Giorgio Marengo: «La Iglesia en Mongolia sigue creciendo»
El misionero de la Consolata italiano Giorgio Marengo se convirtió en 2020 en el segundo prefecto apostólico de Ulán Bator, territorio que abarca toda Mongolia. A partir del 27 de agosto, será el cardenal más joven
El cristianismo llegó a Mongolia relativamente pronto. ¿Queda alguna huella?
Sí, hay testimonios arqueológicos e históricos que demuestran que ya en el siglo VIII se practicaba el cristianismo. Por otro lado, la peculiaridad de la cultura, que era nómada, hace que no existan muchas pistas sobre la forma de vida. No se conservan edificios, por ejemplo. Incluso del Imperio mongol solo se han encontrado unas pocas estructuras, porque vivían en gers [las tiendas tradicionales de aquí] y se desplazaban de un lugar a otro. Mi cruz pectoral reproduce el patrón de algunas cruces que se han encontrado en Mongolia y Asia Central. Estamos trabajando con un arqueólogo de aquí y dos italianos para que la gente conozca más este aspecto de la historia, porque desgraciadamente no se presenta bien en el currículum educativo y por eso es poco conocido.
En los tiempos modernos, la presencia católica se retomó tras la caída del comunismo en 1991. ¿Cuál es la situación ahora?
Justo hace un par de semanas celebramos el 30 aniversario de la llegada de los primeros misioneros. Especialmente al principio la Iglesia creció muy rápido. Ahora sigue aumentando, no tan rápido pero de forma constante. Ha sido un fenómeno bastante interesante en el marco de Asia. Es frecuente que nuestras pequeñas comunidades acojan a nuevos miembros que reciben la iniciación cristiana. Aproximadamente el 95 % de nuestros fieles son autóctonos. Ahora estamos empezando a ver a padres que bautizan y transmiten la fe a sus hijos. Son los que llegaron como jóvenes hace 20 o 30 años.
¿Cómo se acercan los mongoles a la fe?
Cada historia es diferente, y tenemos algunas muy interesantes. Lo más importante es el testimonio de otros cristianos y tener experiencias positivas de la Iglesia. Son sobre todo jóvenes adultos, que conocen el cristianismo por compañeros de trabajo o conocidos o bien que entran en contacto con alguna de nuestras ocho parroquias. Es fácil que los niños y adolescentes nos conozcan por sus actividades, pero eso no implica necesariamente que terminen uniéndose a la Iglesia.
¿Tienen libertad para evangelizar?
Mongolia es un país democrático, que reconoce la libertad de religión y culto. Por otro lado, hay algunas políticas bastante estrictas. La predicación y la enseñanza de doctrinas religiosas está restringida a los lugares que se hayan registrado oficialmente para ello. Todas nuestras parroquias tienen ese permiso, y una vez lo tienes puedes organizar cualquier cosa en tu terreno.
El primer sacerdote mongol se ordenó hace seis años, y hace poco lo hizo un segundo. ¿Qué supone tenerlos?
Uno sigue en su período de formación, pero el otro ya es vicario de la parroquia de la catedral. Marcan una gran diferencia, porque pueden hablar libremente con su propia gente usando imágenes y símbolos familiares para ambos. También la gente está más abierta a acudir a ellos.
Contribuirán también a inculturizar la fe.
La Iglesia ha estado empeñada en ello desde el principio. Es un proceso de toda la vida que requiere mucho tiempo y paciencia. Se supone que la propia gente irá encontrando su forma de expresar la fe de forma coherente con su cultura. Se trata más de la experiencia que tengan cada misionero, que le permitirá evangelizar prestando atención a esto. Usamos el idioma mongol en toda la liturgia y tratamos de integrar la música y el arte local. En catequesis describimos los puentes que conectan la historia mongola con la del pueblo de Israel y la de la Iglesia. Por supuesto, los sacerdotes mongoles están jugando un papel muy importante.
Al hablar de Mongolia, los occidentales nos imaginamos inmensas estepas, caballos y gente viviendo en gers. ¿Es un estereotipo?
Esos elementos son verdad, pero hay que tener cuidado de no generalizarlos. Existen dos Mongolias. De mis 19 años aquí, he vivido 16 en la rural, y doy fe de que es exactamente como se ve en National Geographic. Es fascinante cómo la gente ha mantenido sus tradiciones miles de años y cómo vive con sus animales. Es una de las bellezas del país. Pero existe otra Mongolia, la de la ciudad. Ulán Bator, la capital, es prácticamente la única población que se puede considerar tal. Aquí hay mucho tráfico y contaminación, y el estilo de vida recuerda al de otras grandes ciudades. La gente va en coches grandes y hay mucha influencia occidental en cómo actúan, visten y comen. Estas dos realidades existen, a veces con tensiones.
¿Hay migración interna entre dos mundos tan distintos?
En los últimos años ha habido un movimiento constante hacia la ciudad, y es uno de los grandes problemas del país. Es obvio que quienes acaban de llegar del campo pueden sufrir fácilmente discriminación o problemas sociales por no poder adaptarse a esta nueva realidad. Viven confinados en las periferias, en condiciones de bastante atraso social o en cuanto a la higiene. Ahora las autoridades están intentando no promover este fenómeno, pero la gente sigue viniendo por el mito que supone la ciudad. Y muchas veces solo encuentran pobreza y dificultades.
¿A qué otros desafíos se enfrenta el país?
Algunos dicen que la falta de trabajo, pero no es tanta como en Europa. Ahora mismo un problema es la inflación, que ha llegado al 15 %. Está aumentando el número de familias que tienen problemas para llegar a fin de mes. Otros problemas sociales están relacionados con la adicción al alcohol, que está bastante extendida. Cuando la gente no encuentra sentido a su vida tiende a intentar buscar descanso en algo que es una ilusión. Se relaciona también con un uso muy extendido de bebidas fuertes como el vodka. Pero no soy sociólogo y no sé mucho sobre las razones.
¿Cómo se percibe socialmente a la Iglesia?
Ser minoría a veces conlleva que te vean como un extraño. No es fácil practicar el catolicismo aquí y que la sociedad en general lo acepte pacíficamente. No se considera una decisión común, y te da la sensación de que estás marginado. A veces también se reciben críticas. En la mayoría de casos, nuestros católicos son los únicos de su familia. No es fácil para ellos, porque no tienen el apoyo que suele hacer falta para crecer en la fe. Por otro lado, la Iglesia está muy implicada en actividades sociales como educación, salud, etc. Constituyen el 70 % de lo que hacemos.
La mayor parte del país es budista. ¿Cómo se llevan con sus líderes?
La relación es muy buena, especialmente con los más altos representantes. Los primeros misioneros, especialmente el primer obispo, Wenceslao Padilla, tuvieron siempre una orientación muy clara en este sentido y yo he continuado su legado encantado. También soy colaborador activo del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso desde 2015, y como misionero de la Consolata contribuí a promover este diálogo creando el Centro para el Diálogo Interreligioso y la Investigación Cultural en Karakorum, la antigua capital.
3,2 millones
Budistas, 51,7 %; ninguna, 40,6 %, y cristianos, 1,3 %
Dentro de esa buena relación, en mayo acompañó a una delegación de líderes budistas mongoles a reunirse con el Papa en el Vaticano.
Era un sueño que tenía desde hace dos o tres años. Al participar en dos coloquios entre cristianos y budistas, en la India y Taiwán, me di cuenta de lo importante que es que los líderes nos juntemos en ese nivel alto y tener un intercambio fraterno que promueva lo que nos une. Además, teníamos este año el 30º aniversario de presencia de la Iglesia en Mongolia. Empecé a planearlo en este marco, en colaboración con Roma y con nuestros amigos de aquí. Cuando finalmente se le presentó al Papa lo acogió muy bien. El único problema es que en el último momento falló la delegación del principal monasterio budista de Mongolia por problemas internos.
En cualquier caso, resultó muy interesante porque era la primera vez que una delegación budista de Mongolia viajaba a Roma con el propósito expreso de encontrarse con el Papa. Tuvimos reuniones en el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso sobre cómo fomentar nuestra colaboración y plantearnos iniciativas similares a nivel internacional. Y el Santo Padre nos dio un mensaje bastante claro sobre la importancia de ser fieles a nuestra doctrina religiosa, sin manipularla con otros propósitos como la guerra, y sobre cómo la religión puede promover la paz y la fraternidad en el mundo. También fue muy positivo convivir durante una semana.
Como prefecto de Ulán Bator, está trabajando para que Mongolia se una a la Conferencia Episcopal de Asia Central. ¿Por qué cree que es necesario, a pesar de no pertenecer a la misma región geográfica?
La Iglesia en Mongolia no pertenece a ninguna conferencia episcopal. Nos pareció una buena oportunidad de vivir de forma concreta la sinodalidad en la que tanto insiste el Papa Francisco. De lo contrario, seguiríamos incluso más aislados que ahora. Todos los países de Asia central fueron en su día, durante siglos, territorios del Imperio mongol. Así que cultural y lingüísticamente hay muchas similitudes. Además todos experimentamos 70 años de régimen comunista, ellos dentro de la URSS y nosotros como país independiente. Claro que también hay diferencias, porque nosotros somos un país mayoritariamente budista y ellos musulmanes. Pero teniendo en cuenta el intercambio hasta ahora, parece una buena plataforma para dialogar.
Llegó a Mongolia en 2003, nada más ordenarse sacerdote. ¿Fue decisión suya?
Me asignó el superior general. Cuando me preguntó antes de hacerlo oficial me alegré mucho, porque soñaba con venir a Asia. Aún no estábamos presentes en Mongolia. Se decidió durante mis últimos años de formación y me hizo ilusión la noticia; pero nunca pensé que fuera a estar en el primer grupo. Vinimos dos sacerdotes y tres hermanas. Los primeros tres años los pasamos en Ulán Bator, aprendiendo el idioma y echando una mano en una comunidad que se estaba poniendo en marcha en la periferia. Algunos de los niños con los que trabajamos allí son ahora catequistas. Fue un tiempo muy delicado e importante para situarnos en esta realidad, especialmente estudiando su lengua y cultura. También estuvimos discerniendo dónde ir después, y la Providencia Divina nos señaló Arvajhėėr, a 430 kilómetros de la capital, donde nunca había estado la Iglesia.
Empezaron desde cero.
Lo primero fue empezar a vivir allí y conocerla. Es una localidad de 30.000 habitantes, rodeada de estepa. Tuvimos que obtener permiso del Gobierno local para trabajar, y no fue fácil ni rápido. Tardamos dos años en que el Ayuntamiento nos diera un terreno. Empezamos construyendo dos «ger» para las dos cosas que caracterizan la fe cristiana: la oración y el servicio. En el primero, al principio éramos los únicos en Misa pero dejábamos la puerta abierta. Al otro, poco a poco empezaron a venir los niños para hacer los deberes y jugar. Así conocimos a sus padres y sin saber exactamente cómo o porqué, algunos adultos empezaron a interesarse por la fe. Empezamos un grupo de catequesis, y unos años después tuvimos los primeros bautizos. En 2012 nos convertimos en parroquia y yo, en el primer párroco. Pero todavía es una comunidad muy pequeña, ahora tiene 50 fieles.
¿Qué supuso para usted convertirse en 2020 en el sucesor de Padilla, el primer obispo?
Realmente fue algo muy inesperado. Durante años le había visto como el líder de esta Iglesia. Como superior local de los Misioneros de la Consolata estábamos en diálogo constante. Realmente era nuestro referente, el anciano en sentido bíblico al que acudías en busca de consejo, quien puso en marcha todo lo que teníamos ante nuestros ojos. Cuando me nombraron fue una sensación muy extraña la de verme en su lugar. También había una gran brecha de edad. Fue duro, porque no me sentía digno de seguir sus pasos. Me llevó bastante tiempo darme cuenta de que quizá Dios quería eso. Así que humildemente intento hacerlo lo mejor posible en su lugar y sobre todo miro a su ejemplo e intento reflejar lo que él hizo durante 26 años, acoger su legado y llevarlo adelante.
¿Por qué cree que el Papa ha elegido a un cardenal de Mongolia?
Lo único que se me ocurre es que en su corazón hay un espacio muy grande para las realidades misioneras. Y como quiere que el colegio de cardenales sea representativo de la Iglesia universal, probablemente quería que se escuchara también la voz de una Iglesia pequeña y marginada.
¿Qué puede aportar Mongolia al gobierno de la Iglesia universal?
Tal vez la frescura de la fe que se respira aquí. Quienes han llegado a la fe hacen todo lo que pueden para intentar vivirla sin tener encima la pesada carga de una larga historia. Creo que Mongolia puede ofrecer este aspecto de ser una Iglesia que no se preocupa demasiado por cuestiones políticas o de otro tipo sino que se centra en anunciar el Evangelio e intentar vivirlo con la gente. La Iglesia aquí es como la de la Iglesia de los primeros tiempos.
Se convertirá en el cardenal más joven, así que es de esperar que participe en la elección de los papas hasta más allá de la mitad del siglo. ¿Cómo ve a la Iglesia dentro de 30 años, globalmente y en Asia?
No puedo hacer grandes proyecciones. En Asia la Iglesia crece lenta pero constantemente. Desde este continente, puede ofrecer el valor de ser minoría. Estamos acostumbrados a considerar la Iglesia desde la perspectiva de nuestros países de Occidente, donde ha configurado la vida y la cultura de muchas personas a lo largo de la historia. Y esto es estupendo, es un gran don. En Asia eso no ha ocurrido y quizá conviene mirar a esta experiencia; no porque la Iglesia sea poderosa, sino porque no lo es. Tal vez la Iglesia universal pueda encontrar inspiración en la vida, la práctica y la fe de los cristianos en Asia.
¿En qué se fijará a la hora de elegir al próximo Papa?
¡No sé, aún no he entrado en esa mentalidad!