«La familia permanece en el fundamento de la convivencia y la garantía contra la desintegración social»: así dijo el Papa Francisco, el pasado lunes, en el coloquio internacional sobre la complementariedad del hombre y la mujer, organizado por la Congregación para la Doctrina de la Fe. Sencillamente, porque sólo se es en familia, de tal modo que, aislado, independiente, solo, el hombre y la mujer no se encuentran en verdad, no encuentran el sentido de su vida, ni tienen la energía para darla; en consecuencia, la sociedad se desintegra. ¿Acaso el envejecimiento de nuestras sociedades que se dicen avanzadas no tiene que ver con esta negación de la familia? La terrible destrucción humana que es el aborto provocado, ese No atroz a la vida, sin duda, es directamente proporcional al No a la familia. Como el Sí a la familia está en relación directa con la vida, y vida plena, de cada ser humano y de toda una sociedad.
No es bueno que el hombre esté solo. Es Palabra de Dios, y es la experiencia de toda la historia de la Humanidad. No hemos sido creados para la soledad, sino para el amor. La soledad es el caos, y en la creación Dios hizo la armonía. En el Coloquio del lunes en el Vaticano, sobre complementariedad, el Papa decía que «es una palabra preciosa». Reflexionar sobre ella «no es otra cosa que meditar sobre las armonías dinámicas que están al centro de toda la creación. Y ésta es la palabra clave: armonía». Exactamente lo contrario de caos, y de muerte. Y, «todas las complementariedades, el Creador las ha hecho para que el Espíritu Santo, que es el autor de la armonía, haga esta armonía». Al margen del Creador, a cuya imagen creó hombre y mujer, ¿cómo puede haber, no ya armonía, sino el más mínimo signo de vida humana verdadera? La complementariedad de hombre y mujer, añade el Santo Padre, «está a la base del matrimonio y de la familia: la primera escuela donde aprendemos a apreciar nuestros dones y aquellos de los demás, y donde comenzamos a aprender el arte del vivir juntos». A nadie se le oculta, y así lo reconoce el Papa, que «las familias son lugares de tensiones: entre egoísmo y altruismo, entre razón y pasión, entre deseos inmediatos y objetivos a largo plazo… ¡Pero las familias también proporcionan el ambiente en el cual se resuelven tales tensiones!» Y crece la esperanza.
También ha sido la esperanza, ante la grave crisis del matrimonio y de la familia que hoy sufre la sociedad española, y todas las que se tienen por civilizadas, lo que ha estado en el centro del XVI Congreso Católicos y Vida Pública, celebrado en Madrid como una especie de antesala del Coloquio tenido en Roma. Ante los desafíos de un mundo de hombres y mujeres solos, cuyo destino no puede ser otro que el de una mortal desintegración, el matrimonio, indisoluble y para siempre, y la familia en él fundada, es en verdad la única verdadera esperanza de la Humanidad. No es que esté en juego una sociedad sana, ¡está en juego la vida misma!, cuya verdad resplandece plenamente en la familia cristiana, y es lo que, de hecho, reclama todo corazón humano. Así lo decía el Papa el pasado lunes: «El compromiso definitivo en relación con la solidaridad, la fidelidad y el amor responde a los deseos más profundos del corazón humano». Y Francisco se fija en especial en los jóvenes: «Es importante que ellos no se dejen envolver por la mentalidad dañina de lo provisional y sean revolucionarios con el coraje para buscar un amor fuerte y duradero». Justo el que está pidiendo a gritos su corazón. Por eso les dice, con toda sabiduría, que «no se puede hablar hoy de familia conservadora o de familia progresista: la familia es familia. No os dejéis calificar así por esto, o por otros conceptos, de naturaleza ideológica. La familia es en sí misma, tiene una fuerza en sí misma».
Tal exhortación no puede por menos que evocar las palabras de san Juan Pablo II en su exhortación Familiaris consortio, de 1981: «¡Familia, sé lo que eres! El cometido, que ella por vocación de Dios está llamada a desempeñar en la Historia, brota de su mismo ser. Toda familia descubre y encuentra en sí misma la llamada imborrable, que define a la vez su dignidad y su responsabilidad». No basta con rechazar el No a la familia, es preciso rechazar un mal más peligroso si cabe, que es desdibujar su verdad, camuflarla con sucedáneos de familia. Salir de tal engaño, arraigado en el corazón, tiene mayor recorrido, sin duda, que superar el No a la familia cuando no se entierra el deseo del corazón. La familia no es un capricho a elegir, ni tampoco una institución social sin más, por importante que se la quiera considerar: es la fuente misma de la vida y su garantía para que se cumpla. El grito del 22-N, el próximo sábado en Madrid, es justamente éste: porque cada vida importa, ¡familia, sé lo que eres!