Frida Kahlo: la que nunca pudo ser madre de Dieguito niño
La mexicana se ha convertido en un icono de mujer liberada y luchadora ante la adversidad, pero poco se habla de su mayor deseo: ser madre
Deseaba por encima de todo tener un Dieguito niño. Hasta en tres ocasiones logró quedarse embarazada, algo casi milagroso, pues las secuelas del accidente que tuvo con 19 años –un tranvía chocó con su autobús y una barra metálica atravesó su cuerpo–, tras 30 operaciones y el aparato reproductor destrozado, hacían prácticamente imposible que pudiese gestar. Pero lo logró. Con su tesón y su enamoramiento irracional por el pintor Diego Rivera, muralista mexicano que le doblaba literalmente la edad. La primera vez que se quedó embarazada tenía poco más de 20 años, y fue cuando sufrió su primera pérdida. Por segunda vez, en menos de dos años, llegó la alegría de la concepción, esta vez de viaje en Estados Unidos; y después, el varapalo del adiós en la soledad de una cama de hospital en un país desconocido, con los médicos hablando en otro idioma y su marido entretenido en una exposición. De esta experiencia nació uno de sus autorretratos más descarnados, Hospital Henry Ford, pintado en 1932, donde se ve a Frida postrada en una cama, llorando, rodeada de sangre y varios cordones umbilicales que terminan en su niño muerto; en una pelvis rota que explica la causa de su maternidad interrumpida; un caracol que representa lo lento que pasaba el tiempo tras el aborto, un animal «blando, cubierto y descubierto al mismo tiempo», como ella misma decía; una orquídea, la flor que Diego Rivera le regaló durante su estancia en el hospital, y una máquina, que simboliza la industrialización de la ciudad de Detroit, es decir, la frialdad de su marido. Después de este hubo otro aborto más, sucesos los tres que marcaron su obra, llena de dolor y también de deseo de vivir.
Esta representación del hospital es una de las 31 obras originales y 91 fotografías –además de una instalación de las páginas de su diario– que la Casa México de Madrid ha logrado reunir en una muestra largamente esperada, disponible hasta el mes de noviembre. Es la primera monografía de la artista mexicana en casi cuatro décadas en la capital de España. En la elección de las pinturas prima el autorretrato. También encontramos algunas de sus primeras pinturas, en las que mostraba a familiares o amigos, ya que en sus inicios Frida se dedicaba a pintar para hacer regalos a sus allegados. Los temas que subyacen en todas sus creaciones son la mexicanidad, la figura de la mujer y, sobre todo y ante todo, su dolor. Su dolor por no ser madre. Encontramos en esta muestra –que se centra fundamentalmente en su obsesión por la vida y la muerte– hasta una litografía, la única que realizó, en la que representa su cuerpo como en un tratado de medicina. Al lado, representa la división celular embrionaria que finalmente forma un feto, unido a su cuerpo por un cordón umbilical. Ella está embarazada, pero pequeñas gotas de sangre caen por su pierna y fecundan la tierra para dar vida a tres plantas, los tres niños que nunca tuvo. En otra obra, La flor de la vida, recrea el instante de la fecundación y equipara la fertilidad humana con el florecimiento de la naturaleza. Y en Sol y vida, un sol de intenso color rojo se rodea de flores, que asemejan los genitales femeninos, donde pueden verse fetos dentro de los que brotan lágrimas.
La herencia de Kahlo, nacida en 1907 en Coyoacán, México D. F., ha traspasado notablemente sus fronteras. En la actualidad se utiliza constantemente su característica imagen –cejas pobladas, atuendo oaxaqueño, flores naturales en el pelo y pesadas joyas tradicionales– como símbolo de fortaleza ante la adversidad. No es para menos; hasta cuando le amputaron la pierna derecha, de su pensamiento brotó la célebre frase: «Pies, para que os quiero, si tengo alas para volar». Frida también es símbolo, entre otras cosas, de lucha incesante por el amor de su vida. La definición de su boda como la unión entre «un elefante y una paloma», tal y como dijo su familia al saber que iba a casarse con Diego Rivera, fue la premonición de una vida entrelazada con alguien de otra naturaleza. Con quien la quiso a su manera, la humilló con infidelidades –hasta con su propia hermana, mientras ella estaba convaleciente–, y la abandonó a su suerte en no pocas ocasiones. «Yo sufrí dos accidentes graves en mi vida: uno es el del tranvía; el otro es Diego. Diego fue el peor de todos», decía. Curiosamente una de las facetas de su vida más desconocidas, o que menos han pasado al imaginario popular, es a lo que más tiempo dedicó con sus pinceles: la vida que brota, la vida deseada, su Dieguito niño que nunca fue, y la muerte que acecha.
El visitante encontrará también en esta exposición una obra icónica, en la que muestra su columna en pedazos y su cuerpo traspasado por decenas de clavos. O un cuadro costumbrista, El camión, que, a priori, no se asemeja en nada a otras obras de la artista y presenta un mosaico de la sociedad mexicana a través de estereotipos de sus clases sociales. En el banco del camión hay una joven sencilla que va a hacer la compra, un obrero, un rico extranjero, o una campesina con un bebé en brazos.