400 con destino a la base de Torrejón, «nos dejaron a los viejos los asientos, porque era un avión militar de esos en los que la gente se sienta en el suelo».
«Cuesta muchísimo irse»
«Cuesta muchísimo irse», confiesa, después de pasar más de la mitad de su vida en Sudán y Sudán del Sur. De hecho, uno de los argumentos que esgrimía para no hacerlo cuando le insistían era que «en 52 años ni siquiera se me ha pasado por la cabeza irme, y me estáis pidiendo que lo haga en la vejez». De momento, intenta plantearse su estancia aquí «como unas vacaciones… hasta que vuelva».
De su comunidad se queda el párroco, «que no tiene ninguna intención de irse». El otro comboniano que estaba con ellos estaba de viaje, e intentará llegar a su destino final. Lo mismo ocurre en el caso de la archidiócesis de Jartum: se ha evacuado al arzobispo emérito, el cardenal Wako, por edad; pero queda sobre el terreno el arzobispo, Michael Didi Adgum Mangoria.
Otra misionera que ha logrado salir del país es la comboniana Conchita López Leal, buena conocida de Parladé. En 2021, recibió la Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica en reconocimiento a sus casi 50 años en el país, donde llegó en 1975. Durante su vida misionera, vivió en sus carnes los 22 años de guerra civil, y en alguna ocasión incluso tuvo que hacerse cargo sola de la misión en la que estaba, en Malakal.