Luigi Accattoli es uno de los vaticanistas más antiguos y prestigiosos. Leo un artículo suyo en Il Regno en el que, desde la atalaya de sus 80 años, rebate con fina ironía la extendida idea de que la Iglesia vive hoy bajo la tormenta, más que nunca. Comienza su repaso en Mayo del 68, el año de la Humanae vitae y de la contestación que provocó, episcopados incluidos. Y anota las severas críticas de los cardenales Ottaviani y Bacci al Misal de Pablo VI, en 1969.
Recuerda también las tensiones internas que provocaron en las firmes posiciones de los Papas Pablo VI y Juan Pablo II ante los referéndums sobre el divorcio y el aborto en Italia. Y nos refresca la memoria sobre el ambiente de fronda en torno al catecismo holandés y la Teología de la Liberación, con manifiestos de cientos de teólogos contra Juan Pablo II publicados en las principales cabeceras de prensa. Se afirma, dice con ironía, que los ataques que ahora sufre Francisco son un hecho nuevo en la historia. De eso nada. A los ya mencionados podemos añadir el fuego graneado que sufrió Benedicto XVI, no desde fuera precisamente; más aún, la soledad que pudo experimentar, por ejemplo, tras la suspensión de las excomuniones a los obispos ordenados por Lefebvre. Y podríamos seguir con la lista.
Este gran vaticanista observa con agudeza que «el gobierno de la Iglesia siempre desilusionará a los gobernados» y propone dar menos peso al factor «gobierno» (por lo demás, siempre necesario) y prestar más atención a los signos del amor de Dios que, a través de la Iglesia, están presentes en el mundo. «Siempre hubo tormenta en la Iglesia y siempre la habrá», escribe este hombre con las suelas desgastadas por los pasillos vaticanos que, en su ancianidad, se aferra al corazón de la Iglesia: a su anuncio del Evangelio, a los sacramentos, a la santidad de tantos fieles, al genio de la caridad que ella suscita en cada nueva frontera de lo humano.
Concuerdo con el maestro Accattoli: siempre habrá tormentas en la Iglesia y los tiempos que vienen no serán más tranquilos. La cuestión es si la amamos por lo que es y nos da; si miramos más a la levadura (la santidad) que fermenta la masa que al granizo que cae.