Pablo me contaba hace una semana que había empezado a seguir en redes a un coach (cryptobro). Estos personajes se dedican a la promoción de inversiones en criptomonedas. Se acercan a chavales de pocos ingresos y vida social inestable con la promesa de grandes beneficios. Ahora Pablo no solo está dispuesto a entregar su poco dinero, sino que su convicción le ha llevado a fomentar el negocio entre sus amigos. Casi todo el grupo pretende fiar lo poco que ganan con sus trabajos mal pagados a estos personajes que encuentran por internet.
Estafas las ha habido siempre. Pero llama la atención el método específico de esta. Su estrategia no apunta solo al dinero fácil. Todo termina en un pago, pero como parte de una subcultura que recoge y salva toda la vida de sus seguidores. De hecho, el dinero suele aparecer aquí como el resultado de una forma de vida. «Del hostal al Bugatti en siete años», dice la página web de uno de ellos: «Si trabajas duro en un empleo podrás ganarte la vida, si trabajas duro en ti mismo podrás hacer una fortuna. Si ahora vivo una vida que supera mis mejores sueños es porque siempre aposté por mí mismo, siempre invertí en mí y siempre aprendí de coaches que estaban donde yo quería ir».
Se trata de ti. Todo estuvo siempre en tu interior; pero el sistema no te permitía sacarlo. Se refiere al sistema social, aunque lo que pretenda es sacarte del sistema financiero. Hay que salir del aparato que te obliga a trabajar y te explota. Sal de la lógica del mercado laboral. Debes lograr esa nueva sapiencia encriptada que ahora se pone al alcance de tu mano. Su misión es «ayudarte a crear tu mejor versión en todas las áreas y así poder escapar del sistema en el que has crecido. Tu nueva vida será toda amor, paz, sabiduría y abundancia». Estos textos grandilocuentes suelen trufarse con fotografías de grandes coches de lujo acumulados en párquines privados, con personajes musculosos de posturitas jactanciosas y código de vestimenta de un concierto de rap.
Se trata de verdaderas universidades de la calle: aunque «no sustituye la universidad tradicional, es la primera jamás creada que se enfoca en el ser, a diferencia de las tradicionales que se enfocan en el tener: tener un título para tener un empleo para tener un salario». No trabajes por dinero; haz que el dinero trabaje para ti, mientras tú te centras en ti mismo.
Ellos te van a enseñar a ser. Porque ser rico es solo la consecuencia directa de tu propio ser interior. Debes adueñarte de tu vida a través de rutinas de alimentación y gimnasio. La panza está indisolublemente asociada al mileurismo. El hábito físico garantizará el control de tu cuerpo y, de forma casi mágica, hará florecer tu dinero. La forma física es la estética de esta autosuperación extrema. Como si los Lamborghini los repartieran a la salida del gimnasio.
Es una espiritualidad forzuda y musculosa: todo pasa porque concentres tus energías y realces tu masculinidad. Lo cual también implica un control de la masturbación y la sexualidad: existe para esta subcultura una misteriosa conexión entre la acumulación de energía masculina y el éxito económico. No debes entretenerte con placeres fáciles que te restan productividad. Las energías del cuerpo corren en una sola dirección si no las dispersas: el éxito.
¿De dónde viene esta secreta y mágica fusión de inversión económica, fitness y masculinidad extrema? ¿Por qué tiene tanto éxito entre los varones jóvenes?
Todo nace seguramente de los libros de autoayuda que escriben los grandes financieros de los años 90. En ellos ofrecen al mundo el secreto de su enriquecimiento, que suele explicarse por una serie de prácticas minuciosas. Hoy esos libros son vídeos.
Este género es una suerte de estoicismo comercial. Si aquella escuela filosófica consistía en el autocontrol como garantía del encaje en el cosmos, esta vulgarización consiste en el fitness que te permite controlar los mercados financieros. Adueñarte de los ritmos de tu vida permite que te sientas dueño de la vida en general.
En esta sensación de control se esconde toda la magia. El estoicismo vino a socorrer al mundo griego y romano en su decadencia. Nació como una forma de dulcificación de una filosofía teórica que se había vuelto ya incompatible con la vida. Ante la desorientación que generaba el devenir del mundo, que parecía no tener ya que ver con nada de lo que se sabía, el estoicismo generó un corpus de sabiduría práctica que podía consolar al hombre desvalido. Se trataba de sentencias fáciles de entender y de aplicar, que generaban cierta seguridad vital frente al destino incontrolable. Porque el estoicismo era humilde: el control de la propia vida no garantiza el éxito, pero te vuelve dueño de la manera en la que asumes tus circunstancias.
Pero sus nuevas formas llevan esa consolación más allá. Con su modo de vida práctica parecen asegurar la victoria sobre las circunstancias, como si el control de uno mismo garantizase el destino de la historia y del cosmos. Los chicos de hoy han perdido el control sobre sus vidas y se mueven a merced de las circunstancias. No confían en el sistema, que desde el colegio les manifiesta que los ha abandonado. No tienen padres, porque sus progenitores viven para sí mismos. Y no hay un punto de conexión entre sus vidas y la existencia del mundo. A la deriva, tan solo les queda esperar algo mágico que los salve.