III. La renovación pastoral del Camino de Santiago
Refrescar eclesialmente la memoria histórica del Camino de Santiago, evocar de nuevo la rica espiritualidad cristiana que ha inspirado -y continúa inspirando- la peregrinación a la tumba del Apóstol, constituyen elementos doctrinales básicos para su renovación pastoral. El análisis ulterior de la actual realidad socio-religiosa de la peregrinación -de los peregrinos de nuestros días- y la propuesta de los grandes valores que encierra la peregrinación jacobea, rectamente entendida, para la vida cristiana de nuestro tiempo, forman los elementos pedagógicos imprescindibles para la formulación práctica de cualquier programa de renovación pastoral del Camino de Santiago.
1. El peregrino de hoy
Entre la multitud creciente de peregrinos del Camino de Santiago y de visitantes de la catedral del Apóstol, destaca cada vez más el que recorre el Camino a pie, en bicicleta, a caballo, etc., sometiéndose a un duro proceso de renuncias físicas, de ascesis personal y de penitencia y conversión religiosa. La actitud de oración de petición, de acción de gracias y alabanza, el propósito de expiación de los pecados propios y ajenos determinan, cada vez con mayor frecuencia, la decisión, modo y estilo del peregrinar a Santiago en personas de toda edad, sexo, condición familiar, nivel cultural, profesión y nacionalidad. La imagen del peregrino jacobeo con concha y bordón, vuelve a perfilarse con fuerza en el histórico paisaje del Camino a Compostela. Se trata de una peregrinación de calidad, de calidad humana y religiosa, en la que encuentran eco, a través de la experiencia personal y comunitaria del peregrino, los problemas y angustias de la sociedad europea contemporánea: problemas de familias rotas, de pérdida de salud física, psíquica y espiritual causada por la drogadicción, los problemas del paro y de la profesión, etc.; crisis de identidad religiosa, crisis de fe…
Entre los nuevos peregrinos jacobeos sobresalen los jóvenes. Son los que, con más brío y gallardía, han emprendido a pie el Camino de Santiago. En el trasfondo de su ilusión juvenil de peregrinos parece alentar el Possumus de los hijos del Zebedeo, de Santiago y Juan, cuando son examinados por el Maestro sobre su disposición para preferir el cáliz de la pasión de Cristo a la distinción humana de los primeros puestos (cf. Mt 20, 20). ¡A quién se le ocultan las energías apostólicas que pueden esconderse, como un rescoldo sobrenatural, en el corazón de los jóvenes peregrinos de Santiago del último tramo del siglo XX!
¡Los jóvenes habrán de ser los apóstoles de los mismos jóvenes, los testigos del Evangelio en la Europa del año 2000!
Tampoco es hoy infrecuente el peregrino que emprende la ruta jacobea a Compostela con actitudes religiosas y humanas vacilantes e imprecisas. Sumidos, a veces, en profundas crisis de fe, pero abiertos interiormente, buscan en el Camino de Santiago tiempo y espacio para la reflexión y el silencio interior, ansiosos de encontrar de nuevo sentido para sus vidas.
Muchas veces se convierte el Camino geográfico y cultural en senda interior, que recorre el alma al encuentro con el Dios que la llama en lo profundo de la conciencia. Se inició el itinerario exterior sin motivaciones explícitas de carácter religioso; el transcurso del caminar peregrinante fue purificando las intenciones, hasta concluir ante la tumba del Apóstol en conversión abierta a Dios y a Jesucristo, en recuperación de la fe perdida u olvidada en la adolescencia, o en el encuentro con la universidad y el mundo del trabajo.
Otras veces, el Camino de Santiago servirá al peregrino para superar una vida cristiana rutinaria, o el estado tan frecuente y paradójico del cristiano que se autodefine como no practicante. Sucede como en el camino de Emaús. El desconocido acompañante hace revivir en el interior del que peregrina la gracia del Bautismo, el don de la primera fe, el primer encuentro con Jesucristo. Su voz se oye cada vez con mayor nitidez cuando el caminante deja que el silencio exterior se convierta en silencio de sí mismo, en silencio interior.
Entre los que recorren hoy el Camino de Santiago se cuenta también el turista; de los visitantes de la ciudad de Santiago de Compostela es probablemente el tipo más corriente y cuantitativamente predominante. No podía ser menos en una época en la que la vacación, el tiempo libre y el recurso al viaje curioso, de descanso y de placer, se han convertido en componentes esenciales y normales de la vida social.
Individualmente, en familia o en grupos organizados, llegan los turistas a Compostela después de seguir diversos tramos del Camino de Santiago, muchas veces con un programa explícito de actos religiosos y, casi siempre, con el espíritu abierto al mensaje de la fe cristiana y católica que les ha trasmitido la contemplación de la naturaleza y, sobre todo, de los monumentos artísticos que orlan el Camino.
La experiencia turística deviene insensiblemente una experiencia de peregrinación, de camino religioso, que concluye no rara vez en la conversión y en la confesión sacramental de los pecados en el santuario del Apóstol.
En la peregrinación actual a Compostela no falta tampoco la dimensión que podría calificarse como la específicamente eclesial. Se peregrina en nombre de otros, enviado por la familia, la comunidad parroquial, el grupo apostólico, por los amigos devotos de Santiago, con encomiendas y encargos, que han de presentarse ante la tumba apostólica. Es lo que se conoce, desde los primeros siglos de la peregrinación jacobea, como peregrinación vicaria. De nuevo resuena en nuestros días el eco de aquel ruego tan familiar a los peregrinos franceses del Camino medieval de Santiago: «Rogad por mí a Santiago»15.
Se peregrina hoy, también, después de haber sido despedidos por la comunidad eclesial de origen, tras haber solicitado y recibido la bendición del sacerdote -del párroco, del superior religioso, del obispo-. Con el peregrino va el saludo fraternal y el común testimonio de la profesión de fe católica y apostólica, que une en la comunión universal de la Iglesia católica, presidida por el Sucesor de Pedro, a todas las Iglesias del Camino y a la que guarda el Sepulcro, la Iglesia particular de Santiago de Compostela.
Despuntan esperanzadoramente formas de peregrinación jacobea al servicio de la intercomunicación y de la comunión eclesial y, consiguientemente, de la unidad espiritual de Europa.
2. Luces y sombras de la peregrinación a Santiago
No se detectan ciertamente en la versión hodierna de la peregrinación a Santiago aquellas lacras que denunciaba el Codex Calixtinus, incluso en los siglos más gloriosos del Camino medieval a Santiago, explicables por la estructura socio-política y jurídica de su tiempo: maltrato de los peregrinos, con imposiciones gravosas, precios abusivos de los posaderos, inseguridad, etc.
Los problemas que se vislumbran en el panorama de la nueva peregrinación por el Camino de Santiago son de naturaleza cualitativamente diversa, en consonancia con las características más típicas de la sociedad actual, organizada en sus servicios sociales de forma más eficaz, desde el punto de vista técnico y económico, pero profundamente deshumanizada, muy preocupada por la elevación cultural de su entorno, pero desde una perspectiva sólo inmanentista y secularizada.
No puede extrañar, pues, que la tentación de aprovechar el auge del Camino de Santiago para fines exclusivamente económicos y lucrativos sea cada vez más poderosa y atrayente. De igual modo, los intentos de formular programas administrativos y políticos para su recuperación y revitalización corren cada vez más el peligro de limitarse a lo puramente cultural, recreativo y turístico, con olvido del origen y de la esencia religiosa del Camino, de la peregrinación y de la ciudad de Santiago.
Nadie ignora el valor antropológico, cultural e histórico que supone la existencia misma del Camino de Santiago y, mucho menos, el inmenso valor artístico de su patrimonio monumental. Es más, todas las instancias sociales y políticas responsables reconocen que su estado actual de conservación es sumamente delicado y reclama un esfuerzo extraordinario mancomunado de las Administraciones públicas: central, autonómica, provincial y local, para evitar un deterioro que amenaza ser irreversible. Los acuerdos y resoluciones internacionales, adoptados dentro del marco de las instituciones europeas, y los acuerdos firmados en España por la Administración central y las Comunidades Autónomas por donde discurre el Camino representan un buen punto de partida y una razón para la esperanza.
Estimamos, con todo, que estas iniciativas políticas y culturales precisan ser complementadas con la perspectiva religiosa, más concretamente con la que suministra la historia de la Iglesia y con la acción de sus comunidades, asociaciones e instituciones.
Solamente en un supuesto de colaboración leal entre las fuerzas y grupos sociales y, especialmente, entre la Administración pública y las diócesis por las que atraviesa el Camino de Santiago, se obtendrán los resultados deseados de una auténtica y plena recuperación del mismo.
Pretender restaurar un Camino donde no sea fácil vivir el espíritu cristiano de la peregrinación, acoger con ese mismo espíritu al peregrino, ofrecerle y encontrar las condiciones materiales y espirituales aptas para la vivencia religiosa -la escuela de la Palabra de Dios, las celebraciones sacramentales, la experiencia de la Iglesia, comunidad fraternal, casa y hogar de hermanos- es empeño condenado de antemano al fracaso, incluso en los aspectos monumentales y ambientales. Un Camino de Santiago sin peregrinos jacobeos, donde o no sea posible o sea simplemente difícil vivir la aventura cristiana de la peregrinación a la tumba del Apóstol Santiago, es un Camino muerto.
Por ello, los obispos de las diócesis del Camino nos ofrecemos gustosos para dialogar con los organismos competentes de la Administración del Estado, en todos sus niveles, sobre las formas y cauces de la mutua cooperación y su debida instrumentación jurídica en favor del Camino de Santiago. Lo que importa es que pueda continuar cumpliendo hoy su función histórica de vía española y europea de comunicación viva de una fe común, de unos valores humanos y espirituales básicos, de un enriquecimiento cultural y social mutuo, de fraternidad y de paz.
3. Algunos valores cristianos de la peregrinación
Como pastores de la Iglesia queremos poner de relieve algunos valores que la peregrinación a Santiago contiene en sí misma.
Peregrinar a la tumba de El Apóstol es un encuentro con la fe de los Apóstoles. En efecto, la fe es al mismo tiempo personal y eclesial; para ser auténtica la fe de cada uno ha de adecuarse a la fe de la Iglesia en su objetividad. Y la fe que la Iglesia ha recibido, ha conservado y transmite con la fuerza del Espíritu Santo, es la misma fe de los Apóstoles.
Esta dimensión preferente de la peregrinación jacobea nos recuerda que la fe, recibida en el sacramento del Bautismo, ha de ser alimentada progresivamente. El cultivo de la fe no puede reducirse a los primeros años de la vida. Para poder hacer una síntesis cristiana ante los acontecimientos y los criterios de la sociedad, para «dar razón de nuestra esperanza» (1 Pe 3, 15), debe crecer la fe a medida que crece el hombre.
La experiencia nos dice que la peregrinación es uno de los momentos privilegiados en que la fe sale del letargo, sacude el lastre y se hace de nuevo activa y despierta. La fe lleva en sí misma el estímulo para una búsqueda incesante y sincera; caminar a Santiago es responder al don de Dios que, a través de la fe, nos encamina hacia Él.
La fe en nuestro tiempo necesita hacerse más testimonial. La peregrinación a Santiago, desde el punto de partida, en su ruta y en su retorno, puede y debe fomentar esta dimensión. Revitalizar la familia en la fe católica y hacer de la familia el marco primero de su transmisión nos parece, en la actualidad, una necesidad apremiante.
La hospitalidad se ejerce de modo singular en la peregrinación. El peregrino es muy sensible a los gestos de acogida y hospitalidad. Cuando el caminante se siente desprotegido, en soledad y desasido de las seguridades que le ofrece el propio hábitat, le reconforta la hospitalidad. Muchos dicen que lo mejor del Camino es la acogida maravillosa que se les dispensa.
Como obispos de las Iglesias que atraviesan los peregrinos, damos gracias a Dios por este rescoldo humano y cristiano que alienta en el alma de los que viven a la orilla del Camino de Santiago. Al mismo tiempo, invitamos a todos a incrementar el sentido de la hospitalidad, especialmente a las parroquias, monasterios, casas religiosas, asociaciones y hogares cristianos. Recordamos las palabras del Evangelio: «Todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa» (Mt 10,42). «Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis» (Mt 25,35). En los peregrinos acogemos al mismo Jesucristo.
La catolicidad de la Iglesia aparece con claridad en la peregrinación a Santiago. Hombres y mujeres de cerca y de lejos, de los diversos pueblos de España y de países diferentes de Europa recorren el mismo Camino atraídos por la misma meta. El peregrino rompe barreras y establece comunicación. La peregrinación a Santiago, desde los países nórdicos, desde el este y el centro de Europa, ha sido un fermento de comunicación humana y cristiana y de creación de Europa como unidad. Cuando Juan Pablo II invita a Europa a que vuelva a sus raíces, le recuerda la fuerza integradora de la fe cristiana. «Europa, que fue iluminada con la luz evangélica desde los orígenes de la predicación apostólica, se encuentra en estado de crisis al asomarse al tercer milenio de la era cristiana». «La peregrinación a Santiago fue uno de los fuertes elementos que favorecieron la comprensión mutua de los pueblos europeos, tan diferentes, como los latinos, los germanos, celtas, anglosajones y eslavos. La peregrinación acercaba, relacionaba y unía entre sí a aquellas gentes que, siglo tras siglo, convencidos por la predicación de los testigos de Cristo, abrazaban el Evangelio y, contemporáneamente -se puede afirmar-, surgían como pueblos y naciones». El mismo Goethe insinuó que la conciencia de Europa ha nacido peregrinando16. Fomentar la peregrinación a Santiago equivale, por tanto, a promover la catolicidad de la Iglesia y a servir a la concordia de los hombres y de los pueblos.
El Camino entra en el interior del peregrino a medida que avanza. Poco a poco, el cansancio, el riesgo y las necesidades le afianzan el sentido de dependencia y le corroboran la fe en la Providencia divina. Igualmente la contemplación de la naturaleza en su belleza e inmensidad le trae un eco de la grandeza y sabiduría de Dios. Todo se concentra vivamente en el espíritu cuando, desde el Monte del Gozo, divisa la catedral de Santiago, que guarda la tumba del Apóstol, meta de su peregrinación. Todos los esfuerzos se ven felizmente coronados. Recorrer el Camino de Santiago representa una oportunidad preciosa para acentuar algunas actitudes hondamente cristianas.
4. Elementos para un programa de actuación pastoral
El despertar creciente de la peregrinación, con sus valores cristianos inherentes, es un signo de nuestro tiempo que deseamos atender y alentar. A continuación sugerimos algunas acciones, que pueden potenciar la dimensión cristiana de la peregrinación.
Antes de emprender el camino es oportuno que los peregrinos, bien individualmente, bien en familia, bien en grupo, se preparen espiritualmente. Los peregrinos a Santiago de Compostela, desde antiguo, llevan una carta de recomendación de alguna institución eclesiástica que presentan durante el viaje como acreditación de peregrinos y como solicitud de hospitalidad. En los primeros siglos de la Iglesia, este tipo de cartas constituían ya un medio importante de comunión.
Como expresión de que la Iglesia acompaña a sus hijos itinerantes, solían recibir la bendición17. La Iglesia ruega por ellos, los envía y, a través de ellos, se fomenta la comunicación con otras Iglesias.
A lo largo del Camino, la lectura de la Palabra de Dios ayuda poderosamente a descubrir a Jesucristo como Camino, a Dios Padre como meta y la vida cristiana como peregrinación, según indicamos arriba. Como la Sagrada Escritura contiene ricas experiencias de peregrinación -pensemos en los llamados salmos de Subidas a Jerusalén (Sal 120-134)-, el peregrino, meditándola, recibe luz, sentido y fuerza.
Queremos destacar la importancia de hacer culminar nuestra peregrinación en el encuentro con el Señor a través de los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía. La purificación del corazón y la conversión al Padre del cielo son inspiración y motivo fundamentales del Camino de Santiago; estos rasgos aparecen también en las indulgencias concedidas por la Iglesia18. La participación en la Eucaristía viene a ser como la pascua del peregrino, ya que en ella la muerte de Jesucristo se hace fuente de gracia y su resurrección fuente de vida nueva.
El Año Santo constituye una oportunidad singular. Su tradición de siglos es una llamada para que muchos se pongan en camino y reciban el Jubileo o Gran Perdonanza. Nuestro corazón mira ya a los años 1993 y 1999 como excepcional preparación para atravesar el umbral del tercer milenio de nuestra era. Pedimos al Apóstol que la celebración de estas efemérides tengan una repercusión similar a la que proporcionó la peregrinación a Santiago al cumplirse el primer milenio.
El peregrino, al retornar a su vida diaria, está llamado a comunicar su experiencia del Camino y de la meta. El peregrino como verdadero testigo debe transmitir en la familia, en la comunidad cristiana y en la sociedad lo que ha visto y oído. Como signo acreditador de la peregrinación, el Cabildo de la catedral de Santiago concede, con determinadas condiciones, una certificación llamada Compostela, que tiene una tradición secular y que recuerda a los peregrinos un acontecimiento memorable de su vida.
Invitamos a los peregrinos a que constituyan asociaciones, o a que se incorporen a las ya constituidas. Estimamos y alabamos las que funcionan con este espíritu; en España suelen tomar el nombre de Amigos del Camino de Santiago, siguiendo a la de Estella, la más veterana de España. Nuestra estima se dirige igualmente a otras existentes desde hace tiempo en Europa, o constituidas en los últimos años.
Mención especial merece la Archicofradía del Apóstol Santiago, por lo que ha significado, y debe continuar significando, en la promoción de la piedad y el culto jacobeo del pueblo cristiano.