Javier Paredes: «No habrá renovación cultural sin búsqueda de la Verdad»
Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá hasta su jubilación reciente, Javier Paredes, autor de diversos libros sobre el siglo XIX español y de una sólida biografía del empresario Félix Huarte, es también editor, columnista y locutor, habiendo oficiado durante años en las ondas de Radio Intereconomía. Nunca ha tenido pelos en la lengua en ninguna de estas ocupaciones, sobre todo cuando está en juego la fe católica.
¿Cómo ve a España en 2050?
Acostumbrado como historiador a ver el pasado de España y no el futuro, me pregunta usted cómo veo la España de 2050. Por la misericordia de Dios para ese año, espero verla desde el Paraíso.
¿Cómo la quisiera ver?
Quisiera ver a una España fiel a sus raíces cristianas y liberada de los impedimentos que en la actualidad le impiden ser una nación cristiana como siempre fue. Esa es la esencia de España.
¿Hay una fórmula para liberarse de esos impedimentos en los próximos años?
La fórmula tiene una palabra bien concreta: coherencia. Me voy a referir a dos incoherencias que están impidiendo que en España afloren la doctrina social de la Iglesia y el cristianismo.
La primera.
La incoherencia política. No es tanto el problema de los políticos enemigos de la Iglesia o contrarios a su doctrina como el de los políticos católicos. Con todo, tengo que decir que desde la Transición no ha habido, a excepción de un solo político, ninguno al que por sus actos externos –los internos no los juzgo– se haya portado coherentemente. Solo puedo decir que el único coherente ha sido Blas Piñar.
¿Los demás?
No solo no han dado la cara por Cristo, sino que han contribuido a que en España se vuelva la espalda a Dios. Por todo ello, la fórmula es que los políticos en actividad sean coherentes. Y los que ya no lo son, que reparen el daño causado.
¿La segunda incoherencia?
La cultural. Se habla mucho de la necesidad de una batalla cultural, pero de una batalla cultural profunda. La búsqueda de la Verdad, la Belleza y el Bien se hizo en un invento que hizo la Iglesia. Se llama universidades. Las públicas han abandonado el estudio de la Filosofía, pero lo más grave es que las que han surgido fomentadas por instituciones religiosas no tienen facultad de Filosofía, no se estudia a santo Tomás.
En algunas, sí.
En dos o tres, pero no se estudia a santo Tomás como han recomendado los Papas. Sin esta búsqueda de la Verdad, seria y profunda, la renovación cultural de España no será posible: las universidades privadas que han salido al calor de las instituciones religiosas harían muy bien en renovar los estudios filosóficos y teológicos, raíz de la batalla cultural. Lo demás son parches.
¿Será solo responsabilidad de las instituciones católicas?
La misión de la universidad es la búsqueda de la Verdad. También de las públicas. Las universidades católicas tendrían que dar ejemplo en sus actuaciones, programaciones de las carreras y demás actividades en buscar la Verdad y no estar sujetas al principio, como parece ser en muchas, de hacer caja con la matrícula de los alumnos.
Se supone que las universidades, por muy católicas que sean, tienen necesidades de rentabilidad: tampoco su futuro pasa por un déficit permanente.
Han de ser sociedades deficitarias si lo son. Y si no se pueden mantener, habrá que cerrarlas: una universidad católica que no defiende el ideario de la doctrina social de la Iglesia no tiene razón de ser.
¿Alberga cierto optimismo respecto de una nueva generación de políticos católicos fieles a la doctrina? O, aunque no lo sean, que permanezcan fieles a ciertos valores.
Desgraciadamente, en la actualidad no veo a ningún político decidido, clara y determinantemente, a abolir las leyes inicuas, empezando por la más inicua de todas: la del aborto. No se atreven. Y ese es el camino que seguir según la doctrina que nos enseñó Juan Pablo II en su primer viaje apostólico, cuando lanzó su grito al cielo: «¡Nunca se puede justificar la muerte de un inocente!».
Hay políticos y asociaciones provida que dicen obrar en ese sentido.
Les preguntaría: ¿qué parte de la Palabra aún no habéis entendido nunca?
Pasemos a la Historia, materia de la que usted es catedrático en su vertiente contemporánea. ¿Será posible, y cómo, ponerse de acuerdo sobre su enseñanza?
La primera condición para ponernos de acuerdo, para poder trabajar y para poder hacer Historia, es que nos dejen hacer Historia. Y eso exige la inmediata abolición de la Ley de Memoria Democrática, ley que no solo impide el acuerdo entre historiadores, sino que va a impedir la acción e investigación libre de la Historia. Mientras no haya una reacción general contra la intromisión de la política y la manipulación histórica, no habrá manera de que la Historia avance.
¿De ninguna forma?
Avanzará, evidentemente, por el esfuerzo individual, pero institucionalmente, si el poder controla la Historia, esta se convertirá en un páramo, en un desierto: no habrá florecimiento de la Verdad; porque la Historia exige investigación y libertad, poder decir las cosas como son y no ponerla al servicio del poder político. Tenía que haberse producido, en primer lugar, una primera reacción de todas las universidades públicas; en segundo lugar, de la Real Academia de la Historia. No ha habido reacción contundente al Gobierno socialcomunista que tenemos en España.
Bien, ¿pero habrá paz historiográfica sin vencedores ni vencidos?
Entre historiadores no puede haber ni vencedores ni vencidos, porque entre historiadores se puede estar de acuerdo con lo que uno diga o no. Habrá diálogo, debate y discusión. Pero en la realidad, vaya que hay vencedores y vencidos. Menos mal que en algún momento hubo vencidos: menos mal que en 1936 perdieron la guerra socialistas y comunistas y las tropas nacionales pararon la persecución religiosa. Eso es lo que hoy se quiere ocultar. Y lo que no se puede derrotar es la Verdad.
Por lo tanto…
… si por una Historia sin vencedores ni vencidos se entiende que hay que desterrar la verdad de lo ocurrido, eso no es una Historia sin vencedores ni vencidos, sino una Historia manipulada. Lo cierto es que hubo persecución religiosa. Y hubo mártires que no son mártires del siglo XX ni de la década de los 30, como se les denomina oficialmente, sino mártires que murieron por defender su fe, por odio a su fe, por socialistas, comunistas y anarquistas durante la II República y la Guerra Civil.
¿Serán los dos próximos siglos de la Historia de España igual de inestables que los dos últimos?
He escrito en varias ocasiones que la Historia es la historia de la libertad porque es la acción de los hombres, no la acción de leyes como la lluvia o demás leyes físicas. Y como la Historia la hacen los hombres, los próximos siglos serán inestables porque loa inestabilidad y la carencia es la condición propia de los hombres: todos los siglos han sido inestables, de unas inestabilidades o de otras.
Los dos últimos siglos lo han sido especialmente.
Desde luego que tenemos el recuerdo de la Guerra Civil del siglo XX, pero no podemos olvidar que, para inestabilidad, la del XIX, donde hubo un momento en el que tuvimos el récord de guerras civiles. Hasta tres a la vez: la de Cuba, la tercera carlista y las cantonales, guerra civil subdividida en varias guerras civiles. No sé si la inestabilidad será de guerras civiles o de inestabilidades sociales o económicas, pero, mientras en la tierra haya hombres, la inestabilidad nos acompañará.