Joline, ex niña soldado: «Me entrenaron para matar. Mi cerebro era solo para eso»
En el Día Internacional contra el Uso de Niños Soldado, Entreculturas pone el foco en las niñas secuestradas para ello en Sudán del Sur y en las dificultades para reintegrarse
«Me entrenaron para matar. Mi cerebro era solo para eso. Si alguna vez me negaba a hacer algo, simplemente me azotaban hasta que aceptara». Así fue la vida de Joline durante dos años. Los 24 meses que pasó en manos de un grupo armado en su país, Sudán del Sur. La secuestraron cuando tenía 15 años con otros cuatro niños durante un ataque a su pueblo.
«Mataron a mis dos padres. No lo vi, pero me mostraron sus cuerpos antes de llevarme. Ese recuerdo todavía me persigue», relata. Luego, los secuestradores asesinaron a tres de los pequeños como muestra de poder y para intimidar a la muchacha y a otro niño. Estaban destinados a convertirse en dos más de los entre 7.000 y 19.000 niños soldado que hay en el país.
A pesar de las palizas y la manipulación, Joline consiguió preservar su libertad interior. Por eso, cuando la enviaron junto con dos niños a por agua, se armó de valor y aprovechó para salir corriendo y esconderse en el bosque. Observó de cerca cómo la buscaban, hasta que se rindieron al caer la oscuridad y pudo pedir ayuda en un pueblo cercano. Allí entró en contacto con el Servicio Jesuita a Refugiados (SJR), que tiene un programa específico para esta realidad.
Así llegó su caso al conocimiento de Entreculturas, que ha dado a conocer su testimonio y el de otras dos muchachas (con seudónimo) en el Día Internacional contra el uso de Niños/as Soldado. La ONG se ha centrado en ellas, dentro de su campaña La luz de las niñas, para denunciar que según Naciones Unidas el número de chicas secuestradas aumentó en todo el mundo un 30 % en 2022. Muchas a manos de grupos armados, asegura.
«Cosas que ni puedo mencionar»
Como a Joline, a Marlene también la adiestraron para ser una buena combatiente, a pesar de que al principio intentó resistirse. A su padre sí lo asesinaron delante de ella. Luego, el grupo paramilitar que los atacó intentó que matara a su propia madre. Se negó. Sin embargo, con el paso de los meses, empezó a comportarse como una más del grupo. Su tío también era miembro, por lo que tenía protección. Le ofrecieron incluso casarse con el jefe.
Shannon, en cambio, en vez de para combatir fue secuestrada para ser la sirvienta de los hombres. «Me hicieron recolectar leña, traer agua, cocinar… y otras cosas que ni siquiera puedo mencionar». Por fin, reunió el valor necesario para escapar. «Estaba tan perdida…», recuerda. «En el momento en que llegué al primer pueblo, terminé yendo a una iglesia». Allí encontró personas que la atendieron, la ayudaron a encontrar a su madre y la llevaron con ella.
Los ojos de Marlene se abrieron a lo que significaba su nueva realidad cuando un día «me convencieron de atacar a mi tía, que iba camino a la casa de mis abuelos. La atraqué en el camino y le robé todo». Al volver comenzó el arrepentimiento: «Había robado a mi propia familia. Lo que estaba haciendo no estaba bien». Pidió ayuda a su tío y escapó de noche. El jefe de un poblado al que llegó la llevó hasta su madre, que la recibió al grito de «¡la perdida ha vuelto! ¡La perdida ha vuelto!».
«Tenían miedo de mí»
Sin embargo, para las tres era solo el comienzo. «Después de dos años en el bosque, me resistía a usar un colchón para dormir», confiesa Joline. Sentía el impulso de salir y pasar la noche al raso. Para Marlene, lo más difícil fue el rechazo de su entorno. «Tenían miedo de mí. Pensaban que había vuelto para matarlos a todos. Cuando iba a buscar agua, la gente corría». Su única ayuda fue el jefe del pueblo. «Le decía a la gente que yo era una persona nueva, que ya no era la misma de la selva».
Lo que le pasó a Marlene es muy habitual, asegura Laura Lora Ballesta, especialista en Género y Derechos Humanos y responsable de comunicación de La luz de las niñas: «El estigma puede acompañarlas durante toda su reinserción en la sociedad, privándolas por segunda vez de su derecho a tener una infancia digna». Un problema añadido es, según Entreculturas, que «la falta de visibilidad de las niñas soldado provoca que no existan programas de atención específicos» pensando en sus necesidades. Ni en el país africano ni en el resto del continente.
Por eso es fundamental la labor del proyecto para estas muchachas del SJR. Su equipo intervino en la comunidad de Marlene para disipar malentendidos y fomentar su reintegración. También ofrecen a las chicas becas educativas y ayuda para volver a poder convivir y relacionarse en sociedad. Con su apoyo, Joline pudo volver a dormir dentro de casa y está feliz con su hermana. Shannon sueña con seguir estudiando y convertirse en presidenta de Sudán del Sur.
Sin embargo, a todas les queda mucha lucha por delante. «Algunos días estoy feliz, porque estoy de vuelta y estoy en la escuela», reconoce Marlene. Pero «otros días, estoy triste, porque recuerdo las cosas que hice».