«Los amigos de mis amigos son mis amigos». La pegadiza frase de Objetivo Birmania viene a mi memoria cada vez que pienso en Surrafel y Merhawi, eritreos y refugiados temporalmente en Sri Lanka. Compatriotas de una de mis hermanas, se han convertido en amigos heredados de toda nuestra comunidad.
Tras un largo periplo por distintos países de África oriental con escala en el sudeste asiático, Surrafel ha podido llegar a la tierra prometida de Canadá. En ese paraíso de arces y frío polar vive con su hermana, trabaja como mecánico y disfruta de una libertad apátrida pagada a muy alto precio. Merhawi sigue esperando. La oración inquebrantable, tan característica de los eritreos, lo mantiene esperanzado. Su esposa, prometida durante mucho tiempo y que llegó a Sri Lanka desde los EE. UU. para casarse con él el año pasado, le espera en Atlanta con un bebé precioso. El pequeño es hijo de la fortuna: ciudadano americano, engendrado en Ceilán, de padres eritreos. La vida de esta familia depende de lo que la agencia de la ONU para los refugiados determine para ellos.
La Asamblea General de la ONU decidió que el 20 de junio fuera el Día Mundial de los Refugiados. Según la RAE, un refugiado es la «persona que, a consecuencia de guerras, revoluciones o persecuciones políticas, se ve obligada a buscar refugio fuera de su país». En el mundo hay 70,8 millones de personas forzadas a dejar sus hogares; 25,9 millones son refugiados, de los cuales más de la mitad tienen menos de 18 años. La mayoría son sirios, afganos y sursudaneses. 15 años atrás, millares de esrilanqueses tuvieron que dejar sus hogares por culpa de la guerra. Muchos aún no han regresado. Paradójicamente, en la actualidad Sri Lanka refugia a afganos, pakistaníes y a quienes, como nuestros amigos, huyen de regímenes dictatoriales que destrozan un país y a sus ciudadanos, pero que carecen de interés en la geoestrategia internacional.
El día 19 hemos celebrado la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. San Pablo nos invita a hacer nuestros sus sentimientos los del que «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo». Quizá amar hasta el extremo pase ahora por abrir todas esas puertas custodiadas por la imagen del Sagrado Corazón, para que muchos hermanos puedan decir: «Fui forastero y me acogisteis» (Mt 25, 35).