Federico de Montalvo: «No existe el derecho a morir, pero sí a no sufrir»
El presidente del Comité de Bioética pide universalizar los cuidados paliativos y mejorar el apoyo socionsanitario
Han hecho este informe sin que se les haya pedido, porque consideran deseable que el mayor número de agentes sociales aporten su punto de vista en el debate sobre la eutanasia. ¿Es lo que está ocurriendo con la proposición de ley del PSOE?
Más del 90 % de las leyes que se aprueban en España vienen de proyectos de ley, porque son iniciativa del Gobierno. Que esta se tramite como proposición de ley tiene muchas consecuencias, porque un proyecto de ley del Gobierno queda sujeto a audiencias e informes previos que garantizan que sean escuchadas otras voces, como la de comités consultivos como el de Bioética. Con una proposición de ley esto es posible, pero no preceptivo. En parte por eso hemos hecho este informe: si se nos pide ya está preparado, los tiempos los marcamos nosotros, y si se me pide que comparezca en el Congreso como presidente prefiero hacerlo con el criterio de todo el comité, no con el mío propio. Pero el problema que hay es que tenemos la sensación de que se le están sustrayendo estas voces a la sociedad, porque se da por sentado que la eutanasia es lo que esta quiere; una hipótesis que para mí es absolutamente errónea. Por eso se aparta a los médicos y a todos para tomar la decisión lo más rápidamente posible. Es una decisión formalmente legal, pero eso no implica que sea ética.
Han logrado un informe por unanimidad, que integra (y en el mismo texto se percibe) visiones diferentes. ¿Qué implicaciones tiene esta forma de trabajar para abordar una cuestión espinosa en una sociedad ideológicamente plural?
Hemos intentado alcanzar un consenso con el que todo el mundo se sintiera cómodo, huyendo de expresiones extremas o muy maximalistas; aunque nadie ha defendido ninguna postura a favor de la eutanasia. Es la misma filosofía que seguimos en el informe sobre gestación subrogada, incorporando diferentes sensibilidades que al final, por un motivo u otro, se pronunciaban en contra. Más que sensibilidades diría que son dudas, porque entrar en espacios de la libertad individual de gente en situaciones dramáticas genera cierto pudor. Ser muy contundente puede ser mostrar poca humanidad.
Un equilibrio difícil.
Ha habido una palabra central que nos ha unido, que también escucho mucho en la Universidad de Comillas y al Papa Francisco: la compasión. Uno puede tener unos principios muy claros sobre la protección de la vida y no renunciar a ellos, y al mismo tiempo acercarse al otro con compasión, porque la vida es muy compleja y hay que ver el porqué de actos que tú no compartes, sin pensar que una norma lo va a resolver todo. Por eso hablamos de la eutanasia en abstracto, y de los casos concretos que nos conmueven. La compasión también nos puede cegar. Una cosa es la aproximación compasiva, tratando de entender y no imponer, y otra la decisión puramente compasiva en la que pierdo la razón.
Nadie en el grupo ha defendido que haya un derecho a la eutanasia. Otra cosa es que hemos encontrado un consenso sobre que hay espacios para mejorar cómo se muere. No existe el derecho a morir, pero sí a no sufrir.
Este rechazo unánime a que la muerte médicamente provocada sea un derecho parece contrastar con el supuesto apoyo social. ¿Hay una brecha entre la opinión de la gente y la de médicos y bioeticistas?
Desde el punto de vista jurídico (no desde el ético) veo más complejo resolver el aborto que la eutanasia. En España cada año abortan 90.000 mujeres. En ese sentido la eutanasia no es una realidad importante. ¿Cuánta gente pide morir? Lo que pide es no sufrir; y acepta la muerte como consecuencia. Hay que trabajar con ese sufrimiento, que no es solo físico, sino existencial. Ante esto caben dos soluciones: una legal (la que plantea el Gobierno; despenalizar, o ampliar el tratamiento benévolo de la eutanasia), que puede provocar una pendiente resbaladiza; o una médica, pensando que los cuidados paliativos deben llegar también a los enfermos crónicos. Esta opción nos parece más ética. El derecho es la última solución, no tiene sentido que se anteponga a la médica.
Una de las aportaciones más novedosas dentro de la propuesta de mejorar los cuidados paliativos es proponer la sedación no solo para el sufrimiento físico, sino también para el existencial cuando este no se puede controlar de otra forma. ¿Cómo aplicar esto sin abrir la puerta a abusos?
Creo que es una parte sensata y valiente. Ahí los médicos nos han ayudado mucho. Lo hemos hablado con uno de los padres de los paliativos en España, con un cardiólogo que trabaja con enfermos terminales y con un médico de atención primaria, y todos nos han dicho que es un tema a trabajar. A los sanitarios no les preocupa solo el síntoma físico, sino también el psíquico. Cuentan que este sufrimiento existencial genera situaciones tremendas, incluso más que el físico. Y no se cura con dos palabras.
En estos casos se puede sedar a la persona, de forma que esa sedación se pueda revertir. Y en determinados casos habrá que valorar si cabe una sedación hasta el final. Pero hablamos de excepciones y de un último recursos, no el principal, después de haber probado otras vías. Tiene que estar bien protocolizado y trabajarse con equipos multidisciplinares. Así, nos han mostrado que es una buena praxis médica, no una puerta de atrás hacia la eutanasia. Nos parece muy sugerente que este tema lo haya trabajado una orden como la de San Juan de Dios.
Insisten en que legalizar la eutanasia tendrá consecuencias en la población más vulnerable, un argumento asumible incluso por personas que éticamente no rechazan la eutanasia. Pero también dejan claro que hay argumentos más de fondo para rechazarla relacionados con la dignidad humana, más allá del problema de la pendiente deslizante.
Claro, hemos querido ir más a la fundamentación de ese presunto derecho a morir. No basta con el argumento de la pendiente deslizante. Pero también es verdad que a la hora de implantar una medida hay que tener en cuenta el contexto social y qué se puede prever en el futuro. Y en una de las sociedades más envejecidas del mundo, a la que económicamente le espera un futuro muy complicado, que se produzca esta pendiente no es descartable. De hecho con las últimas enmiendas propuestas, para una eutanasia exprés, ya la propia ley va a resbalar porque fija una especie de reconocimiento universal de algo que todo el mundo puede pedir. Eso da lugar a muchísimos problemas. Si se cree que dignidad es solo autonomía, todos los seres humanos son susceptibles de pedir morir, tengan o no una enfermedad.
Por otro lado, defender la eutanasia desde la realidad del sufrimiento, llevaría a poder aplicarla a quien no la pida pero esté en esa situación.
Estamos hablando de una prestación pública. La exposición de motivos de la ley ofrece seguridad, pero también genera incertidumbre. En un contexto de dificultades económicas es una solución barata a los problemas sociales. No me parece una expresión de estado social, sino liberal.
¿No es complicado fundamentar la dignidad en una sociedad plural?
Kant pretendió fundamentar la dignidad como lo que diferencia al ser humano del resto. Así logró secularizar este concepto como algo que nos tiene que unir a todos y sacarlo del debate religioso. El que invoque un concepto de dignidad no kantiano o basado puramente en la libertad está hablando con un lenguaje ideológico, no con uno neutro. Apartarnos de este modelo no es apartarnos de un concepto religioso, sino del que debe existir en una sociedad plural.
¿Cómo se resumiría esta concepción de la dignidad?
Tiene que ver con la libertad, pero no solo con ella sino también con la vulnerabilidad, que debe ser apreciada en todos los contextos. El ejercicio de los derechos en un contexto de plena libertad no es tan fácil de encontrar. El hecho de que una persona sea capaz de ejercer libremente el presunto derecho a morir es un árbol que tapa un bosque de miles de personas a las que puede parecer que la sociedad se lo está exigiendo. El gran defecto del Estado liberal es partir de una premisa de que todos tenemos una libertad extrema. El estado social corrige eso.
Por eso decimos que la eutanasia no es progresista sino liberal. Precisamente se da en los lugares menos progresistas del mundo: en Holanda, que es muy utilitarista; en Suiza y en Oregón, un estado con una clase rica enorme. Por cierto, quienes piden el auxilio al suicidio son personas blancas y de clase media y media-alta. ¿Queremos una sociedad en la que los pobres sin apoyo social pidan la muerte y unos pocos ricos también porque ven su vida fracasada?
Ustedes responden a este concepto liberal de autonomía con otro muy interesante, la llamada «autonomía relacional». ¿No es un oxímoron vincular la autonomía y la relación con otros?
Es que la autonomía que hemos incorporado socialmente es una autonomía muy liberal, el modelo americano, que no es el que ha defendido gran parte de la filosofía en las sociedades actuales. No somos autónomos en la medida en que desarrollamos nuestro propio proyecto; eso es una visión parcial. Vivimos en sociedad, somos un ser social, y eso significa que nuestra autonomía se cumple en la relación con los demás. No podemos medir las decisiones sobre la base de la propia decisión del individuo, sino sobre la de su interacción con los demás. La buena decisión lo es porque su impacto en la sociedad es bueno, no porque la adopta libremente una persona. Y la decisión de morir tiene impacto en muchas personas porque genera una cultura según la cual morir es mejor y se lanza a la persona enferma el mensaje de que no merece la pena que viva y de que tiene una salida. ¿Para qué luchar, para qué exigir apoyo social?
Todos los últimos pronunciamientos en contra de la eutanasia hacen hincapié en la situación actual de la pandemia. ¿Por qué esta hace que esta propuesta sea más grave?
No usamos este argumento para poner una piedra más en el camino. Esta sociedad ha contraído una deuda con los mayores. Es el momento de resolver los problemas de nuestra estructura sociosanitaria, de proteger a los mayores. Y dice mucho si en este momento se les ofrece como recompensa la eutanasia. De las personas con las que hablo, los mayores es a quienes más les preocupa, porque les genera incertidumbre y desconfianza.
Otra de sus propuestas, incluida al final del informe, es explorar alguna vía de despenalización para quien aplique la eutanasia a un ser querido, sin legalizarla como derecho. Visto el coladero que supuso la despenalización del aborto, ¿es realmente viable?
En cierto modo eso está ya previsto, porque la eutanasia se trata de forma muy benévola en el Código Penal. Una despenalización en la ley al final acaba provocando una pendiente resbaladiza. Lo que proponemos es observar una experiencia que se inició en Reino Unido, un país con una gran tradición de cuidados paliativos.
Eran orientaciones a policías y jueces para no enjuiciar esta práctica si la comete un ser querido y se cumple una serie de requisitos.
Puede tratarse de una puerta falsa a la eutanasia o no. Nuestra propuesta es trabajar ya la sedación paliativa, y observar esta experiencia.
A Federico de Montalvo Jääskeläinen (Madrid, 1966) siempre le ha interesado el derecho médico y el bioderecho. Desde 1993 está vinculado a diversos comités de ética. Su tesis sobre el testamento vital fue la mejor de 2008 de la Facultad de Derecho de ICADE. Aunque «ahora incluiría en la parte sobre la eutanasia los paliativos para pacientes no terminales».