Francisco y los nuevos purpurados visitan a Benedicto XVI tras el consistorio
A la ceremonia no ha podido asistir uno de los neocardenales, el obispo ghanés de Wa, Richard Kuuia Baawobr, ya que, a su llegada a Roma, ha tenido que ser ingresado en un hospital
Francisco ha presidido en la basílica de San Pedro el octavo consistorio para la creación de nuevos cardenales de su Pontificado. El Papa había elegido a 21 hombres como nuevos cardenales, pero uno de ellos, el obispo emérito de Gante, Luc Van Looy, finalmente solicitó a Francisco una dispensa para no recibir la púrpura al considerar que no había estado a la altura en la gestión de los casos de abuso cuando era titular. Por tanto, han sido 20 los cardenales creados por Francisco si bien uno de ellos, el obispo ghanés de Wa, no ha estado presente en la basílica vaticana. A su llegada a Roma, Richard Kuuia Baawobr ha sufrido un repentino malestar y ha tenido que ser ingresado en un centro hospitalario de la Ciudad Eterna.
Tras la entrega de la birreta y el título a los neocardenales, el Papa ha presidido además el consistorio ordinario público para la canonización de dos beatos: Giovanni Battista Scalabrini, el fundador de los Misioneros y Misioneras de San Carlos Borromeo y conocido como «el apóstol de los migrantes»; y Artímedes Zatti, misionero salesiano en la Patagonia. Ambos beatos serán canonizados el 9 de octubre de este año.
El Papa Francisco ha centrado su homilía del significado del fuego del que hablan los Evangelios. Por un lado, ha reflexionado sobre la expresión de Jesús cuando dice que ha venido a dar fuego al mundo y le gustaría que ya estuviera ardiendo. Por otro, sobre las brasas del fuego que prepara Cristo Resucitado para cocinar los peces que sus discípulos han sacado del Mar de Galilea. Un fuego arrollador y un fuego lento, «una misión de fuego». «Es como si Jesús nos entregase el testigo ardiente», ha explicado el Santo Padre. Este fuego, además, es una llama que enciende la misión hacia «las periferias desconocidas», y, al mismo tiempo, es un fuego que también supone «cercanía, compasión y ternura»: «Este fuego arde de forma especial en la oración de adoración, cuando estamos en silencio cerca de la Eucaristía y saboreamos la presencia humilde, discreta y escondida del Señor, como el fuego de las brasas, así esta presencia se convierte en alimento para nuestra vida cotidiana».
Francisco ha recordado a los cardenales que su misión estará hecha de grandes y pequeñas empresas. Para ilustrar esta afirmación ha puesto el ejemplo del cardenal Agostino Casaroli, gran diplomático vaticano, impulsor de la normalización de las relaciones con el bloque comunista del Este durante los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI y Secretario de Estado durante una década con Juan Pablo II. Entre tales tareas de importancia estratégica, el purpurado italiano siempre sacaba tiempo para visitar cada sábado por la tarde una cárcel de menores de la periferia de Roma, Casal del Marmo. Precisamente, siguiendo las huellas de Casaroli, Francisco celebró en ese lugar su primer Jueves Santo como Papa lavando los pies a 12 jóvenes internos. Por eso, en su homilía de este consistorio, ha invitado a los nuevos purpurados a amar a la Iglesia como cardenales «siempre con el mismo fuego espiritual, tanto para tratar las grandes cuestiones como para ocuparse de las pequeñas»; como hiciera también el cardenal Van Thuân, «llamado a apacentar el pueblo de Dios en otro escenario crucial del siglo XX y, al mismo tiempo, animado del fuego del amor de Cristo para ocuparse del alma de su carcelero», ha recordado Francisco.
Por último, ha insistido en que Cristo desea encender de nuevo el fuego en nuestra vida cotidiana «llamándonos por nuestro nombre» porque «no somos un número». «Nos mira a los ojos, a cada uno de nosotros. Dejemos que nos mire a los ojos. Nos pregunta a cada uno: ¿Y tú, nuevo cardenal, puedo contar contigo? Esa es la pregunta del Señor», ha apostillado.
Antes de la llamada «visita de calor» a los cardenales, hoy «saludo de cortesía», los nuevos purpurados junto al Papa Francisco han ido al monasterio Mater Ecclesiae, residencia de Benedicto XVI, para saludar al Papa emérito. Todos ellos han recibido su bendición y han rezado juntos la Salve. Después, los cardenales se han dividido entre el Aula Pablo VI y el Palacio Apostólico para recibir las felicitaciones y los buenos deseos de parte de los fieles que hayan tenido a bien acercarse a alguno de estos dos puntos.