Javier Borrego: «Sin una justicia independiente, no durará la democracia»
Abogado del Estado de formación, Javier Borrego ha prestado sus servicios en la Audiencia Nacional y como magistrado de tres augustos tribunales: el Europeo de Derechos Humanos, el de Cuentas y, por último, el Supremo. También fue uno de los gobernadores civiles más jóvenes de la democracia. Hoy, por primera vez en casi cinco décadas de vida activa, ejerce en un bufete. Sólida experiencia para desentrañar los próximos derroteros de la justicia.
¿Hacia dónde va la justicia en España?
Hacia donde nosotros queramos que vaya. Algunos parecen dar la impresión de que les gustaría que la justicia fuera el caos para tener una justicia a su voluntad. Otros no estamos de acuerdo y, de hecho, lo manifestamos cada vez que podemos. Si respetamos la Constitución…
«La justicia emana del pueblo».
Lo primero que se tiene que procurar es que se entienda. A veces no es clara. Y se acentúa. Luego está la reiteración de algunas voces que dicen que «los tribunales han dicho».
Una de las claves del futuro de la justicia será acabar con la manipulación del lenguaje.
Con la manipulación, con la oscuridad y con los intentos constantes de desacreditar a la Justicia.
¿Cómo se puede frenar esa tendencia?
Recordando a san Lucas: «Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la Luz». Yo no soy hijo de la Luz, pero lo que sí está claro es que no soy hijo de las tinieblas. Entonces, teniendo en cuenta siempre que los que están enfrente son más listos. Otro de san Lucas es cuando dice: «Ay, si todo el mundo habla bien de vosotros». Lo dijo el cardenal Sarah: «Jesús nos dijo que somos la sal de la tierra, nunca dijo que fuéramos el azúcar del mundo».
La clave está en ser la sal de la tierra.
Está en expresar las opiniones. Hay una teoría muy interesante: la de la espiral del silencio. Si imaginamos un cuadrado, en la parte de abajo se inicia una espiral que se desarrolla hasta que cubre toda la parte de arriba. ¿Qué ocurre? Que abajo hay unas opiniones a gritos, discrepantes, que dicen: «¡La justicia no es justicia!».
¿Por ejemplo?
La reciente intervención de la ministra Irene Montero en el Colegio de Abogados sobre la justicia patriarcal. Opinión minoritaria, típica de una espiral que va creciendo y se va expandiendo porque todo lo que está al lado se calla por cobardía, por comodidad, porque no quiere pronunciarse. Al final, la opinión minoritaria se convierte en opinión pública.
¿Cómo habrá que hablar para evitar esa deriva?
Lo primero es que cada uno en su ámbito profesional, sea juez, abogado o pueblo –de quien emana la justicia– exprese sus opiniones con educación aunque sean políticamente incorrectas, pero expresándolas. Y no callarse: las opiniones las están dando unos cuantos y los demás se callan. La sentencias, si favorecen a un grupo minoritario, aunque no sean claras, precisas o congruentes (así lo dice la Ley de Enjuiciamiento Civil), se callan; pero si la sentencia no sigue la línea marcada por ese grupo minoritario, la criticará de forma acerba y se producirán ataques ad hominem. Pues no: la justicia ha de ser creíble.
¿Cuál será el papel de los medios de comunicación en esa transmisión?
Lo mismo: hay muchos que son interesados o apesebrados. Pero es que los otros no hablan. He leído un artículo en contra del lenguaje inclusivo. Bien. Ya va siendo hora de que la gente denuncie semejantes frivolidades y absurdos. Si eso no se da, llegaremos a lo que predijo Antonio López, el secretario de Felipe II: «Duran los reinos lo que la justicia dure en ellos». Si no hay una justicia imparcial e independiente, los reinos, entiéndase la democracia, no durará.
Del siglo XVI al XXI: de momento los defensores de la familia y de la vida sufren una imparable racha de reveses judiciales. ¿Será así para siempre?
Dependerá de nosotros.
Primero será necesaria la presión social y después llegará una jurisprudencia favorable.
Primero será necesario –y vuelvo a insistir en ello– tener la valentía de sus opiniones. Luego, que cada uno cumpla sus deberes. No como ha ocurrido con la reciente renovación del Tribunal Constitucional: el jueves se publicaron los nombres de los nuevos magistrados y consejeros y el lunes siguiente se celebraban las reuniones en las Cortes para examinar las candidaturas. Es fraude democrático.
El derecho al revés. La credibilidad de la justicia también dependerá de las formas.
Las formas son y serán absolutamente esenciales. En el Antiguo Egipto cortaban la cabeza al sacerdote que se equivocaba en un gesto o en una oración. Era una relación con Dios y había que cumplir los ritos.
¿Se cumplirán en una sociedad cada vez más desenfadada y alejada del protocolo?
Puede ser protocolo. Pero ante todo son garantías. Le pregunté una vez a un juez británico sobre la oportunidad de seguir llevando peluca.
¿Qué respondió?
Que era la justicia: si juzgamos descamisados, no somos la justicia. Y bajo el Código de Hammurabi, el magistrado impartía justicia detrás de una cortina. Aunque tampoco quiero llegar a esos extremos.
Muchos dirán que no importa.
Sí que importa: en ausencia de ritos, resolverá la voluntad arbitraria del poder. Y habrá que seguir respetando los ritos.
¿Solo por ser ritos?
No, por el espíritu que tienen.
El pasado como pasaporte para el futuro.
Tomarnos en serio las formas democráticas, en el fondo y en el espíritu. Y sobre todo, tener mucho cuidado con la espiral del silencio.