Hans Küng: teología para un mundo globalizado - Alfa y Omega

La muerte del sacerdote y teólogo suizo Hans Küng nos obliga a reflexionar sobre el porvenir que anhelamos para nuestro maltratado planeta y para una humanidad que aún no ha logrado convivir en paz. Küng dedicó gran parte de su vida a elaborar una ética mundial basada en un núcleo de creencias compartido por las grandes religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islam. Si analizamos los textos sagrados, descubrimos que las tres suscriben la llamada regla de oro: no hagas al prójimo lo que no deseas para ti. A partir de ese principio, se deducen cuatro normas básicas: no matar, no robar, no mentir, no abusar del débil. Esa debería ser la médula de una ética global que permitiera construir un mundo más justo y compasivo. No podemos excluir de ese diálogo a las ciencias naturales, cuyas hipótesis no son incompatibles con la fe. Sin diálogo entre las religiones, no habrá paz en el mundo.

La propuesta de Hans Küng se inscribe en lo que el Papa Francisco llama «cultura del encuentro». Sus críticas a la infalibilidad papal le costaron la licencia para enseñar teología católica, pero lo cierto es que el sacerdote suizo nunca se desvinculó de la Iglesia. En 2005, se entrevistó con su antiguo colega Joseph Ratzinger, ya convertido en Benedicto XVI, y hasta el final de sus días se carteó con el Papa Francisco, al que elogió con fervor. En ambas ocasiones prevaleció el calor humano y la fidelidad al Evangelio.

Nombrado por Juan XXIII teólogo oficial del Concilio Vaticano II, coincidió con un joven Ratzinger en que la Iglesia debía avanzar por el camino sinodal, subrayando que el pueblo de Dios incluye indistintamente a religiosos y laicos. Todos somos iglesia. Todos somos corresponsables en la difusión del Evangelio. Todos debemos ser un testimonio de fe, esperanza y fraternidad.

Polémico en cuestiones como el celibato opcional, la eutanasia y el sacerdocio femenino, defendió el diálogo interreligioso, la sensibilidad ecológica y los derechos de las mujeres. Intentó seguir la máxima de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras». Fue un humanista, un intelectual honesto. Con todo, sus libros nos recuerdan que la fe, si es sincera, siempre exige creatividad, autocrítica y libertad.