Francisco: «Ningún cambio es posible si no cambia nuestra visión» - Alfa y Omega

Francisco: «Ningún cambio es posible si no cambia nuestra visión»

El Papa ha concedido una entrevista a la revista Studia Moralia, de la Academia Alfonsiana, sobre el papel de la teología moral en el mundo actual

Redacción
Foto: CNS

Que el mundo salga mejor o peor de la crisis de la COVID-19 «dependerá de cómo los estados lo planifiquen: si de una manera humana o solo de manera técnica, si miran principalmente al desarrollo económico y financiero, o si optan por partir de las personas». En este contexto, el Papa apunta que la teología moral «debería ayudar a concienciar sobre esos pecados que el mundo ha incorporado ahora a su normalidad y ya no percibe como tales».

La amplia entrevista concedida por Francisco a la revista Studia Moralia, de la Academia Alfonsiana, parte de la respuesta a la pandemia. Pero la conversación, entablada con motivo del 150º aniversario de la proclamación de san Alfonso María de Ligorio como doctor de la Iglesia (en marzo de 2021) pronto profundiza en otros ámbitos, como el papel de esta rama de los estudios teológicos a la hora de responder a los nuevos desafíos tecnológicos como la inteligencia artificial; cómo debe estudiarse la moral desde las afueras o la aportación de este santo y de san Ignacio en este ámbito. Ofrecemos parte del resumen que publica la revista en su web, pues la entrevista se publicará íntegramente en la edición en papel de este semestre.

Santo Padre, la pandemia plantea nuevos, urgentes y complejos desafíos morales a la Iglesia. La crisis sanitaria, que ha generado una crisis económica generalizada y preocupante, está poniendo de manifiesto la fragilidad de nuestros sistemas sociales. Esta situación obliga a nuestras comunidades a reactivar la creatividad de la caridad con propuestas y gestos significativos, llegando a la raíz de los problemas. En su opinión, ¿qué puede hacer la teología moral para un fructífero acompañamiento formativo de las conciencias?
La pandemia es una crisis universal. Todos sabemos que de una crisis no se sale permaneciendo igual que antes. Salimos mejor o peor, tanto individual como socialmente. Todo dependerá de cómo los estados planifiquen el post-COVID-19: si de manera humana, o solo de manera técnica, es decir, si miran principalmente al desarrollo económico y financiero, o si optan por partir de las personas, que obviamente siempre valen mucho más que un simple beneficio o datos financieros.

Creo que el punto es educar las conciencias para pensar de manera diferente, en discontinuidad con el pasado. Lo que nos espera es sin duda un momento difícil, con un aumento de la pobreza y el hambre.

Todos debemos actuar con responsabilidad [respondiendo a] si queremos o no una humanidad más humana, sin esclavos, sin hombres y mujeres explotados. Debemos preguntarnos si todavía queremos que las naciones exploten a otras naciones, privándolas, por ejemplo, de su riqueza natural, especialmente en este momento en el que existe una creciente necesidad de recursos específicos para ser utilizados para las nuevas tecnologías que se están convirtiendo en el nuevo petróleo, el nuevo oro. No tiene sentido que una nación se comprometa, por un lado, a dar un sistema político democrático a una nación más pobre y luego quedarse con el usufructo de su clandestinidad. Es inaceptable que esta forma de pensar y de vivir siga siendo la misma después de la gran crisis de la pandemia. Deben tomarse decisiones valientes que requieran cambios. Pero ningún cambio es posible, si no cambia la visión y percepción de la realidad que nos rodea. Creo que la teología moral debería ayudar a concienciar sobre esos pecados que el mundo ha incorporado ahora a su normalidad y ya no percibe como tales.

¿Qué es lo que más le sorprende de la enseñanza moral de Jesús?
Siempre me ha llamado la atención lo que Jesús en algún momento dice de sí mismo, es decir, que no vino a abolir la Ley, sino a llevarla a su verdadero cumplimiento (Mt 5, 17). Es una afirmación que surge como un reproche a los doctores de la ley. Basta leer el capítulo 23 del Evangelio de Mateo, donde Jesús les reprocha la cerrazón con la que interpretan la enseñanza de la ley, reduciéndola solo a palabras y casos con los que al final se pueden maniobrar según convenga.

En cambio, Él quiere llevarles a una nueva conciencia de que la ley está al servicio del hombre, como relata con gran claridad en el capítulo 25 de este mismo Evangelio: «Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste beber; Fui forastero y me acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, encarcelaron y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36). La vida moral es una educación para lo humano y no una retórica de esquemas.

«Cuando hablo de periferias no solo me refiero a cosas malas. Las periferias son lo que realmente vive la gente. Incluso un concierto de música que reúne a muchos jóvenes. Todo eso no se puede ignorar»

Habla a menudo de «periferias existenciales», ¿por qué la teología y específicamente la teología moral deberían pensar desde la periferia de la vida?
Porque la realidad se ve mejor desde las periferias. Desde el centro tienes una visión edulcorada y distorsionada, mientras que desde la periferia ves la realidad cruda y real, sin ninguna máscara. Hay una fotografía en el local de la Limosnería Apostólica realizada por un buen fotógrafo. Se titula Indiferencia. Representa a una señora que sale después de haber comido en un restaurante, con guantes, piel, sombrero. Junto a ella hay otra mujer con muleta, pobre, delgada, anciana que le pide limosna. Están una al lado de la otra, pero la primera mira para otro lado. Indiferencia: este es el gran mal que produce un mundo egocéntrico, atornillado a sí mismo. La globalización de la indiferencia es una de las palabras que usé en Lampedusa. La indiferencia hoy es una forma de defenderse. Es una cuarentena que elijo para mí mismo, para protegerme del virus de la realidad. Por eso, desde las periferias se puede ver la realidad sin maquillaje.

Pero también me gustaría decir que cuando hablo de periferias no solo me refiero a cosas malas. Las periferias son lo que realmente vive la gente. La periferia es el trabajo, la cultura, el canto del pueblo. Incluso un concierto de música que reúne a muchos jóvenes es una periferia, y todo esto no se puede ignorar.

En cierto sentido, la periferia es dejarse provocar por la realidad, como escribió en Evangelii gaudium. En este sentido, también debemos decir que nuestra realidad está marcada por los descubrimientos de la neurociencia, las ciencias médicas, la inteligencia artificial. En cierto sentido, han cambiado la antropología, la forma en que nos relacionamos con la realidad. En su opinión, ¿cómo debemos afrontar la irrepetible singularidad del hombre que pretende ser sustituido por la inteligencia artificial?
Debemos preguntarnos claramente el verdadero significado de inteligencia, conciencia, emocionalidad, intencionalidad afectiva y autonomía de la acción moral. Los dispositivos artificiales que simulan las capacidades humanas, en realidad, carecen de calidad humana. Nunca debemos olvidar estos datos para poder orientar la regulación de su uso, y la propia investigación, hacia una interacción constructiva y equitativa entre el ser humano y las versiones más recientes de las máquinas, que se difunden en nuestro mundo y transforman radicalmente el escenario de nuestra existencia. Si somos capaces de afirmar estas referencias también en los hechos, el extraordinario potencial de los nuevos descubrimientos podrá irradiar sus beneficios sobre todas las personas y sobre toda la humanidad, sin sustituir jamás lo que es la verdadera imagen y semejanza de Dios, y que es precisamente el singularidad de cada hombre y mujer.

«La teología moral de san Alfonso María de Ligorio no es para los ángeles, no es pelagiana. Él sabe tomar la debilidad en la mano y leer la a la luz de la gracia de Dios. En él no hay exceso, nunca cae en laxitud ni en el jansenismo»

Santo Padre, en su enseñanza es fácil captar empatía y armonía con la visión moral y pastoral de san Alfonso de Ligorio. Varias veces ha compartido el haber leído el libro Las glorias de María. ¿Cómo fue su encuentro con san Alfonso y cómo percibes su propuesta de una Iglesia que siempre está en éxodo hacia los más pequeños y abandonados?
Inicialmente no sabía que san Alfonso era el padre de la teología moral. Me di cuenta de esto más tarde. Mi primer acercamiento fue precisamente a través de la lectura de Las glorias de María. Es un texto escrito al estilo de su época, con un énfasis devocional y afectivo. Pero lo que llama la atención es la gran solidez teológica que subyace en todo el texto. San Alfonso parte siempre de una reflexión real, histórica, existencial. Me apresuré a leer los capítulos para llegar a las historias que estaba contando. Son historias reales, de vida real, llenas de humanidad, de existencia concreta. La de san Alfonso no es una teología moral para los ángeles, no es una teología moral pelagiana. Sentimos que san Alfonso sabe tomar la debilidad en la mano y leerla a la luz de la gracia de Dios; en él no hay exceso, sino armonía. Nunca cae en laxitud ni en el jansenismo. El suyo es un realismo ilustrado.

¿Existe armonía entre el pensamiento de san Ignacio y el de san Alfonso? San Ignacio habla de participación afectiva en la vida de Cristo. En su opinión, ¿hay algo parecido en el pensamiento alfonsiano?
Creo que sí. Para san Ignacio, por ejemplo, es importante involucrar el afecto en la meditación, incluso en la lectura del Evangelio. Esto lleva al hombre moral, al teólogo, a ser simpático con la persona que le precede. De esta manera nunca pensará en el otro solo como un pecador, como un malvado que condenar. Él también es un pecador. El otro que va a su encuentro es un hombre que busca a Dios y viene al confesionario porque busca a Jesús, y Jesús nunca condenó al pecador de antemano. Su dureza fue y está en contra de una mentalidad equivocada, pero junto con la dureza de la condenación del pecado, muestra una ternura infinita por cada hombre, incluso por el más pecador. Jesús condena el pecado y no al pecador.