Hans Zollner: «La Iglesia tiene bellísimas palabras contra los abusos, pero no las aplica»
El presidente del Centro para la Protección de Menores (CCP) advierte en Madrid de que la crisis de los abusos no ha hecho más que empezar. Es urgente –dice– tomar medidas para contrarrestar «una desconfianza hacia la Iglesia como nunca antes», que afecta a «los obispos, a los cardenales y al Papa mismo»
«Es muy triste esto, muy, muy triste decirlo, pero la gente muchas veces no encuentra [en la Iglesia] la misericordiosa que proclama el Evangelio; no la encuentran en nosotros, en la la Iglesia. No solo en los obispos, en los provinciales… [Las víctimas] encuentran las puertas cerradas en la Iglesia».
«La impresión que mucha gente tiene, mucha gente que estaba hasta hace poco muy involucrada en la vida de las parroquias, es que la Iglesia no escucha, no comprende, solo piensa en sí misma, no tiene tiene corazón…». Y «algo de verdad nos comunican con esto».
A juicio de Hans Zollner en el último año se ha producido un salto cualitativo en la crisis de los abusos. «2018 fue el Annus horribilis para la Iglesia», aseguró el jesuita, durante una conferencia en la tarde del miércoles en la Universidad Pontificia Comillas.
«Hubo muchos Annus horribilis: desde 1985, cuando empezaron las primeras revelaciones publicas sobre abusos en EE. UU. y en Canadá; en el 90, Australia; en el 95, Irlanda; en el 98, Bélgica; en 2002, Boston; en 2010. Alemania… Pero 2018 nos llevo a todos a tomar conciencia de que no estamos tratando de casos singulares, de este obispo, de esta escuela, de este orfanato… Hablamos de la estructura de la Iglesia. Esa fue la diferencia cualitativa de 2018. Por primera vez, y según las palabras del mismo Santo Padre, estamos hablando de la institución, de la organización de la Iglesia, que ha permitido durante décadas, por no decir durante cientos de años, esta proliferación del mal y este encubrimiento del mal».
El Papa Francisco –recordó– se mostró inicialmente escéptico con las acusaciones en Chile, hasta que decidió encargar una investigación, que le obligó a reconocer su error de juicio inicial. ¿Cómo era posible que, en Chile, durante 20, 30 años, un sacerdote pudiera gobernar toda la Iglesia, y mucha gente supiera de sus abusos pero nadie abrió la boca?
Preguntas similares lanzaba en agosto el informe del Gran Jurado de Pensilvania, con su informe sobre seis diócesis de este estado norteamericano, en el que aparecen más de 300 sacerdotes abusadores a lo largo de 70 años, con mas de 1000 víctimas confirmadas. «Por primera vez, se subraya fuertemente la corresponsabilidad de todos los obispos a lo lago de esos 70 años por cubrimiento de los casos y traslado de los sacerdotes de parroquia en parroquia, cooperando con el mal, con el crimen», subrayó Zollner.
Y así llegamos a la reciente condena por abusos (no simplemente encubrimiento) al cardenal Pell en Australia, aún pendiente de apelación. «Ya veremos, pero por primera vez un cardenal de la Santa Iglesia Romana esta en la cárcel por este crimen», apuntó el jesuita, tras recordar la reciente reducción al estado laical del excardenal estadounidense Theodore McCarrick.
«No lo entienden»
Como consecuencia de todo ello, «en muchos lugares» se ha extendido una «desconfianza hacia la Iglesia como nunca antes», que afecta a «los obispos, a los cardenales y al Papa mismo». Esta es una novedad de la crisis de 2018.
«¿Por qué?», se preguntó Zollner. «Estuve tres veces en los últimos tres años en Australia», una Iglesia modelo en cuanto a la toma de decisiones en materia de prevención y actuación contra los abusos. «Pero me dicen siempre con respecto a los señores obispos: “The don’t get it”. No lo entienden». Y esto es así porque a pesar de «todas las medidas», de «todo el dinero» en indemnizaciones, de «todo el personal invertido en esto, lo que comunica la Iglesia es que estamos manejando la cosa; estamos respondiendo porque el Estado está investigando, pero no lo estamos haciendo porque estemos convencidos de corazón». «Lo que falta es un “lo siento, mi corazón sufre con ustedes”». Se transmite una imagen de la Iglesia «a la defensiva, incapaz de vivir el sufrimiento con las personas que han sufrido».
Y se echa en falta también, añadió, «transparencia» al abordar estos problemas, como si todo fuera «un ataque de los medios de comunicación».
En países como «Italia o España», se percibe hoy una actitud semejante a la de hace 9 años en Alemania, la de una Iglesia que piensa que «la tempestad va a pasar». Pero «no es verdad», advirtió Hans Zollner. En lo que se refiere al caso español, apuntó, «con investigación de [el diario] El País, tienen la certeza de que hay al menos unos 50 casos», pero «creo que serán muchos más».
El mismo mensaje dirige a «las Iglesias de África y de Asia», muchas de las cuales están «en la ilusión de que esto no les tocará». «Ciertamente les tocará, y quizá más fuertemente. También porque estamos abriendo otros capítulos de la misma enfermedad», con «los abusos a adultos, a seminaristas y otros. Y los abusos a monjas. Eso será terrible para la Iglesia en África y en Asia, y no tenemos todavía ni idea de cuánto daño hará a la Iglesia en esos países».
De entrada, este tipo de abusos provocan «la pérdida de fe» de muchas personas, que tal vez «estaban discerniendo una vocación religiosa» en el momento en que fueron absurdos por sus directores o acompañantes espirituales, y terminaron convirtiéndose en «enemigos de la Iglesia, no solo por el abuso mismo, sino por el tratamiento que después recibieron en la Iglesia de manos de los responsables».
En todo caso, «después de 2018, en ningún lugar del mundo, ningún católico, ningún líder de la Iglesia puede decir que no hay este problema». Pero no mirar de frente el problema, cree, no hace más que perpetuarlo. En lugares, como EE. UU., donde se han empezado a aplicar seriamente las medidas, los casos han descendido fuertemente, mientras que a Roma comienzan a llegar «acusaciones de Italia, de África, de Asia…». Al principio es un lento goteo. «La gente, como hemos vivido en todos los países cuando se empezaba [a hablar del tema], las víctimas no quieren hablar hasta cierto momento, cuando se convencen de que hay mucha gente más».
«No estamos terminando con este tema», advierte el máximo responsable del CCP. «No, estamos empezando».
Por tanto, «sabiendo que este será un tema que nos ocupará durante muchos años, sabiendo cuánto sufrimiento ha sido producido», no tiene sentido esperar a que sean «los periodistas» quienes difundan poco a poco la información, en lugar de hacerle frente al problema con decisión.
Buenas normas… en la práctica ignoradas
Zollner lamentó la ausencia de una actitud mucho más proactiva en diversos episcopados y congregaciones religiosas. Lamentó, por ejemplo, que no no se esté produciendo «transferencias en el conocimiento de buenas prácticas de unos lugares a otros», porque «estamos cerrados en nuestro mundo local, regional, nacional». Y puso como ejemplo el caso de Polonia. «La Conferencia Episcopal Polaca no ha aprendido nada, pero nada, de sus vecinos [alemanes]. En 9 años, no han aprendido nada, están repitiendo los mismos errores de nuestros obispos de hace 9 años. ¿Por qué no podemos abrir canales de comunicación?».
Al mismo tiempo, «es sorprendente al máximo descubrir que hay muchos obispos en el mundo, pero muchos», que no conocen el derecho canónico «y no saben cómo conducir una investigación previa. No saben las obligaciones [que proceden]de la misma Santa Sede. ¿En qué organización los lideres no conocen el estatuto de la misma organización?».
Frente a eso, reveló, «la Congregación para la Doctrina de la Fe está preparando un vademécum» que, al modo del Catecismo, estará estructurado de forma pedagógica en forma de preguntas y respuestas.
Claro que a veces la desidia está en la misma Ciudad del Vaticano, a la que desde 2011 Doctrina de la Fe está demandando unas «líneas guía».
Ni siquiera –prosiguió Zollner– existe a veces unidad de acción entre «las diferentes congregaciones de la Santa Sede», que no actúan «alineadas entre sí mismas».
Y «nos faltan las oraciones, las liturgias». Zollner se refirió a una conferencia organizada en 2015 con los obispos de Estados Unidos sobre estos aspectos. Buscaron teólogos que hubieran trabajado estos temas, pero «no encontramos a casi ninguno en todo el mundo. ¿Dónde están los señores y las señoras teólogas?», se preguntó. «¿En qué están pensando? ¿Por qué no hay una teología [sobre los abusos] como la que hay, por ejemplo, sobre el holocausto o la teología de la liberación? Porque la teología, como la Iglesia oficial, ha huido de este tema».
El jesuita alemán prosiguió hablando de los déficits de formación en los seminarios. A pesar de las claras indicaciones de la Santa Sede, «¿cuántos seminarios han hecho algo en esta línea? Ni el 10 %». «Ese es el problema de la Iglesia católica», apostilló. «Tenemos bellísimas palabras. ¿Y la ejecución?».
Pero no prevenir en los seminarios traerá después consecuencias graves. Pasados 5 o 15 años de la ordenación, subrayó Zollner, los problemas que aparecen no son de fe ni de «teología trinitaria», sino «problemas afectivos, emocionales, relacionales, sexuales…», para los que la Ratio fundamentalis (la norma suprema con respecto a la formación en los seminarios) prevé una serie de medidas con frecuencia olímpicamente ignoradas. A lo cual añadió que la causa de los abusos no es –según todos los estudios– ni el celibato ni la homosexualidad, sino la deficiente formación afectivo sexual de los futuros sacerdotes y religiosos.
Eliminación del secreto pontificio
Con respecto al reciente encuentro de presidentes de episcopados en Roma con el Papa, reconoció Zollner, «mucha gente se quedó decepcionada porque faltaron decisiones concretas», porque «no hemos concluido con una declaración o algo más concreto».
Para las próximas semanas, recordó, se esperan unas líneas de actuación sobre cómo aplicar el motu proprio del Papa de 2016 “Como una madre amorosa”, que entre otras cosas preveía un tribunal para juzgar a obispos negligentes y encubridores que «nunca se instituyó».
Ahí lo dejó apuntado Zollner, quien subrayó la importancia –y la dificultad– de obligar a los obispos a rendir cuentas. «¿Quién supervisa, el Santo Padre? ¿Debe supervisar él personalmente a 5.100 obispos?», se preguntó. «Tenemos que encontrar una manera para que puedan dar cuentas ante una autoridad intermedia, un metropolita», por ejemplo, añadió, citando una de las propuestas que se puso sobre la mesa en la cumbre romana.
Otro de los temas que se planteó es «quitar el secreto pontificio en estas acusaciones de abusos», prosiguió. «No es necesario», dijo, tomando claramente partido a favor de quienes han defendido su eliminación en estos casos. «Dos veces» –reveló– ha planteado este tema a Doctrina de la Fe, porque en las investigaciones por abusos «las medidas del Derecho Canónico son suficientes» para asegurar la protección de derechos de las partes, «no hay que añadir el principio del secreto»; ese «derecho a la protección no tenemos que santificarlo, canonizarlo con el derecho pontificio».
Cuestión, a su juicio, de sentido común, hasta el punto de que «hay conferencias episcopales» que no lo están respetando y «se comunican con las instituciones del Estado». «No les interesa el secreto pontificio, porque no tiene valor en esto».