Homilía del Papa, en la Misa del Domingo de Ramos. «¡No os dejéis robar la esperanza!» - Alfa y Omega

Homilía del Papa, en la Misa del Domingo de Ramos. «¡No os dejéis robar la esperanza!»

La Plaza de San Pedro fue una fiesta. Comenzaba la primera Semana Santa presidida por el Papa Francisco, que entró en un coche con techo descubierto, y, tras la Misa, se paseó con el papamóvil, deteniéndose a saludar especialmente a enfermos y niños. En la homilía, introdujo algunos añadidos en el texto escrito, como la referencia a la advertencia de su abuela sobre la inutilidad de acumular riquezas. El Papa tuvo duras palabras contra la corrupción y la sed de dinero, y reiteró que no hay cristianismo sin Cruz, eso sí, iluminada por la esperanza en la Resurrección: «No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo», dijo. Éste es el texto de su homilía:

Papa Francisco
El Papa Francisco preside la Misa del Domingo de Ramos, en la Plaza de San Pedro.

Jesús entra en Jerusalén. La muchedumbre de los discípulos lo acompaña festivamente, se extienden los mantos ante Él, se habla de los prodigios que ha hecho, se eleva un grito de alabanza: «¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto» (Lc 19, 38).

Gentío, fiesta, alabanza, bendición, paz. Se respira un clima de alegría. Jesús ha despertado en el corazón muchas esperanzas, sobre todo entre la gente humilde, simple, pobre, olvidada, esa que no cuenta a los ojos del mundo. Él ha sabido comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de misericordia de Dios, se ha inclinado para curar el cuerpo y el alma.

Éste es Jesús. Éste es su corazón que nos mira a todos, que mira nuestras enfermedades, nuestros pecados. Es grande el amor de Jesús. Y así entra en Jerusalén con este amor, y nos mira a todos. Es una bella escena, llena de luz –la luz del amor de Jesús, el de su corazón–, de alegría, de fiesta.

Al comienzo de la Misa, también nosotros la hemos repetido. Hemos agitado nuestras palmas. También nosotros hemos acogido al Señor; también nosotros hemos expresado la alegría de acompañarlo, de saber que nos es cercano, presente en nosotros y en medio de nosotros como un amigo, como un hermano, también como rey, es decir, como faro luminoso de nuestra vida. Jesús es Dios, pero se ha abajado a caminar con nosotros. Es nuestro amigo, nuestro hermano. Aquí nos ilumina en el camino. Y así hoy lo hemos acogido. Y ésta es la primera palabra que quería deciros: ¡alegría!

No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener muchas cosas, sino que nace de haber encontrado a una persona, Jesús, que está en medio de nosotros; nace de saber que, con Él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables…, y ¡hay tantos!

El Papa Francisco bendice, desde el papamóvil, a los fieles, en su mayoría jóvenes, en la Plaza de San Pedro.

Y en este momento viene el enemigo, viene el diablo, tantas veces disfrazado de ángel, y de modo insidioso nos dice su palabra. ¡No lo escuchéis! ¡Sigamos a Jesús! Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que Él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar en este mundo nuestro. Y, por favor, ¡no os dejéis robar la esperanza! ¡No dejéis que os roben la esperanza! La que nos da Jesús.

Sois príncipes, pero de un Rey crucificado

Segunda palabra. ¿Por qué Jesús entra en Jerusalén? O, tal vez mejor, ¿cómo entra Jesús en Jerusalén? La multitud lo aclama como rey. Y Él no se opone, no la hace callar (cf. Lc 19, 39-40). Pero, ¿qué tipo de rey es Jesús? Mirémoslo: montado en un pollino, no tiene una corte que lo sigue, no está rodeado por un ejército, símbolo de fuerza. Quien lo acoge es gente humilde, sencilla, que tiene el buen sentido de ver en Jesús algo más; tiene el sentido de la fe, que dice: Éste es el Salvador. Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a quien tiene poder, a quien domina; entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías en la Primera Lectura (cf. Is 50, 6); entra para recibir una corona de espinas, una caña, un manto de púrpura: su realeza será objeto de burla; entra para subir al Calvario cargando un madero. Y, entonces, he aquí la segunda palabra: Cruz. Jesús entra en Jerusalén para morir en la Cruz.

Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz. Pienso en lo que Benedicto XVI decía a los cardenales: «Sois príncipes, pero de un Rey crucificado». Ése es el trono de Jesús. Jesús toma sobre sí… ¿Por qué la Cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios.

Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la Humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, la sed de dinero, que luego nadie puede llevarse consigo, debe dejarlo. Mi abuela nos decía cuando éramos niños: El sudario no tiene bolsillos. Amor al dinero, al poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación.

Y también -cada uno de nosotros lo sabe y lo conoce- nuestros pecados personales: las faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación. Y Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección. Éste es el bien que Jesús nos hace a todos sobre el trono de la Cruz. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hacer un poquito lo que Él hizo aquel día de su muerte.

¡Corazón joven!

Hoy están en esta Plaza muchos jóvenes: desde hace 28 años, el Domingo de Ramos es la Jornada de la Juventud. Y ésta es la tercera palabra: ¡jóvenes! Queridos jóvenes, os he visto en la procesión, cuando entrabais; os imagino haciendo fiesta en torno a Jesús, agitando ramos de olivo; os imagino mientras aclamáis su nombre y expresáis la alegría de estar con Él. Vosotros tenéis una parte importante en la celebración de la fe. Nos traéis la alegría de la fe y nos decís que tenemos que vivir la fe con un corazón joven, siempre, un corazón joven, incluso a los setenta, ochenta años. ¡Corazón joven!

El Papa Francisco en un momento de su homilía.

Con Cristo el corazón nunca envejece. Pero todos sabemos, y vosotros lo sabéis bien, que el Rey a quien seguimos y nos acompaña es un Rey muy especial: es un Rey que ama hasta la cruz y que nos enseña a servir, a amar. Y vosotros no os avergonzáis de su Cruz. Más aún, la abrazáis porque habéis comprendido que la verdadera alegría está en el don de sí, en salir de uno mismo y que, con el amor de Dios, Él ha triunfado sobre el mal.

Lleváis la Cruz peregrina a través de todos los continentes, ¡por las vías del mundo! La lleváis respondiendo a la invitación de Jesús: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28, 19), que es el tema de la Jornada Mundial de la Juventud de este año. La lleváis para decir a todos que, en la Cruz, Jesús ha derribado el muro de la enemistad, que separa a los hombres y a los pueblos, y ha traído la reconciliación y la paz.

Queridos amigos, también yo me pongo en camino con vosotros, desde hoy, sobre las huellas del Beato Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Ahora estamos ya cerca de la próxima etapa de esta gran peregrinación de la Cruz. ¡Miro con alegría al próximo mes de julio, en Río de Janeiro! ¡Os doy cita en aquella gran ciudad de Brasil! Preparaos bien, sobre todo espiritualmente en vuestras comunidades, para que este Encuentro sea un signo de fe para el mundo entero. Los jóvenes deben decir al mundo: ¡Es bueno seguir a Jesús! ¡Es bueno andar con Jesús! ¡Es bueno el mensaje de Jesús!… ¡Es bueno salir de uno mismo, a las periferias del mundo y de la existencia, para llevar a Jesús! Tres palabras: alegría, cruz, jóvenes.

Pidamos la intercesión de la Virgen María. Ella nos enseña el gozo del encuentro con Cristo, el amor con el que debemos mirarlo al pie de la Cruz, el entusiasmo del corazón joven con el que hemos de seguirlo en esta Semana Santa y durante toda nuestra vida. Así sea.

Primera Semana Santa del Papa, rodeado de jóvenes

El Domingo de Ramos se celebraba, a nivel diocesano, la Jornada Mundial de la Juventud, y en la Plaza de San Pedro se vivió un pequeño aperitivo del gran encuentro que tendrá lugar a finales de julio, en Río de Janeiro. El Papa Francisco animó a los jóvenes a prepararse para esa cita. Lo hizo nuevamente después desde su cuenta de Twitter, con el mensaje: «Miro con alegría el próximo mes de julio, en Río de Janeiro. Os doy cita en aquella gran ciudad de Brasil».

Los jóvenes tienen un protagonismo especial en la primera Semana Santa del Papa Francisco. El nuevo obispo de Roma no ha tomado aún posesión de su catedral, la basílica de San Juan de Letrán, por lo que no celebrará allí la Misa de la Cena del Señor Esta circunstancia se ha revelado providencial, puesto que ha facilitado que el Papa lleve a cabo la que era práctica habitual suya como arzobispo de Buenos Aires, de lavar los pies a personas toxicómanas, enfermos de sida… Esta tarde, Francisco se desplazará al Centro Penal de Menores Casal del Marmo, regido por terciarios capuchinos de la Virgen de los Dolores (fundados, en Valencia, por monseñor Luis Amigó), donde hay 48 jóvenes internos, centro que ya visitaron tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI.

El Viernes Santo, las meditaciones del vía crucis que seguirá el Papa en el Coliseo Romano, a partir de las 21:15, han sido escritas por jóvenes cristianos del Líbano, último país que visitó su predecesor. Al principio del texto, se recuerda «a los jóvenes que están sufriendo divisiones, guerras e injusticias y luchan por estar en medio de sus hermanos, como signos de esperanza y constructores de paz». Termina el vía crucis con una bella plegaria: «Señor Jesús, haz de nosotros hijos de la luz, que no teman la oscuridad. Te pedimos hoy por todos aquellos que buscan el sentido de la vida y por quienes han perdido la esperanza, para que crean en tu victoria sobre el pecado y la muerte. Amén». A continuación, el Papa Francisco dirá unas palabras.

La Vigilia Pascual dará comienzo, en el atrio de la basílica de San Pedro, la noche del sábado al domingo, a las 20:30 h. La última gran celebración de la Semana Santa será la Misa del domingo, a las 10:15 h., tras la cual, el Papa impartirá la tradicional bendición urbi et orbi, desde la logia central de la basílica vaticana.