Felipe II y la capital - Alfa y Omega

Felipe II y la capital

Joaquín Martín Abad
Foto: Julián Grau Santos

El 13 de septiembre de 1598 –hace hoy 420 años– moría, en el real monasterio de San Lorenzo de El Escorial, el rey Felipe II, quien había nacido en Valladolid el 21 de mayo de 1527. Había reinado en España desde el 15 de enero de 1556; también –en otros años– en Nápoles y Sicilia, en Portugal y Los Algarves y, como consorte, en Inglaterra e Irlanda. Nada más que 71 años de vida y nada menos que 42 años y medio como rey de España y de ultramar.

Le tocó en su reinado relacionarse con nueve Papas: Pablo IV, Pío IV, san Pío V, Gregorio XIII, Sixto V, Urbano VII, Gregorio XIV, Inocencio IX y Clemente VIII.

A Felipe II le debe Madrid su capitalidad de España desde 1561, que fue transitoriamente interrumpida por Valladolid entre los años 1601-1606 por la insistencia a Felipe III de su valido Lerma.

Santa Teresa de Jesús, quien escribió al rey distintas cartas, en sus escritos lo refiere como «santo» rey porque, además, Felipe II apoyó siempre la reforma carmelitana; escribía en el libro de las Fundaciones: «Que como nuestro católico rey don Felipe supo lo que pasaba, y estaba informado de la vida y religión de los descalzos, tomó la mano a favorecernos, de manera que no quiso juzgase solo el nuncio nuestra causa, sino diole cuatro acompañados, personas graves, y los tres religiosos, para que mirase bien nuestra justicia» (F 28, 6).

Madrid pertenecía secularmente a la archidiócesis de Toledo, aunque Alcalá había sido desde el siglo V diócesis complutense. Carlos I de España, su padre, propuso a León X que erigiera la diócesis de Madrid y hasta hubo bula, pero nada; y Felipe III, su hijo, consiguió otra bula de Clemente VIII para erigir diócesis a Madrid, pero tampoco. Toledo era mucho Toledo y sus arzobispos temían perder el territorio de la corte aunque los reyes eran atendidos por una jurisdicción eclesiástica palatina con sucesivos obispos procapellanes incluso hasta 1931.

Felipe II, quien había conseguido que se erigieran diócesis en los valles de los Pirineos para proteger el paso de las herejías de hugonotes desde Francia, e incluso diócesis nuevas como Teruel en el límite de reino con mucha población morisca, tampoco logró que Madrid –y alrededores– fuera diócesis. Hubo que esperar a 1885, con Alfonso XII y el Papa León XIII.