Hay que dejar de decir eso de «yo no entiendo de gastos»
La violencia económica es una de las formas más invisibilizadas de abuso dentro de la pareja y estrangula financieramente a casi el 12 % de las mujeres en España. Como Sandra, que hasta dejó de salir con amigas porque no tenía dinero ni para tomar un café
«Cada vez que iba a la compra, mi marido me daba cinco o diez euros y tenía que traerle los recibos para justificarle el gasto. Yo, cuando podía, me escondía algo del cambio sin que se diese cuenta por si otro día quería comprarme algo para mí». Es el testimonio de Sandra (nombre ficticio), de 28 años, que tiene un hijo de 6 y está separada. Durante el embarazo, su marido la convenció de dejar el trabajo para que se dedicara al hogar y, a partir de ahí, comenzó un calvario psicológico para ella. «Debía rendirle cuentas de todo lo que gastaba y era él quien decidía unilateralmente sobre la economía del hogar», explica. Poco a poco, Sandra dejó de tener vida social sin ni siquiera tener dinero para tomar un café con amigas.
Después de años bajo estricto control psicológico y económico de su marido, Sandra por fin es capaz de verbalizar el tipo de agresión que sufría: violencia económica. Una forma de maltrato recogida en la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer realizada por el Ministerio de Igualdad y que sufren casi el 12 % de las mujeres en España. Se ejerce mediante el control de la economía doméstica y la merma de la propia independencia económica de la mujer. Siendo la tercera forma más común de abuso dentro de una relación de pareja, es también una de las más sutiles, invisibilizadas y silenciadas, con grandes dosis de culpa y vergüenza.
Ni conocen su situación
«Una de las principales causas es la desigualdad de los roles tradicionales, que asignan al hombre la producción y a la mujer al ámbito de los cuidados», explica en conversación con Alfa y Omega Sara Llanos, responsable del programa Violencias Económicas de la Fundación Nantik Lum financiado por el Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030. «Esto hace que muchas mujeres no tengan independencia económica ni estén involucradas en las decisiones económicas del hogar». Los agresores tienen un excesivo control sobre las cuentas bancarias de las mujeres, impidiendo que conozcan su situación financiera, engañándolas respecto a los bienes en común o limitando su acceso a las necesidades básicas. Elena Valverde, responsable de proyectos de igualdad de la Fundación Luz Casanova, de la Obra Social de las Apostólicas del Corazón de Jesús, explica que, dentro de que cualquier mujer puede sufrir violencia económica, «hay especiales condiciones de riesgo, como tener una discapacidad, ser migrante o vivir en el mundo rural».
A medida que pasan los años, las consecuencias son especialmente sobrecogedoras porque el marido puede negarse a pagar la hipoteca, la pensión de los hijos o los préstamos conjuntos. Así, la mujer acaba sumida en una espiral de deudas que desemboca en secuelas psicológicas muy duras en las que se siente completamente dependiente.
Las expertas en violencia contra la mujer coinciden en que es fundamental la verbalización del problema para que se empiece a poner el foco por fin en este tipo de violencia y se rompa ese ciclo de abusos. «Hay cosas esenciales, como encontrar un empleo cuanto antes y recuperar la independencia económica», explica Llanos, cuyo programa en Natink Lum quiere concienciar, sensibilizar y prevenir esta violencia otorgando a las mujeres una salud financiera que las permita volver a tomar las riendas de sus economías personales y familiares. «Hay que dejar de decir “eso lo lleva mi marido” o “yo no entiendo de esos gastos” y empezar a tomar las riendas de las economías de nuestros hogares», recalca.
Por su parte, Cáritas Española es otra de las entidades que trabaja intensamente con mujeres en situación de vulnerabilidad. Su responsable de los programas de Mujer, Trata y Prostitución, Noelia de Pablo, afirma que «es necesario trabajar con ellas desde tres dimensiones: la económica, la autonomía personal y el fomento de las redes de apoyo». Un ejemplo de ello es la Casa Besana de Cáritas Diocesana de Jaén, un recurso residencial donde mujeres, solas o con hijos, son acompañadas desde un enfoque integral e individualizado. Muchas de ellas han sufrido violencia económica y gracias a este proyecto pueden desarrollar una autonomía no solo financiera, sino también emocional. El proyecto puede acoger a un máximo de cinco familias y atiende a una media de entre 15 y 25 mujeres al año. «De manera individualizada, trabajamos la formación para el empleo, la crianza sostenible o los planes de ahorro, según cada persona», explica De Pablo. «Lo que hacemos es generar procesos. Son mujeres muy fuertes y con muchas fortalezas y capacidades».