José Ángel Agejas: «No creo que la competitividad haga inevitable la mentira» - Alfa y Omega

José Ángel Agejas: «No creo que la competitividad haga inevitable la mentira»

José María Ballester Esquivias
Foto: Universidad Francisco de Vitoria.

José Ángel Agejas lleva impartiendo la asignatura de Ética en la Universidad Francisco de Vitoria prácticamente desde que fue creada. Una atalaya idónea tanto para observar la evolución de la mentalidad del alumnado como la de una sociedad a veces algo reticente hacia los sanos principios.

Uno de los conceptos que más fuerza está cobrando es el de transparencia a toda costa. ¿Es la clave para la mejora ética del país?
Si todo es transparente, al final no se ve nada. Aquí, lo que se entiende por transparencia es que se pueda ver lo que puede ser visto. Hay un concepto previo de decisiones éticas prudenciales, con responsabilidad hacia fuera y que, por lo tanto, no estoy autorizado a ocultar lo que debe ser visto.

Sin embargo, ni los códigos éticos de los partidos ni los de las empresas han frenado el deterioro. ¿Se agotará su validez?
Defiendo el valor de los códigos siempre y cuando sean asumidos por una voluntad libre y responsable. Para no tener problemas, se puede hacer. Pero al final, hecha la ley, hecha la trampa. Cuanto más formalice un código cuáles son los deberes, más fáciles es saltárselos. Cuando se asume la obligación de decir la verdad, tratar a los demás con respeto y no robar, no hay que concretar demasiado. Los códigos pueden ayudar, pero lo importante es formar en la exigencia. La responsabilidad de hacer el bien es de uno, no de que le controlen. Si no existe esa voluntad, los códigos se saltarán constantemente.

Será mejor entonces limitarse a un conjunto de reglas genéricas.
Sí. Cuando Don Quijote nombra a Sancho gobernador de la ínsula Barataria le dice: «Las leyes que sean pocas y se cumplan».

En el ambiente globalizado que nos tocará vivir, ¿tendrá la picaresca española los días contados?
No me gusta flagelarnos demasiado con lo de la picaresca: fue solo un género literario. En todos los países hay y habrá pillos.

En unos más que en otros.
En unos se sabe más que en otros. Un colega especializado en ética empresarial les dice a sus alumnos: «Vayáis donde vayáis, siempre habrá alguien que trate de medir vuestro precio».

Con picaresca o sin ella, hay tendencias negativas perceptibles. El problema es si se pueden corregir y cómo.
Todos deberemos tener conciencia de que no se podrán tolerar determinados comportamientos porque «son de los nuestros».

Otro rasgo latino: la fidelidad a las personas por encima de la fidelidad a los principios.
Sí, pero aquí más que a las personas es al grupo, porque hay una dinámica en la opinión pública que es la de generar banderas: «Los míos, hagan lo que hagan, son buenos, y los contrarios son malos».

¿Será así siempre?
No creo que tenga que ser así siempre.

¿Y de quién dependerá?
De todos, principalmente de las familias.

¿Podría dar un ejemplo?
El padre que anima al hijo a hacer trampa en un examen porque lo que importa es aprobar.

Como la sociedad será cada vez más competitiva, puede que sea inevitable.
Pensando en el futuro: no creo que la competitividad haga inevitable la mentira; debería potenciar el sentido de la excelencia. Quien mienta más, podrá alcanzar resultados a corto plazo. Pero no a medio y largo plazo: siempre tratará de huir hacia adelante.

¿Quién será más competitivo?
El mejor en lo suyo, ya sea ajustando tornillos, descifrando manuscritos en sánscrito o diseñando nuevas tecnologías.

Pero la competitividad también ha dejado a muchos en la cuneta; por lo que será necesario encontrar vías para conseguir una sociedad más inclusiva.
No hablaría tanto de competitividad como de rentabilidad a toda costa. Todo dependerá de cómo se diseñe el sistema.

La ética está bastante deteriorada en la vida pública española. ¿Cabe esperar mejoras de cara al futuro?
Tiendo a ser optimista. Lo cual no quiere decir ingenuo. Más que optimista, para aclararnos, sería mejor decir esperanzado. Creo que al final el ser humano tiende al bien, no sin problemas ni caídas. Creo que el problema de la ética pública es más un problema de corrupción de los individuos, más que de la institución o de las instituciones públicas.

¿En qué sentido?
Todas las crisis de la modernidad y de la posmodernidad han ido deteriorando de muchas maneras las distintas relaciones personales, familiares, sociales profesionales… y han terminado mostrando la debilidad de un proyecto que no compromete a la persona con su bien y con el bien público. Y ahí es donde creo que está el núcleo. La diferencia entre España y otros países, más nórdicos y protestantes –aunque generalizar siempre es un problema–, no es que haya más o menos ética –personal o institucional–, sino una cierta tolerancia social al fallo o a hacer un poco la vista gorda. En los países de tradición protestante, de derecho sajón, se tiende más en lo aparente a guardar las formas. Pero la apariencia de las formas no siempre indica una mayor salud ética.

¿Se podría inspirar España en alguna de esas costumbres para mejorar, de cara al futuro, la calidad de su vida pública?
Creo que nos deberíamos inspirar en nuestra tradición, en nuestra manera de ver y hacer las cosas. Que haya una cierta tolerancia pública al mal no quiere decir que a la gente tenga que parecerle bien. Sería más partidario de recuperar los principios de la caballería, o los del buen ciudadano. Un súbdito del rey en España era alguien comprometido con una serie de principios que, al final, estaban también iluminados por la fe. Por lo tanto, no era un desentenderse del bien público, sino un asumir personalmente que yo tengo que hacer el bien, y no esperar a que otros lo hagan o que se mantenga fuera. Sería mucho más positivo recuperar esa tradición porque está más en nuestra manera de ver y entender las cosas.

¿Qué carencias de los españoles habría que corregir para hacer un país más saludable en los años venideros?
Hay que apostar por la salud de la familia: es en la familia donde uno descubre que es querido por sí mismo y no por lo que aporta. Normalmente no aporta, si es que llega a aportar algo, hasta muy entrado en la edad adulta. Luego, el sentido de la gratuidad del «tú has sido querido por ti mismo», eso se descubre en la familia. También se descubre en la familia de verdad, en el matrimonio, cuál es el reto de toda persona: la aventura de un compromiso de por vida. Es verdad que hoy pocos creen en la gratuidad y nadie cree en el compromiso.

¿Por culpa del deterioro rampante?
El corazón humano necesita compromiso y el ser humano necesita la entrega. Que la familia siga siendo la institución más valorada, pese a los ataques que recibe, indica que el español solo se siente de verdad acogido en familia y ahí sabe que puede dar lo mejor de sí mismo. Luego lo dará, no lo dará, se equivocará o no, meterá la pata o se peleará con sus hermanos. Pero es la institución donde uno aprende el compromiso ético de la vida. No hay ninguna predisposición ética que no se haya entrenado previamente en la familia.

Pasemos de la familia a la clase dirigente (en sentido amplio). Los empresarios, por ejemplo. ¿Tendrán que mejorar sus prácticas y costumbres para ganar credibilidad?
A quienes tienen más responsabilidad, porque son más visibles, quizá les cueste más asumir esa perspectiva a largo plazo. Parece que piensan en los intereses más inmediatos. Qué educación queremos dejar a nuestros hijos y nietos es algo que no entra en sus planes. Hay una serie de elementos de cortoplacismo que marcan mucho más esas decisiones. Pero que en el caso de la mayoría de la sociedad que no tiene una visibilidad tan grande, sin embargo, tiene más peso la responsabilidad: pienso en el pequeño empresario o en el profesor que está en clase.