Gassman y sus diálogos con Dios
Este inédito retrato hace don Innocenzo Gargano, monje camaldunense, del conocido actor italiano Vittorio Gassman: «Era alumno de los seminarios bíblicos en San Gregorio al Celio. Estaba fascinado por la vida monástica y fue varias veces a retiros. Me telefoneó antes de morir»
«Pero ¿por qué crees? ¿De donde te ha venido tu fe?» Éstas eran las preguntas sobre las que descansaba la amistad de veinte años entre el actor y el monje. Del monasterio de San Gregorio al Celio, en Roma, donde algunos días después de la muerte de Gassman, el 29 de junio de hace diez años, tuvieron lugar los funerales, vuelven a la mente del benedictino anécdotas, largas conversaciones sobre la existencia de Dios o la importancia de Jesús en la Historia, y su pasión por la Palabra de Dios. «Fue verdaderamente la pasión por la Biblia lo que nos hizo encontrarnos -revela el monje-, gracias a amigos comunes, como el actor Franco Giacobini y el jesuita Luis Alonso Schökel. Nació con Vittorio la necesidad de profundizar en la lectura del texto bíblico y de recuperar la tradición judeo-cristiana en la Sagrada Escritura, partiendo de lo que comunicaba e inspiraba al hombre de hoy». Don Innocenzo habla para el diario «Avvenire», de la Conferencia Episcopal Italiana.
¿Cómo era Vittorio Gassman en estos seminarios bíblicos?
Era intuitivo, como en el escenario. Lograba captar la atención de todos. Bastaba ver cómo leía un texto. Siempre daba una interpretación justa.
Sin embargo, recordando al gran actor, a menudo se piensa que era un hombre atormentado por las dudas…
Sí, era un hombre atormentado, con una terrible depresión. Sin embargo, gracias al encuentro con la realidad monástica, se fascinó con nuestro estilo de vida. Recuerdo que se quedó impactado por el hecho de que yo tuviese fe. Le replicaba diciendo que «la duda era el verdadero carburante de la fe», y le añadí: «Vittorio, en esto, tú eres un verdadero creyente: porque tienes dudas». Gassman ha sido inconscientemente un hombre sediento de Dios y, como afirmé en la homilía de su funeral, «fue un creyente que durante toda su vida buscó a Dios, pero que creyó que nunca Le encontró».
¿Cómo fueron sus últimos años?
Se había acercado mucho a la fe. Con su última mujer, Diletta D´Andrea, comenzó unas catequesis sobre el cristianismo y los sacramentos. Se planteaba la idea de casarse por la Iglesia, porque canónicamente había enviudado de Nora, su primera mujer. Y los otros matrimonios habían sido sólo por lo civil. Me chocó una reflexión suya: «Yo he tenido todo en la vida: fama, riqueza, amor, hijos, salud, y sólo ahora he descubierto la grandeza de Dios. Lo que Le pregunto a Dios es por qué me ha dado sólo una vida, ahora que comienzo a comprender». Me pesa el no haber sido capaz de aclararle esta duda.
¿Es verdad que una de las últimas llamadas de teléfono fue a los monjes?
Tenía una buenísima relación con todos los monjes, en particular con Don Graziano Mengozzi, con el que compartía su pasión por la música sacra. Todos nosotros tratábamos de animarle, porque tenía miedo a las enfermedades y a las visitas médicas de control, que debía afrontar al día siguiente. Casi testamentaria fue la despedida por teléfono con Don Graziano: «¿Sabes lo que te digo? Me fío y me pongo en las manos de Dios». Esa misma noche murió. Con él, ha desaparecido un hombre con una gran generosidad. Es todo lo que se puede esperar de un verdadero creyente.
Filippo Rizzi / Avvenire
Traducción: María Pazos Carretero
L’Avvenire ha publicado este poema inédito de Gassman, titulado A Dios. Ofrecemos la traducción de un fragmento:
Estabas en el espacio impensado porque es natural.
Estabas y estás -quizá ahora lo he entendido- entre las palabras
que tanto he usado y osado;
siempre has estado, estabas allí,
estás todavía y quiero descifrarte,
sacarte de tu escondrijo usando las palabras.
Es lo único que sé hacer, sólo ahí hay esperanza
de que ahora Tú aparezcas, perfecto.
Si quieres en verso, rimando contigo mismo.
Tú puedes elevar al cielo cualquier prosodia;
con tal de que Tú aparezcas, las palabras látigo se hacen Palabra,
y, una vez que entierre mi yo, me hablarás finalmente.
Háblame hasta agotarme.
Te cedo todo sonido o silencio; y ya te veo surgir
de ese montón de palabras inútilmente revueltas en el cajón,
con un lenguaje perfecto.
Bórrame también a mí,
cámbiame, guíame, interprétame,
habla Tú para siempre, Señor.