Francisco Javier Bustillo: «Dos tareas clave son promover la unidad en la diversidad y la creatividad en la misión»
A pesar de haber nacido en Navarra, el obispo de Ajaccio (Córcega, Francia) será uno de los cinco cardenales de diócesis francesas en el cónclave. En él «no hay una lógica de poder», sino la responsabilidad de pensar que los 1.400 millones de católicos «merecen un buen Papa»
Su diócesis, Ajaccio, fue el destino del último viaje de Francisco. ¿Qué huella dejó?
Fue un viaje de un día hace cuatro meses. Fue una visita muy sencilla y familiar y muy festiva. Toda Córcega lo acogió con gran alegría, había muchos niños y mayores. Era la primera visita de un Papa y fue un momento muy potente. Él era muy sensible a las tradiciones populares, sobre las que yo había organizado un congreso. Vino a animar a que haya una presencia popular de la religiosidad en la calle. Estuvo muy a gusto y feliz, seguramente cansado pero con una sonrisa desde que llegó hasta que se fue. Dejó una huella de bondad, de alegría. Pronunció discursos pero habló más con su presencia
Usted es franciscano conventual. ¿Logró el Papa argentino dejarnos una Iglesia más franciscana?
Creo que ha dado lo mejor de sí mismo para reparar la Iglesia y eso pasa por el interior y por el exterior. En lo franciscano hay una reparación de la Iglesia y se repara una cosa que está dañada. Creo que lo noble que ha hecho ha sido humanizar a la iglesia, que no significa banalizarla o desacralizarla, sino que esté en la lógica de la encarnación. Creo que sí ha habido un espíritu franciscano en ese contacto sencillo con las personas, en esa disponibilidad y ese saber comunicar a la gente.
¿Qué recuerdo personal guarda del Santo Padre que además lo creó cardenal?
Lo que más me ha impresionado siempre del Papa Francisco es su libertad, también cuando hablaba al mundo. En esta sociedad todos hablamos de libertad pero no somos muy libres porque hay mucho cálculo de qué se dice y a quién, y mucho miedo. Creo que es un reto para nuestra sociedad, para los políticos y todos los que tienen responsabilidad también en la Iglesia, ser libres y buscar una autoridad con autenticidad. Digo autoridad en sentido etimológico, la capacidad de aumentar. Francisco ha aumentado la libertad y la capacidad del ser humano. Su objetivo era dar lo mejor de sí mismo e intentar sacar de los otros lo mejor que ellos tienen. Ese es un objetivo noble.
¿Cómo están siendo estos días en Roma?
Se mezclan sentimientos complementarios: por una parte la pena de la separación y por otra la alegría de haberle conocido y el reconocimiento por todo lo que ha hecho, ha dicho y ha sido. Lo importante es la memoria personal y colectiva, eclesial, de este hombre, de su ánimo, de su coraje: una persona que el día de Pascua dio la bendición y quiso pasar en medio de los fieles y luego se murió; un poco como Moisés cuando acompaña al pueblo hasta la tierra prometida. Qué bonito que dejara al pueblo de Dios con su bendición antes de empezar su peregrinación al Padre.
¿Qué impresión va teniendo de las primeras congregaciones generales?
Al encontrar a los demás cardenales nos damos cuenta de que tenemos una responsabilidad importante en este tiempo de Pascua: orar al Espíritu Santo para que fecunde a la Iglesia. Como he podido decir mucho a los franceses el objetivo no es que nos arreglemos entre nosotros, no hay una lógica de poder o estrategia; sino que tenemos que ser responsables y pensar en los 1.400 millones de católicos que están fuera de la Capilla Sixtina. Ellos se merecen un buen Papa. Ahí tenemos que ser responsables y libres.
¿Qué le gustaría transmitir a sus hermanos cardenales cuando tome la palabra?
Seguramente la tome pero primero voy a escuchar a los demás. Cuando se escucha, se conoce; cuando se conoce, se comprende. Luego se discierne y se hace la elección. Las dos tareas clave para mí en la Iglesia son promover la unidad en la diversidad hacia dentro y la creatividad en la misión hacia fuera. La Iglesia tiene que escuchar la sed de espiritualidad de la gente. Veo personas de Francia que se van al Tibet, a la India, a la Amazonia. Frente a esto la Iglesia tiene que proponer no solo estrategias, organización y técnicas sino una espiritualidad, ahondar en los Evangelios y en la capacidad del hombre para ser feliz.
Hoy en nuestra sociedad occidental muchos están interesados en el poder, en el saber, en el hacer, ¿pero quién piensa en el ser? Al final hacemos muchas cosas, hay muchos logros, tenemos mucho dinero, una buena posición social, pero no somos felices. La Iglesia debe pensar en el alma de cada uno y darle sentido. No tiene que proponer solo prohibiciones y esfuerzo sino que tiene que tener la capacidad de proponer el Evangelio, que es una buena noticia. En Francia, ¿quién conoce el Evangelio? Las páginas más oscuras de la historia de la Iglesia se conocen, pero no lo que Jesús dijo o hizo. La misión no es anacrónica sino necesaria. Frases como «amaos unos a otros», «amad a vuestros enemigos», «perdonad», «no juzguéis», etc. crean nobleza humana y espiritual. Hoy en día, por desgracia -lo vemos en geopolítica-, hay muchas tensiones e inquietudes, mucha violencia en nuestra sociedad. Se ha evacuado a Dios porque no hace falta pero y luego al final no somos más felices. Quizá una vuelta a la fe sin moralismos, sin formalismos, sin rigidez pero con autenticidad puede aportar una luz nueva a la gente.
¿Se está notando en sus encuentros la diversidad del colegio cardenalicio, la incorporación de muchos cardenales en los últimos años y también que haya pasado más de una década desde el último cónclave?
Sí, claro. Tenemos una visión muy eurocéntrica y lo que hizo Francisco fue abrir una visión más católica, en el sentido de universal. Tenemos muchos asiáticos, africanos y americanos y eso es interesante y nuevo. La Iglesia necesita también esa diversidad. Siendo tan distintos, las congregaciones generales van a permitirnos conocernos más, escuchar más, conocer otras culturas y tradiciones y aprender cómo viven el Evangelio en Mongolia o en Perú. Eso nos va a ensanchar el espíritu para tener una mirada más católica.
¿Piensa que esto puede influir en el desarrollo del cónclave?
Creo que será distinto porque somos más numerosos y muy diversos y de contextos culturales y sociopolíticos muy distintos. Se necesitará un tiempo para un aprendizaje, para conocernos mejor. Algunos dicen que por esto las congregaciones o el cónclave serán más largos. No creo que las congregaciones lo sean, pero se necesitará más intensidad.
¿Cómo vive personalmente un momento de tan gran responsabilidad?
El sentido de responsabilidad está ahí, es verdad, y es importante; pero con un cierto desapego. Es un colegio el que decide, no solo soy yo. Hay un aspecto colegial y sinodal. No estamos solos. Lo importante para nosotros es superar esas ideas de derechas, izquierdas, conservadores y progresistas para decir que hoy en día se necesita unidad. Que haya diferencias es normal y justo porque no somos clones ni una secta. Pero no tenemos que pasar de la diversidad a la división.
¿Confía en que dejando al margen las polémicas el nuevo cónclave sirva para superar la polarización que ha marcado el pontificado de Francisco?
Hace falta responsabilidad y madurez para para tener en cuenta lo que se ha vivido hasta ahora y para decir que quizá hay aspectos que son muy buenos y con los que hay que seguir; que hay otros que pueden ser perfeccionados, o que se debe abrir la Iglesia a otros nuevos. Siempre hay una lógica de continuidad y discontinuidad: cada Papa tiene que aportar a la Iglesia su originalidad. El próximo tendrá otro estilo. Pero en todas esas personalidades no hay una ruptura radical sino una continuidad. Algunos subrayarán unos aspectos, otros otro. El Papa siempre decía «recen por mí». Ahora, decimos «recen por nosotros».
¿Cuáles cree que son las grandes líneas de Francisco que su sucesor debería priorizar, como dice con sus propios acentos?
Sobre todo tendrá que seguir una lógica de fraternidad, proximidad y disponibilidad para la gente, de búsqueda de la unidad en la Iglesia, de compartir la alegría del Evangelio y continuar el trabajo por la fraternidad en una sociedad muy dura y fracturada. Si la Iglesia no lo hace, ¿quién lo va a hacer? El poder político puede hacerlo con leyes pero la Iglesia puede hacerlo con la educación, la elevación y la visión. Durante mucho tiempo la Iglesia ha estado en la gestión pero hemos tenido un déficit de visión.