«Habéis sido el rostro de la amabilidad y de la entrega»
«Ángeles custodios» de la JMJ, les llamó días antes el cardenal Rouco, al celebrar con ellos la Eucaristía. Ya a punto de regresar a Roma, desde el aeropuerto de Barajas, el Papa hizo una parada en el centro ferial, IFEMA, para darles las gracias personalmente, pero también para dejarles tarea. «Quizá alguno esté pensando: El Papa ha venido a darnos las gracias y se va pidiendo. Sí, así es», bromeó
Eran unos 14 mil, la mitad del total, aproximadamente. Algunos veían, por primera vez en estos días, a Benedicto XVI, porque su trabajo les ha impedido tomar parte activa en los actos. «Sin embargo -dijo el Papa-, esa renuncia ha sido un modo hermoso y evangélico de participar en la Jornada».
Con su característica camiseta verde, durante la JMJ, se ha visto a los voluntarios informar a los peregrinos, controlar accesos a los actos centrales, realizar ingratas labores de limpieza…, trabajos a veces duros, que ni siquiera eximían al voluntario de pagar su inscripción para la Jornada. Entre esos 30 mil había también algunos mayores, abuelos incluso, pero el acto de despedida estaba reservado a los jóvenes, como signo visible de este encuentro de jóvenes del mundo.
El Papa acudió a saludarles, en sus últimas horas en España, porque «es un deber de justicia y una necesidad de corazón». Lo primero, porque «habéis dado a la Jornada Mundial el rostro de la amabilidad y la entrega a los demás». Y lo segundo, porque el propio Benedicto XVI se ha sentido personalmente arropado en todo momento por ellos.
Pero el Papa no se resistió a ir más allá de los agradecimientos, y a pesar de que el ambiente abiertamente era festivo, introdujo algunos elementos de profunda reflexión. Dios -les explicó- transforma «las preocupaciones y el agobio de muchos momentos en frutos de virtudes cristianas: paciencia, mansedumbre, alegría en el darse a los demás…». Concluida la JMJ -prosiguió-, «os animo a que guardéis en vuestros corazón esta gozosa experiencia» , y a partir de ahí, les invitó a hacerse estas preguntas: «¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su designio sobre mi vida? ¿Me llama Cristo a seguirlo más de cerca. ¿No podría yo gastar mi vida entera en la misión de anunciar al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio?».
El reto que les propuso el Papa es continuar esa entrega a los demás, propia del voluntariado, más allá de esta Jornada. «Vuestra vida alcanzará una plenitud insospechada», les animó. Y aunque, como dijo entre bromas, él había acudido al IFEMA a darles personalmente las gracias, al final resultó que les estaba encomendando nuevas tareas. «Ésta es la misión del Papa, Sucesor de Pedro -dijo-. Y no olvidéis que Pedro, en su primera carta, recuerda a los cristianos el precio con que han sido rescatados: el de la sangre de Cristo. Quien valora su vida desde esa perspectiva, sabe que al amor de Cristo sólo se puede responder con amor, y eso es lo que os pide el Papa en esta despedida: que respondáis con amor a quien por amor se ha entregado por vosotros».
Más que voluntarios
Enfrente tenía a interlocutores muy sensibles a sus palabras, como le explicó el cardenal Rouco. El término voluntario «es manifiestamente insuficiente para poder comprender y expresar el esfuerzo, el sacrificio, el desprendimiento y el estilo impreso por los Voluntarios de la JMJ 2011 de Madrid a su comportamiento y al servicio por ellos prestado», subrayó el cardenal. «La calidad humana con la que lo han hecho ha sido excepcional. Les ha movido el amor: un amor ofrecido al Señor, a la Iglesia y al Papa. Han querido ser unos verdaderos apóstoles de sus jóvenes compañeros, ¡y lo han logrado!».
Alrededor de las 5 de la tarde del sábado, antes de partir hacia la Fundación Instituto San José y Cuatro Vientos, Benedicto XVI recibió, en la Nunciatura, a los Comités organizadores de la JMJ. Fue el único de sus discursos fuera de cámaras y micrófonos, aunque el texto sí fue hecho público.
El Papa dio, en primer lugar, las gracias a los miembros del Comité Local, sin olvidar a sus familias, que han compartido también las renuncias y las sacrificios durante estos tres años. «Sólo el amor a la Iglesia y el afán por evangelizar a los jóvenes explican este compromiso tan generoso», dijo el Papa al equipo coordinado por monseñor César Franco, obispo auxiliar de Madrid.
Después dio las gracias a los miembros de la Comisión Mixta, integrada por el Arzobispado y las Administraciones del Estado, de la Comunidad de Madrid y del Ayuntamiento de la capital, instituciones de una ciudad que ha demostrado estos días su condición de «abierta, hermosa y solidaria». «La eficacia de esta Comisión -añadió el Papa- manifiesta que no sólo es posible la colaboración entre la Iglesia y las instituciones civiles, sino que, cuando se orientan al servicio de una iniciativa de tan largo alcance, como la que nos ocupa, se hace verdad el principio de que el bien integra a todos en la unidad». Sin esa colaboración, «no se habría podido realizar un evento de tanta complejidad», reconoció.