Homilía de Benedicto XVI en Nazaret. La familia, escuela de amor - Alfa y Omega

Homilía de Benedicto XVI en Nazaret. La familia, escuela de amor

La imagen del Papa en la gruta de la Anunciación era una de las más esperadas de su peregrinación. Poco antes, al celebrar la Eucaristía en el Monte del Precipicio, Benedicto XVI clausuró el Año de la Familia de la Iglesia en Tierra Santa, y bendijo la primera piedra de un Centro Internacional para la Familia en Nazaret. En su homilía, habló de la necesidad de volver la mirada hacia la Sagrada Familia. Dijo, entre otras cosas:

Papa Benedicto XVI
Benedicto XVI ora ante el lugar de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de María de Nazaret.

Como dijo Pablo VI, necesitamos volver a Nazaret para contemplar el amor de la Sagrada Familia, modelo de toda vida familiar cristiana. Tras el ejemplo de María, José y Jesús, podemos apreciar aún más la santidad de la familia que, en el plan de Dios, se basa en la fidelidad para toda la vida de un hombre y una mujer, consagrada por el pacto conyugal y abierta al don de Dios de nuevas vidas. ¡Cuánta necesidad tienen los hombres y mujeres de nuestro tiempo de volver a apropiarse de esta verdad fundamental, que constituye la base de la sociedad, y qué importante es el testimonio de parejas casadas para la formación de conciencias maduras y la construcción de la civilización del amor!

Dios presenta a la familia como la primera escuela de sabiduría, una escuela que educa a los propios miembros en la práctica de esas virtudes que conducen a la felicidad auténtica y duradera. En el plan de Dios para la familia, el amor del marido y la mujer produce el fruto de nuevas vidas, y encuentra su expresión cotidiana en los esfuerzos amorosos de los padres para asegurar una formación integral humana y espiritual para sus hijos. En la familia, cada persona es valorada por lo que es en sí misma, y no como un medio para otros fines. Aquí atisbamos algunos de los papeles esenciales de la familia como primera piedra de la construcción de una sociedad bien ordenada y acogedora. Además, alcanzamos a apreciar el deber del Estado de apoyar a las familias en su misión educadora, de proteger la institución de la familia y sus derechos inherentes, y de asegurar que todas puedan vivir y florecer en condiciones de dignidad.

En la alianza conyugal, el amor del hombre y de la mujer es elevado por la gracia hasta convertirse en participación y expresión del amor de Cristo y de la Iglesia, de modo que la familia, fundada sobre el amor, está llamada a ser una Iglesia doméstica, un lugar de fe, de oración y de preocupación amorosa por el verdadero y duradero bien de cada uno de sus miembros. Al reflexionar sobre estas realidades, en la ciudad de la Anunciación, nuestro pensamiento se dirige a María, llena de gracia, la Madre de la Sagrada Familia y nuestra Madre. Nazaret nos recuerda el deber de reconocer y respetar la dignidad y misión concedidas por Dios a las mujeres, como también sus carismas y talentos particulares. Ya sea como madres de familia, en cuanto presencia vital en el mundo del trabajo y en las instituciones sociales, ya sea en la particular vocación a seguir al Señor mediante los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, las mujeres tienen un papel indispensable en la creación de esa ecología humana de la que nuestro mundo tiene una necesidad urgente: un ambiente en el que los niños aprendan a amar y querer a los demás, a ser honrados y respetuosos con todos, a practicar las virtudes de la misericordia y del perdón.

En esto, pensamos también en san José, el hombre justo que Dios quiso poner al frente de su casa. Del ejemplo fuerte y paterno de José, Jesús aprendió las virtudes de la piedad masculina, la fidelidad a la palabra dada, la integridad y el trabajo duro. En el carpintero de Nazaret vemos cómo la autoridad al servicio del amor es infinitamente más fecunda que el poder que busca el dominio. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo del ejemplo, de la guía y de la silenciosa calma de hombres como José!

Finalmente, dirigimos la mirada al niño Jesús. En esto, quisiera compartir un pensamiento con los jóvenes presentes. El Concilio Vaticano II enseña que los niños tienen un papel especial para hacer crecer a sus padres en la santidad. Les pido que reflexionen sobre ello, y dejen que el ejemplo de Jesús les guíe, no sólo para demostrar respeto a sus padres, sino también para ayudarles a descubrir con más plenitud el amor que da a nuestra vida el sentido más profundo. Jesús enseñó algo a María y a José sobre la grandeza del amor de Dios, su Padre de los cielos, la fuente última de todo amor, el Padre de quien toda familia en el cielo y en la tierra toma su nombre.