Jesús no logra ocultarse - Alfa y Omega

Jesús no logra ocultarse

Jueves de la 5ª semana del tiempo ordinario / Marcos 7, 24-30

Carlos Pérez Laporta
La mujer cananea. Miniatura de Las muy ricas horas del Duque de Berry Folio 164r. Museo Condé, en Chantilly, Francia.

Evangelio: Marcos 7, 24-30

En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro.

Entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse.

Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies.

La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija.

Él le dijo:

«Deja que coman primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella replicó:

«Señor; pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños». Él le contestó:

«Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija».

Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.

Comentario

Al llegar a Tiro, Jesús «entró en una casa procurando pasar desapercibido». Si Él es quien nos hace visible a Dios, ¿por qué no quiere ser visto? ¿Cuántas veces buscamos al Señor y parece que se nos esconda? Ya sabemos que la presencia de Dios es inalcanzable para las fuerzas humanas; pero, ¿acaso no se hizo hombre para acercarse a nosotros? ¿Por qué se hace el huidizo?

Lo hace para despertar el deseo. Porque solo si le buscamos podemos llegar a encontrarlo. Cristo es el amado que se esconde para avivar el deseo, para abrir nuestro corazón de par en par, y que podamos acogerle con toda el alma en nuestro encuentro.

Por eso, aun cuando es avistado, no se entrega tampoco completamente a la visión. Va dándosenos en la medida en que podemos recibirle, a medida en que nuestro corazón va abriéndose, poco a poco.

Ese es el sentido de la conversación con la mujer sirofenicia. Cuando Jesús parece no prestarse a su petición, ella dilata su anhelo y muestra todo el alcance de su necesidad de Cristo: «Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños». Todo en ella es necesidad de Cristo, hasta el punto de estar dispuesta de saciarse con cualquier cosa que venga de Él, hasta las migajas.

Es por ese motivo que dice el evangelista que, pese a su sigilo, Jesús «no logró ocultarse». Jesús no logra ocultarse allí donde encuentra un corazón puro que suplica por su misericordia: es incapaz de esconderse por demasiado tiempo, porque también Él desea dicho encuentro.