God bless America! - Alfa y Omega

God bless America!

El Thyssen de Madrid explora a los autores norteamericanos que, independientes de las tendencias europeas del siglo XIX, supieron elevar el género del paisaje a una expresión sublime del sentimiento religioso y patriótico

Ana Robledano Soldevilla
Cruz al atardecer, de Thomas Cole. Fotos: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

De la mano del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid y de la Terra Foundation for American Art exploramos la aportación artística de aquellos pintores norteamericanos independizados de las tendencias de Europa desde el siglo XIX. Estos autores elevaron el género del paisaje a una expresión sublime del sentimiento religioso y patriótico, siguiendo las líneas academicistas que mejor definían a su país y a ellos mismos.

Mañana, de Georges Inness. Fotos: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

Estados Unidos supo aprovechar su momento de brillar en la historia del arte subiéndose al tren de las vanguardias. Encabezaron muchas de ellas con figuras como Edward Hopper, Roy Lichtenstein, Willem de Kooning o Andy Warhol, e incluso inauguraron nuevos caminos de expresividad. Pero, ¿cuál era la estética del arte norteamericano antes de que Europa influyera con sus tendencias vanguardistas? ¿Cuáles eran las motivaciones de un artista americano en su entorno? En resumen, la pregunta es: ¿cómo es el arte norteamericano academicista de los siglos XIX y XX?

Antes de avanzar con la explicación, cabe aclarar que en el sigo XIX en Norteamérica hubo un importante grupo de impresionistas que tomaron el testigo francés de este aclamadísimo movimiento para reinterpretarlo con sus propias perspectivas. El mismo Thyssen organizó, en 2014, una excelente exposición, titulada Impresionismo americano, en la que se investigó cómo asumieron con maestría su participación en la tendencia europea. Estos autores cultivaron el género del paisaje, como es lógico, pero nada tiene que ver este paisajismo con el que nos ocupa. Obviando dicho capítulo, nos adentramos a conocer los intereses del pintor academicista americano de la época del Romanticismo y del cambio de siglo. Esta muestra deja ver, entre otras cosas, la incuestionable predilección por el paisaje y el naturalismo para transmitir un sentimiento y una espiritualidad determinada.

Las cataratas de san Antonio, de George Catlin. Fotos: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

El medio natural del oeste está infravalorado y oculto bajo la sombra del protagonismo de ciudades como Nueva York, Los Ángeles, Washington o Chicago. Sin embargo, opino que Norteamérica tiene mucho que ofrecer en su geografía física, y cuenta con paisajes ciertamente espectaculares. Como no es de extrañar, la naturaleza virgen de esta vasta tierra ha sido la principal fuente de inspiración de sus artistas y su género pictórico por excelencia en la versión más sincera de su creatividad. Esto demuestra, en la sensibilidad del artista americano, un profundo entendimiento de la elevación en la contemplación de lo bello. Paisajes que no tienen otra intención más que el deleite sensorial del espectador a través del descanso de la mirada en la pacífica realidad de la naturaleza creada por Dios sin demasiada (o ninguna) intervención del hombre.

Al contemplar la belleza de estos paisajes, es inevitable el sentimiento de orgullo nacional. Como resumen desde el museo, «el concepto de naturaleza fue esencial en el proceso de creación de la joven nación norteamericana, por lo que la génesis y el desarrollo del género del paisaje no puede desvincularse ni de la historia ni de la conciencia política estadounidense». La pintura de paisaje definía el país, al tiempo que lo representaba, «de forma que el reflejo de la naturaleza virgen se estableció como la fórmula más idónea de reafirmación del creciente espíritu nacional».

Kingston Point, río Hudson, de Francis Silva. Fotos: Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.

Junto con el sentimiento nacional, otro resultado de esta admiración es inevitablemente el sentimiento religioso, que en general siempre subyace en toda contemplación paisajística. Algo muy presente en el corazón americano. La intención de estas obras es apelar al carácter contemplativo de la espiritualidad humana, y nuestra capacidad de apreciar lo sublime y trascender a través de los sentidos. En la sección de la muestra titulada «América sublime» se estudia la naturaleza como fuente de espiritualidad. Es cierto que se nutre del Romanticismo trascendental europeo, pero el paisaje del Oeste en pintura es mucho más espiritual, profundo, reflexivo e introspectivo. Animo al lector a que contemple la obra de Thomas Cole, Cruz al atardecer, y nos cuente si es una simple representación natural de un paisaje, o si invita a algo más. Este autor, en particular, se concentró en desvelar la relación del hombre con la naturaleza bajo las convenciones del Romanticismo sublime y en plasmar un sentimiento religioso. God bless America!

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