Has escondido estas cosas a los sabios, y las has relevado a los pequeños - Alfa y Omega

Has escondido estas cosas a los sabios, y las has relevado a los pequeños

Lunes. Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia, patrona de Europa / Mateo 11, 25‐30

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: Freepik.

Evangelio: Mateo 11, 25‐30

En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Si, padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

Comentario

Jesús siempre protege a los sencillos y los busca. Dios es amor misericordioso, y siempre se comparece de la debilidad. Pero este evangelio añade algo más. Pues Jesús está agradecido a Dios por haber «escondido estas cosas a los sabios y entendidos» y habérselas «revelado a los pequeños»; es como si fuera un don o un regalo para Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra». ¿Por qué está agradecido? ¿Qué gana Jesús con que sólo a través de la sencillez se llegue al encuentro con Él?

Si a Dios llegásemos con nuestras fuerzas de nuestra capacidad intelectual, Dios sería algo genérico y además algo merecido. No existiría propiamente encuentro con Él, porque Dios sería sencillamente algo que sabríamos. Si Dios no es alguien que está por encima de nuestra capacidad, es algo que podemos manejar y controlar. Pero precisamente porque supera todas nuestras fuerzas, no podemos sino buscarlo deseosos de encontrarlo, pero siempre suplicándolo con sencillez. Es por eso que la fuerza que rige la búsqueda de Dios es afectiva: es el amor el que en todo caso rige el intelecto que busca, y es el amor el que en última instancia pone de rodillas a nuestra razón para que suplique con sencillez a Dios que venga a nosotros y nos llene: «eres como un mar profundo en el que cuanto más busco, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Tú sacias al alma de una manera en cierto modo insaciable, pues en tu insondable profundidad sacias al alma de tal forma que siempre queda hambrienta y sedienta de ti» (Santa Catalina de Siena). Por eso Jesús está agradecido: encontrarle es amarle y dejarnos amar por Él, y en eso Jesús da las gracias a Dios, porque gana nuestro amor libre y la posibilidad de amarnos en este encuentro.